viernes, 13 de marzo de 2015


“UN BULTO”.

Hace apenas unas tres horas volviendo de llevar a mi hija al colegio, en las inmediaciones del Parque Isabel la Católica presencio el encuentro casual de dos “padres” (?) en un semáforo. Uno de ellos viene en una bicicleta, en cuya parte trasera hay una sillita para un niño o una niña, el otro viene con un carrito que supongo, como si por su color rosa fuera una obviedad, que es de niña. A la espera de que el verde les habilite para cruzar, comienzan el siguiente diálogo:
-¿Ya vas de retirada? –dice el que va en la bicicleta sonriendo.
- Sí, ya he dejado “el bulto”-responde el del carrito, sonriendo también de manera un tanto socarrona.
“El bulto” me golpeó, y el tono sardónico en que fue dicho también. Justo hacía un rato había estado leyendo acerca de la joven que ayer falleció a causa de haber sido arrojada por su marido de un vehículo en Cáceres. “El bulto” también parecía ser una niña.
Pero más allá del tema de género, pensaba en la manera tan diferente de posicionarse frente a una hija o un hijo, que podemos tener tanto padres como madres, y cómo ello determina sin que ni estos, ni la niña o niña en cuestión lo sepan ni puedan hacer nada para impedirlo, el lugar que ese chico o chica se dará a sí mismo en la vida, y en la relación con todos las personas.
La marca del deseo parental, marca que solo hace posible el lenguaje, y que es inconsciente(“El inconsciente está estructurado como un lenguaje”, Lacan), aunque plausible de hacerse consciente, nunca del todo(límite de lo real: la falta) a través del saber sobre la red significante a ella asociada, o sea, intentando saber (hacer consciente lo inconsciente, “donde “ello” era el yo debe advenir”, Freud) los nombres del Otro de lo social que las figuras parentales han tomado también de manera inconsciente para dar un lugar a ese hijo o hija o nombrarlos en su deseo.
Marca que es marca de goce de la madre o del goce de la pareja parental, y que determina el lugar de goce es ese niño ocupa en relación a ellos. Y que remite a la pregunta ineludible para todo sujeto: que objeto soy para el Otro, que objeto fui en el deseo de mis padres: por qué me tuvieron, cómo me esperaron, cuándo , para qué, que nombres tenían para mí, cómo nací, me quieres , no me quieres , cuánto me quieres, por qué me quieres, la cual se hace de manera inconsciente siempre, aunque en algunos casos no pueda ni quiera hacérsela consciente por el dolor que implica saberes ubicado en un “mal lugar” (que igual en definitiva siempre lo es, ya sea por exceso o defecto nunca es perfecto, por estructura lenguajera, aunque a veces “Que demasiao” como para el hijo de este enorme tema de J. Sabina ).
Pues ser “un bulto” para un padre no es un lugar de lo más agradecido ni deparará un lugar de amor y valía personal a esa niña; y aunque parezca que pretendo criticar o juzgar a este padre, no es así. Busco pensar de que maneras puede modificarse, si es que las hay, y obviamente siempre sabiendo que será de forma limitada, de ayudar a los padres a tener una maternidad y paternidad más conscientes, a buscar y crear inclusive espacios para pensar su deseo de hijos, de forma tal que estos puedan concebirse más libres de “las sombras” de los propios padres, aunque seguramente mi pretensión sea una utopía, ya que desde el Psicoanálisis sabemos que el deseo no puede prevenirse, no hay campañas de prevención, ni de promoción saludable del goce, no se lo puede reglamentar nunca del todo.
Aunque sí creo, que modalidades de intervenciones clínicas en el área de lo que es el trabajo, enormemente grato, en el vínculo temprano madre-hijo/a o madre, padre hijo/as, o inclusive con los malestares psicológicos (miedos, dudas, dificultades)de la concepción, de antes de la misma y del embarazo de esa pareja, posibilitan a los padres tomar conciencia de esos lugares no tan agraciados( a veces excesivamente desgraciados) en que ubican a sus retoños, los cuales son resultado de la herencia generacional : de como a su vez fueron nombrados ellos en el deseo de sus padres de acuerdo a las concepciones culturales de la época, de las cadenas( de palabras) que nos hacen títeres del lenguaje y del deseo, esas que se trasmiten de generación en generación y que producen diversidad de malestares y síntomas ya desde la infancia, y que se arrastran hasta la vida adulta, salvo que se las intente cortar, lo cual requiere antes que nada una toma de consciencia de las mismas: cuales son, como son, cómo se fueron construyendo.
“Bulto” pude ser asociado a algo informe, que no se ve, que molesta, también a tumor, por sólo citar alguna de las redes significantes a donde pueden llevar a identificarse la pequeña en cuestión; la pulsión de muerte ahí cobrándose su bocado.
Se tratará pues de dejar caer o ayudar a dejar caer “el bulto” para dar nacimiento- vida, una niña o un niño.
Y para ello es necesario que revisemos nuestras creencias y prejuicios culturales, nuestra manera de nombrar a los otros, a todos, y muy especialmente a quienes queremos y son nuestra familia.

DESTINO.
Dice ¡no! ¡no!
el fruto maduro de la rama
a punto de caer
Dice ¡no! ¡no!
pero cae
y cumple su destino.
Una semilla germina
ahí
donde el vacío de su ausencia.


UNA SOLA VIDA. (Mi canto a la vida)

Tanta energía, tanto tiempo
en su creación invertidos
tan grande ilusión,
tanta dedicación,
tanto amor,
¡y una sola vida!,
tanto esfuerzo,
tanto sacrificio
las más de las veces
tanto miedo vencido o escondido
para que venga su venida,
tanto dinero a cuenta de su crecimiento invertido,
¡y una sola vida!
el entusiasmo de los preparativos,
él sueño renacido,
el corazón repartido,
los posibles ensayos antes del juego
previos al partido
y el gran partido
¡y el golazo a la vida metido!,
pero aún así,
¡una sola vida!
y una semilla tan pequeña
como un grano de arroz
que con crecer sueña
que como un bit
lleva en su interior toda…
¡tanta información!,
los nueve meses llenos
de colorido o doloridos
y otra vez los miedos
que espantan hasta el común sentido:
¿tendrá el oído?
¿vendrá enterito o part-ido?,
las ecografías,
la desbordante alegría,
las fotografías,
la historia y la grafía
que ya va escribiendo
aún antes de nacido
de su vida el sentido,
el ácido fólico y la alimentación
¡que es un desatino comer por dos!
¡y una sola vida!
y en el interior ¡qué transformación!,
maravillosa implantación
donde el amor anida al embrión,
donde el embrión anida el amor,
la vida tejiendo su colchón
de protección y alimentación
maraña de raíces de sangre
pedacito de carne
donde de ganas la vida arde
entraña-ble tamiz
de intercambio feliz,
manguera de reciclaje
de la vida porta equipaje
que al pequeño astronauta
une a la nave,
imborrable cicatriz
vestigio y testigo de su originaria endeblez
hable,
¡y una sola vida!
y luego la maravilla y el misterio
del trabajo artesano
de inaprensible escultor en la uniformidad
primitiva de la carne
cual en lisa piedra o en pulida madera, invisible cincel
esculpe cada uno de los órganos del pequeño ser
¡y ahora , a crecer!,
má -durar hasta estar listo para nacer,
¡y una sola vida!
crecer y el parto
y el miedo a que no parta,
o a que ya de entrada a la otra vida parta,
y cuando al final el parto es feliz,
ya sea que sepa o no sepa tanto a regaliz,
¡tantas noches sin dormir escuchando su latir!
ir y venir , ¿respira?
¿y ahora por qué llora?
¿será del hambre la hora?
¿o será más bien que mi teta llora?,
tantas idas al pediatra,
¿y si necesita en el futuro foniatra?,
tanto pañal sucio,
tanto dinero al orinal tirado,
tanto disgusto, ¡tanto susto!
enfermedades,
golpes,
caídas,
no saber qué hacer con su rebeldía,
¿y con la comida?,
¡que si no comes ya, se enfría!,
¿y el sueño?
-¡que van ya tres cuentos!
-¡y qué, si yo aún al sueño no lo encuentro!;
tanto gusto las primeras sonrisas,
las suaves caricias,
el laleo y el balbuceo
las nanas que sus bises reclama,
la primera palabra:
ojalá ¡mamá! sea,
los primeros dientes
y los siguientes,
el babeo del niño
que se confunde con el de los padres,
¡y una sola vida!
¡vaya abucheo!
y la teta el placer de la boca ya pierde,
y el pañal se abandona
y ya no se añora,
los primeros pasos inician la partida.
la curiosidad divertida
y la alegría compartida,
la demanda que no sabe
tantas veces repetida
¡¿Por qué , por qué, por qué la Vida?!
¡Y una sola vida!
Y la playa, el juego y el parque
el te veo o no te veo,
el estas o no estás
y la primera escuelita,
la primera sillita
¡qué mejor sean chiquitas y caliditas!,
y el primer cumpleaños
con la velita cual antaño,
y todos los que por suerte
le siguen cada año,
los Reyes mágicos y Papá Noel
con sus presentes
y el entusiasmo efervescente,
el ratón Pérez que se lleva de todos los niños los dientes
sean o no obedientes,
el colegio de mayores
y el orgullo de los progenitores,
los preparativos, las compras, el nerviosismo
y el anoche casi no ha dormido
puede que por eso esté un poco distraído,
y el primer día de clase y los primeros aprendizajes
los primeros amigos y los primeros enemigos
Y así a la vuelta de la esquina
le espera la adolescencia.
¡Y UNA SOLA VIDA! ¡JODER!

lunes, 9 de marzo de 2015

POÉTICA DE LA INTERPRETACIÓN .

Un interesante artículo acerca de la interpretación en psicoanálisis.

En Carta psicoanalítica(cartapsi.org)

Poética de la interpretación.

Miércoles 14 de abril de 2010por Rosario Herrera Guido

¿Ser inspirado eventualmente por algo del orden de la poesía para intervenir en tanto que psicoanalista? Es esto, en efecto, hacia lo que tienen que volverse (...) No es del lado de la lógica articulada aunque me deslice en ocasiones hacia ella donde ha de sentirse el alcance de nuestro decir...
Jacques Lacan, "Vers un significant nouveau", Ornicar? 17-18, 1977


1. La experiencia poética del psicoanálisis.

En este ensayo retomo la transformación del algoritmo de Ferdinand de Saussure que realiza Lacan, al proponer que la primacía del significante produce el significado que se desliza bajo la barra de la represión, para asumir una hipótesis de trabajo fundamental: que es la ambigüedad poética del lenguaje la causa de lo inconsciente estructurado como una poética, a partir principalmente de las figuras lenguajeras de Freud, a las que recurre la conciencia moral para implementar la censura, a saber: la condensación (Verdichtung=poesía: metáfora según Jakobson-Lacan) y el desplazamiento (Verschiebung=metonimia para Jakobson-Lacan). De lo que se colige que la interpretación psicoanalítica es una formación de lo inconsciente, al lado del sueño, el lapsus, el chiste y el síntoma, que más allá de pretender la búsqueda del sentido (como las psicoterapias "psicoanalíticas" o la hermenéutica), abre la dimensión del sin-sentido, para bordear el goce imposible de decirse, a fin de que el analizante interprete poéticamente lo que ha escuchado en el dicho del analista. En consecuencia, que la interpretación es más una trascripción poética del decir del analizante. 

Asimismo, que si el inconsciente estructurado como una poética se actualiza en relación con el Otro del discurso, en dependencia del goce del cuerpo que se produce y escapa en el decir, la poética del inconsciente y su interpretación sólo indica por medio del enigma el lugar del objeto innombrable que es causa del deseo y anima la estructura discursiva por la que el sujeto se historiza. Una posición que asume una poiesis a través de la que el sujeto puede identificarse con la causa de su deseo, y por la insistencia de ese deseo, abrir la consonancia poética del decir con el goce: Una (po)ética centrada en el (mal)decir, la (mal)dicción, que deviene un (bien)decir de un sujeto que actúa de acuerdo con el deseo que lo habita. Y donde el analista no es el sujeto de un saber superior al del analizante que lo coloque en el lugar de la verdad, sino que se borra como sujeto y se supedita a la función del deseo del analista: no desear nada para que aflore el deseo en el analizante e introducir la diferencia radical. Una posición (po)ética que se inscribe en el retorno de Lacan a Freud.

 Una de las desafortunadas interpretaciones del pensamiento hermenéutico, desde que Freud incursiona en la interpretación de lo inconsciente, es equipararla a la comprensión, la formación humana y el diálogo, como Ricoeur, Beuchot, Habermas y Gadamer, situándose al nivel del significado del texto, para acceder a una cierta significación en el marco del horizonte de la teoría psicoanalítica. Sin embargo, en psicoanálisis (me limito al retorno de Lacan a Freud) se interpreta o descifra, teniendo en cuenta lo que se escucha que se escribe de significante (que me permite proponer una dimensión poética del psicoanálisis). Se trata de una lectura que, como advierte Freud, hay que hacer al pie de la letra, no debajo ni atrás o más allá de lo que hay en el discurso del analizante.  Unos versos que muestran que se puede leer otra cosa en lo mismo que se dice los canta Villaurrutia: Mi voz que madura / mi bosque madura / mi voz quemadura. Otro malentendido, que proviene de quedarse en Freud, se refiere a la confusión entre psicoanálisis y psicoterapia. Pero el psicoanálisis, lo advierte Freud, no tiene la finalidad de curar, sino la articulación del deseo del analizante. Freud nunca habló de su labor en términos de hermenéutica. Y Lacan sólo se refiere siete veces a la hermenéutica, para advertir la diferencia entre ambos discursos. Aunque me parece que las conclusiones de los hermeneutas son entendibles, no sólo porque no han sido analizantes ni analistas, sino porque se han quedado al margen de las innovaciones que tanto Freud como Lacan hicieron en la teoría y la experiencia psicoanalítica, además de que considerarlas pone entre paréntesis la supuesta universalidad de la hermenéutica.

 La clínica psicoanalítica nace con la escucha de los discursos del Otro, del deseo reprimido que retorna en las formaciones del inconsciente (sueño, lapsus, chiste y síntoma). Es una clínica atenta al trastabillar del discurso, que sostiene la estructura del análisis, donde el sujeto demanda alivio a una desgarradura subjetiva de la que desconoce su causa. Una clínica que nace del pedido de un sujeto efecto de su síntoma, que se dirige a un Sujeto-Supuesto-Saber (el analista) a quien supone que lo sabe a él, lo que a su vez produce un saber, que es confrontado con el desafío de su síntoma, del objeto desconocido que es causa de su deseo. La verdad del discurso analítico es el saber, que por cuestionar sus fundamentos es un saber de la estructura en falta: la relación sexual no existe (fundamento y causa del discurso analítico, axioma del psicoanálisis). 

Todo lo que está escrito, enseña Lacan, surge de una falla en la sexualidad. El análisis parte de la estructura del sujeto que se dirige a un Amo al que le supone el saber de lo que a él le sucede, al Sujeto-Supuesto-Saber, pero que se encuentra con la respuesta de alguien que sabe que no sabe, y por eso calla, para permitir que la verdad se manifieste poéticamente en lo que se escribe de significante. No olvidemos que Heidegger, sin ser analista, recomendaba callar, no porque se esté mudo o no se tenga nada que decir, sino porque algo de la verdad va a surgir poéticamente en el texto. El analista espera ("es el verdadero paciente") a que la verdad se manifieste, puntúa, subraya, cita, escucha o acentúa la emergencia de esa verdad, dando lugar a que el sujeto del inconsciente se transforme al final del análisis en discurso que emana desde la causa del deseo.

 En el discurso preconsciente están los significados, representaciones imaginarias que confirman recíprocamente la imagen del yo (del terapeuta al paciente y viceversa). Este es el campo de los significados y de la especularidad, el campo de la psicología y la psicoterapia, donde el otro, colocado en el lugar del amo saber le da significados a las formaciones del inconsciente. Es en este nivel en el que se encuentra el discurso que pretende asimilar el psicoanálisis a la hermenéutica, reducirlo a la comprensión del significado del texto escrito u oral. Pero Freud, al descubrir que más allá de las intenciones del sujeto y de las ratificaciones imaginarias en relación con otro, el sujeto dice algo diferente de lo que cree decir, y a eso no-sabido de su discurso, lo bautiza con el nombre de inconsciente

Entonces sobre el plano del enunciado está el de la enunciación, que corre paralelo al del enunciado, pero sin que el sujeto lo sepa; es el plano de la enunciación que parte de un sujeto anterior a la palabra, que es el sujeto del goce [1] , y que tiene como punto de llegada a un sujeto que es efecto de la enunciación, el sujeto de la castración, dividido entre el enunciado y la enunciación, entre el decir y el dicho. El sujeto está, sin saberlo, dividido con respecto a su propia demanda: que el Otro lo ame; demanda de reconocimiento de su existencia; que divide al sujeto del inconsciente, separado de su demanda inconsciente. Demanda al Otro para que suture la falla subjetiva: "Dime la palabra que me colme". Pero el Otro no tiene el significante de lo que el sujeto le pide, pues está en falta, que se inscribe como significante de la falta en el Otro, a causa de su castración, al acceso a la ley y la significación fálica, a su separación del goce. Lo que el Otro da es el objeto que viene a satisfacer la necesidad, pero a insatisfacer la pulsión (que es demanda de algo más). 

La diferencia que hay entre lo que el Otro puede dar y lo demandado constituye un resto que es el deseo, que es lo que no puede ser respondido de la demanda. El deseo pasa por la demanda y tropieza con la falta en el Otro de un significante, que confronta al sujeto con el vacío cavado por su propia demanda, imposible de satisfacer. El sujeto, frente a su propia disolución e imposibilidad de su deseo, responde con una formación imaginaria (el fantasma), un más allá del deseo, el goce. De conformidad con el principio del placer, entre el significante de la falta en el Otro y el significado que el Otro le confiere al decir, está el fantasma, una relación de conjunción y disyunción que mantiene el sujeto del inconsciente con respecto al objeto causa de su deseo.

 El psicoanálisis reconoce la subjetividad, pero que no es trascendente ni psicológica, instalada en un individuo que es dueño de un psiquismo. El psicoanálisis trata con la subjetividad pero comprendida en una dialéctica con el Otro. No es un sujeto psicológico, dueño de atributos sino efecto poético del significante anterior a él y exterior a él, que le antecede, lo constituye y lo confirma. El inconsciente está estructurado como cadena significante, pues un significante es lo que representa al sujeto ante otro significante. El sujeto del inconsciente es el resultado de la articulación significante y de las formaciones del inconsciente. La clínica psicoanalítica se funda en la demanda a la que el psicoanalista no responde. El analista pide asociaciones en torno a ella, la interpreta con equívocos y enigmas oraculares, la transcribe poéticamente.

 La clínica psicoanalítica está fundada en lo inconsciente, que no es colectivo sino singular, y que se define por la ausencia del sujeto en un saber que no comprende; la lengua es colectiva lo inconsciente descolectiviza la lengua común. Se trata de una clínica que tiene objetivos éticos, pues sus fines de oponen al discurso del poder, ya que no son la adaptación ni el bienestar, ideales del amo que se preocupa por el bien del esclavo. El fin de esta clínica es la articulación poética del deseo del sujeto, que confrontado con su deseo debe configurarse como yo a esa relación con el deseo. Por ello el mandamiento freudiano: Donde Ello estaba, deberá yo llegar a estar; y es que el yo debe asumirse con relación a ese deseo, que no hay que confundir con el capricho o la perversión. Más allá del principio del placer, se trata de confrontar al sujeto con el significante del goce, como imposible.

2. Poiesis de la interpretación.

La clínica psicoanalítica trabaja con la estructura poética del lenguaje que constituye al sujeto. El analista puntúa, pregunta, cita, escande poéticamente el decir del analizante, transcribe, descifra y eventualmente interpreta. La interpretación es un decir sorpresivo que cae en el curso de una sesión analítica, y que permite (re)significar la situación analítica en su conjunto, como una transformación gracias a un más allá de la comunicación. Hablar de interpretación implica hablar del corte poético instaurado en la cadena significante, considerando que los significados se producen gracias a este corte, por la aparición de esta interpretación como vocablo, como interjección, que hace aparecer un sentido inesperado en la cadena significante. Un corte en el discurso que puede ser también el término de una sesión, momento en que el analista profiere un decir equívoco, una palabra enigmática y corta al analizante, considerando que una palabra enigmática puede ser el silencio, que lleva al analizante a plantearse la interpretación poética del sentido de su decir.
Pero con la interpretación hay que tener mucho cuidado. Lo advierte Miller:
"No se olviden que es la religión la que nos enseña la interpretación (...) Se observa actualmente en los psicoanalistas, los latinos al menos, una valoración de la interpretación como significativa. Por esta vía, el psicoanálisis cae en el delirio de interpretación. Hay una fe ingenua en el inconsciente que es enteramente paranoica. Ya conocen la antigua definición de Lacan del psicoanálisis como paranoia dirigida... Por eso mismo, el doctor Lacan recomienda las entrevistas preliminares al entrar en psicoanálisis. El dispositivo analítico, dispositivo de interpretación, es muy favorable a la eclosión de la psicosis. Lo que en la clínica psiquiátrica se denomina automatismo mental, ¿qué otra cosa es si no el sujeto supuesto al saber, el supuesto sujeto que sabe todo lo que yo pienso? (...) La función de la interpretación, evidentemente, encuentra su lugar en la estructura que hace del lenguaje el lenguaje del Otro, ya que es el oyente el que decide sobre la significación de lo que se emite.Cuando Lacan hace hincapié en este punto no vacila en decir que el analista es el amo de la verdad. Es una fórmula de 1953, que no retoma luego, pero que explica que la interpretación pueda efectivamente reducirse a una puntuación, a una simple escansión". [2]

Por ello, la interpretación psicoanalítica no debe pretender restituir la continuidad y la coherencia del discurso. No se trata de dar un verdadero sentido a la palabra del analizante, sino de abrir la dispersión poética del significante, la polisemia, las resonancias semánticas de la palabra, el albur, el ingenio, la gracia, el Witzfreudiano, la sorpresa, que despierta lo inconsciente. A través de la interpretación el analista no articula un saber que se supone que se encuentra en las asociaciones libres del analizante.

 Para delimitar la interpretación psicoanalítica, nada mejor que exponer las intervenciones anti-analíticas. Desde el Discurso del Amo, el terapeuta (y hasta el psicoanalista "lacaniano"), le impone su verdad al analizante a través de una intervención perversa, que hace del otro un esclavo, desde el yo y con una voz de mando (incluso a gritos), como en la sugestión de Charcot o la del líder de las masas políticas, para que el paciente se someta y se identifique con el terapeuta y lo coloque en el lugar del amo, ideal del yo, con el que debe comparar todo lo que hace y es. Desde el Discurso Universitario, el psicoterapeuta interviene con un saber que transmite, como un maestro que desde el lugar del saber se dirige a un objeto, como lugar de una falta que va a ser obturada con la coherencia: "esto que te pasa quiere decir tal cosa...", "eso aclara la angustia" (dice también el "lacaniano", apelando a la teoría psicoanalítica: "yo estoy habitado por un saber que me permito transmitir para dar coherencia a lo que tú no sabes". Esta interpretación-comprensión es hecha por alguien "que sabe", que podría tratarse de un psicólogo o hermeneuta disfrazado de analista. Se trata de una intervención comparable a la que hace el yo cuando interviene en el discurso manifiesto del sueño a través de la elaboración secundaria, que rellena las lagunas del relato dándole coherencia al sueño. El terapeuta también puede intervenir con el Discurso de la Histeria, como sujeto tachado, como otro neurótico ante el analizante, que deja ver sus sentimientos, monta en cólera ante la impotencia de dominar los síntomas, exhibe sus proyecciones, sus impulsos, a través de reconocer que están en él o en el paciente; esta es la forma en que funciona la práctica de la "Interpretación de la transferencia", bajo el supuesto de que ambos son iguales (por eso el tuteo, también en el "lacanismo"), convirtiendo el "análisis" en una "reeducación emocional", en la que el paciente debe verse reflejado como en un espejo en su terapeuta, con el propósito de corregir la imagen especular de sí mismo, y donde el discurso del paciente es reducido a un orden imaginario sin salida. El paradigma de este espejismo es la técnica de la escuela kleiniana, que podría estar presente hasta en la práctica "lacanismo". Estas tres formas de interpretación comparten el "análisis de las resistencias", bajo el supuesto de que el paciente se resiste a los esfuerzos del analista, por maldad, y que el analista tiene que corregir a través de "una alianza terapéutica"; la transferencia no sólo determina la entrada en análisis y es su motor, sino que ella conspira contra la parte sana del paciente, por lo que hay que reducir la transferencia con interpretaciones que refuercen la parte sana (identificada con el esfuerzo del analista); una técnica megalómana, pues el analista sabe el "bien del paciente". Desde el Discurso del Analista, éste se coloca en el lugar del objeto causa del deseo (objeto a), lugar de una falta, para que el analizante pueda preguntarse por el deseo del analista, que con su silencio y sus cortes moviliza el análisis, y a partir de ello el analizante llegue a preguntarse por el deseo del Otro, como deseante, sujeto de la falta, puesto que no sólo carece de un significante que complete la cadena sino del significante del ser del analizante. Un discurso en el que el analista no interviene desde un lugar de completud o de saber, porque es sujeto del deseo, aunque el saber sea la causa de su acción, pues sabe que debe callar e intervenir en el momento menos esperado, posibilitando la resignificación retroactiva de la sesión. El analista necesita saber e ignorar lo que sabe, para permitir que el analizante produzca los significantes que regulan su acción, y pueda llegar, reconociendo la palabra originaria que lo marcó en la cuna (rasgo unario), a la falta en el Otro, y al lugar en que como sujeto ocupa en la castración y la falta del Otro.

No obstante, ha cundido como una epidemia, la estandarización de "la técnica psicoanalítica". A pesar de que al mismo Freud no le gustaba hablar de técnica. Cuando escribe unos artículos sobre la técnica del psicoanálisis, les llama "Pequeños escritos sobre la neurosis", para que nadie crea que en esos textos va a aprender La Técnica del Psicoanálisis. Fueron sus editores los que les pusieron el nombre de "Escritos sobre técnica analítica". Pero desde el retorno de Lacan a Freud, considero que la tejné-poiesis del psicoanálisis es una creación-producción que muere en el momento mismo en que nace, como la poética de Aristóteles que se funda contra toda taxativa futura. Freud escribe esos textos de técnica psicoanalítica, con mucha precaución y no sin temor de que se tomen por clisés. Freud aclara que lo que ahí expone sólo le ha resultado útil para su propia persona. [3]

La Asociación Internacional de Psicoanálisis se encargó de institucionalizar y controlar políticamente una supuesta técnica psicoanalítica, para que los analistas, ante la singularidad y el desafío de cada sujeto, no sabiendo cómo hacersupieran hacer como, obedeciendo un patrón. Y todo el que no siguiera ese patrón era (y sigue siendo) tachado de hereje. Una excomunión que le toca vivir a Lacan a fines de los 40 y principios de los 50 en París, por introducir variables poéticas con respecto a la escucha y al tiempo de la sesión, que no se justifica ni por el tiempo cronológico ni por la costumbre, sino por lo que sucede en la sesión misma, y en función del tiempo en el que se escucha poéticamente lo que se escribe de significante, el tiempo de la retroacción significante, el instante en que se produce un efecto que descoloca al sujeto respecto de su decir, el instante mismo de concluir, en el que el sujeto sale de la sesión con un enigma oracular a cuestas, que le impele a interpretar el decir del analista, su silencio, su propio decir escandido por el analista, etc. Por ello, la interpretación analítica puede ser considerada falsa, puesto que hace falsear al sujeto. Esperar el tiempo del reloj corre el riesgo de que el sujeto se reponga y se cierre lo inconsciente que se había abierto. Si el inconsciente se ha dormido hay que despertarlo. Es el corte del significante el que despierta al inconsciente, el mismo que despertó a la Asociación Internacional de Psicoanálisis y no la ha dejado dormir. Y es que la neurosis obsesiva internacional se ha instalado para defenderse de lo inconsciente para que nada pase.

Pero no se trata ahora de caer en el lacanismo, en una nueva ritualización, en un hacer como Lacan. Se trata de no dormirse, y para ello está la función ética (el deseo del analista), que es poner a trabajar al inconsciente, lo que exige del analista el rechazo a la razón técnica, al discurso del amo y al confort. La ritualización del análisis no sólo se realiza a través del standard del tiempo sino de las intervenciones del tipo clisé, que son previsibles y no despiertan sino que hacen roncar al inconsciente.

 A la concepción del análisis obsesivo y burocrático, Lacan le opone la interpretación que tiene efecto de sorpresa, que cae bruscamente como un decir enigmático y oracular, [4] que no cierra el inconsciente aportando el significado que falta y la comprensión del sin-sentido (como ciertas hermenéuticas). La palabra del analista debe ser un acicate, no un somnífero. La intervención del analista no tiene la función de hacer consciente todo lo inconsciente hasta obturar la falla subjetiva. En lugar de resolver todas las preguntas del sujeto, el análisis es la experiencia del no-saber, de la falta y la verdad a medias. Ciertamente la intervención oracular incomoda al sujeto, pues tiene que preguntarse ¿Qué dijo? La intervención del analista debe ser inesperada, como un lapsus, que como cae en medio de la frase, el sujeto no puede escuchar al analista porque está escuchándose a sí mismo, donde la palabra cae de canto, cortando poéticamente el discurso. Y el que escucha tal oráculo se ve impelido a interpretar lo que se quiso decir; la interpretación en realidad la hace el analizante. Toda intervención que apunte al sentido de los significados, desde la filología, el contexto histórico, la tradición o el medio cultural, que trabaja con significados, es una interpretación imaginaria. La función del analista es articular el saber que está en las asociaciones del sujeto.

 La escansión del discurso y los significantes, la cita que se extrae de otro momento del análisis, la metáfora, la metonimia, el quiasmo, son diversas formas de intervenir en análisis. Una intervención analítica privilegiada es el silencio. Puede haber un silencio de cortesía: se escucha porque el analizante está hablando. Hay un silencio que confronta e interroga; el analizante hace una pregunta y el analista calla, lo que lo lleva a la cuestión: ¿Por qué pregunto esto? ¿Por qué espero que éste me conteste? Hay un silencio denso, en el que el analizante calla y el analista también. Hay otro silencio que es de elaboración. Hay otro silencio que puede ser heideggeriano; se guarda silencio no porque no haya nada qué decir o porque se esté mudo, sino porque hay que esperar que algo de la verdad venga a develarse (Aletheia) en el discurso (Logos). Hay también un silencio que es sabio, en que el analista calla porque cualquier cosa que diga puede ser una verdadera tontería. Si el analista, frente a las anécdotas del analizante dice algo, se compromete con los significados de éste, indicando que ha comprendido, y que se compromete con las identificaciones imaginarias, sancionando que las cosas son como el analizante las cuenta, o que se tiene una actitud diferente frente a esas cosas, lo que sería reducir el análisis al registro imaginario. Como Wittgenstein: ante lo que no se puede hablar más vale callar.

 Lacan llega a plantear que la interpretación litiga lo falso, pues le hace percibir al analizante que su ser se encuentra en la falla de su decir, además de que hace resonar lo que no es significante sino lo real del goce. Donde reina el medio-decir de la verdad sólo se puede responder con el equívoco homofónico y gramatical que apunta a subrayar la enunciación del sujeto y lo que ex-siste en sus dichos. Por ello, la interpretación permite que se desprendan los significantes insensatos apresados en el síntoma.


3. La poética de la interpretación, como lo imposible de saber.

A fin de ahondar en la interpretación voy a abordar el texto "El decir del analista" [5]  de Collete Soler, un ensayo basado en El atolondradicho [6] de Lacan. Es Lacan quien hace de la interpretación un acto analítico, en tanto que produce efectos estructurales reales. En los albores del psicoanálisis la interpretación está a nivel de los efectos de significación; una interpretación adecuada no es la que aprueba el analizante sino la que produce nuevas asociaciones, o la que produce -según Lacan- a partir de la movilización de los significantes, nuevos efectos de significación; la interpretación impulsa el análisis pero no se sabe cómo ponerle fin. Por ello cuando Lacan habla de interpretación no sólo se refiere al empuje del análisis sino al efecto real que produzca un cambio del ser hablante, un sujeto asegurado de saber. [7] Mientras al principio del análisis está el sujeto-supuesto-saber, al final del análisis se suprimen los supuestos para dar paso a la certeza. 

 Después de distinguir el enunciado de la enunciación en el campo del lenguaje, Lacan introduce la diferencia entre el decir y los dichos, que no sólo se refiere al lenguaje sino a la estructura del discurso. De acuerdo con la distinción enunciado-enunciación, la interpretación trataba de revelar la enunciación de los enunciados. En principio no hay dichos sin alguien que los diga; toda proposición es dicha. Pero el decir es heterogéneo al dicho pues es ajeno al problema de la verdad. De cualquier frase se puede preguntar si es verdadera, falsa o ambas cosas. También se puede preguntar por qué lo dice en lugar de callarse, que apunta al acto del decir, a la causa de la proposición, que es independiente de la verdad o falsedad. Y es que la regla analítica de que el sujeto diga todo lo que se le ocurre, suspende el valor de lo que se dice, la verdad; el analizante suspende la aserción de sus freses al autorizarse a hablar de cualquier cosa; el inconsciente es siempre un tal vez. Pero la suspensión de la pregunta por la verdad destaca que la proposición haya sido dicha. Se pueden poner en duda las frases pero no el decir. En la experiencia la diferencia y autonomía del decir con respecto a los dichos, se presenta en forma de sorpresa. El sujeto es sorprendido por su decir, sea verdadero o falso. Por lo que el decir no cae bajo la jurisdicción de la verdad como opuesta a la falsedad. Entonces el decir escapa a los dichos y su enunciación esmomento de existencia. Cuando Lacan se pregunta por el significado del decir se tiene que dirigir al significante. A lo que responde que el significado del decir es la ex-sistencia (ex=afuera; sistir=sitio). Así presenta la diferencia entre los dichos que representan al sujeto y cuyo significado es el sujeto a todos los dichos, y el decir que tiene un significado de ex-sistencia, distinto de los dichos. Lo que significa que el decir existe a todos los dichos. Para sostener que todo fue dicho es necesario que haya habido un decir; un análisis llega a su fin cuando ya no es olvidado el decir.

 En principio Lacan subraya el olvido del decir en el discurso de la lógica de las proposiciones de Aristóteles, que conduce a la lógica de las funciones proposicionales que Lacan utiliza en El atolondradicho. El primer ejemplo de olvido del decir está en el logos apofánticos de las proposiciones asertivas de Aristóteles. Ciertamente no todo discurso puede ser sometido a la pregunta por la verdad, como el existencial, la orden, la pregunta o la oración que no son apofánticos (asertivos). Lacan destaca que las proposiciones asertivas de la lógica clásica disimulan el decir. Porque Wittgenstein forcluye el decir para poder cuestionar sólo las proposiciones y muestra el engaño filosófico, es que Lacan se opone a los lógicos que disimulan el impacto mandatario del decir. Esta es una cuestión que no se debe desconocer para poder pensar en la interpretación. Ante la disociación de la gramática de la lógica desde Aristóteles, Lacan toma otra dirección: "La gramática mide ya la fuerza y debilidad de las lógicas que se aíslan de ella". [8] La gramática, a través de sus modos verbales, expresa la posición del sujeto que habla en relación con lo que dice y de lo que significa su frase. Y es que son los modos gramaticales los que permiten diferenciar el decir del dicho.

 Mientras las fórmulas de interpretación son múltiples, la interpretación, en tanto que decir, es siempre singular. Por ello lo importante es el decir y no las interpretaciones. Se puede pensar en la oportunidad de las interpretaciones, en los efectos producidos, en las interpretaciones desapercibidas, que tienen efectos espectaculares sin que el analizante registre la interpretación. Pero antes del valor o la exactitud de la interpretación es necesario que sea una interpretación, que sólo se entiende a partir de la diferencia entre el decir y el dicho. Y es que la interpretación en singular tiene un efecto estructural: hace ex-sistir el decir. Más allá del efecto terapéutico es preciso que se produzca un sujeto asegurado de saber lo imposible. En el análisis hay dos tipos de decires: el del analizante que demanda y el del analista que interpreta; ninguno de los dos es un enunciado o una proposición. [9] 

El decir-demanda del analizante se capta en la experiencia de la transferencia, bajo la forma de la queja, la decepción, la nostalgia, en la que el sujeto hace una petición silenciosa y deja escuchar el peso del decir de todos los dichos del analizanteUna demanda que no es universalizable pues es de cada cual, que se manifiesta como exigencia de satisfacción, en la que insiste el deseo y la repetición de lo que se pide: demanda a interpretar. La interpretación del analista es apofántica, asertiva, reveladora, hace aparecer con el equívoco de escritura el obstáculo respecto al ser; un decir en el que el analista -como Wittgenstein, dice Lacan- se elimina como sujeto de su discurso. La interpretación es decir apofántico que no deja lugar a la duda y se dirige al decir del analizante, exclusivamente a él. La interpretación es asertiva, acierta, es una afirmación categórica, aunque no es una proposición. La interpretación compensa la suspensión de la aserción de la asociación libre. El análisis debe conectar la afirmación del analista con la indeterminación de la asociación libre, para extraer del decir del analizante una proposición. Pero esta afirmación categórica no es el dictado de los mandamientos del amo. Muy temprano Lacan habla de la puntuación, como punto de almohadillado que señala un momento significativo que puede cristalizar una significación. A diferencia del corte, que al separar los significantes interrumpe la cadena pero impide el cierre, produciendo una perplejidad alejada de la certidumbre, introduciendo el sin-sentido que exige del analizante la interpretación.

Otro tipo de intervención que gesta perplejidad es el enigma, que es un enunciado sin mensaje, el colmo del sentido sin significación, que apunta a la presencia pura de la enunciación. El común denominador de las diversas interpretaciones es que son intervenciones o dichos que no dicen nada, en el sentido mismo de la proposición asertiva. Son enunciaciones que presentifican la inconsistencia del Otro (el orden simbólico). Pero no hay que olvidar la diferencia entre "no decir nada" y "decir nada", pues es este último decir silencioso el que introduce la castración y falta de goce. Lo importante en el análisis es que el silencio funcione como un significante en lo real, a fin de que produzca una significación enigmática, y que el analizante sea conducido a tratar de interpretarlo de muchas maneras, según sus fantasías poéticas. La función del silencio en análisis introduce el imperativo de "decir más".

 Un instrumento privilegiado del análisis es el equívoco, pues utiliza la plurivocidad poética de la lengua, permitiendo el pasaje de la indeterminación a la certidumbre. El equívoco, que parece sostener la duda, posibilita un decir que le pone punto final al enigma subjetivo del analizante. El equívoco sustituye la falta de relación sexual en el inconsciente; asegura la cópula entre los significantes y sustituye la falta de relación sexual. El gran descubrimiento de Freud es que la equivocidad del lenguaje opera en todas las formaciones del inconsciente (sueño, lapsus, chiste y síntoma). El equívoco aprovecha la homofonía poética, no a nivel del lenguaje sino de la lengua. [10] 

El equívoco le presentifica al analizante, al margen de sus intenciones, que no es hablante sino hablado, porque heideggerianamente El habla, habla (lo que abre la dimensión poética del psicoanálisis), pues hace tambalear la consistencia de las significaciones, en tanto que es un decir que no dice nada y que por ello produce la división del sujeto, entre su intención de significación y un saber del que se encuentra separado. El equívoco presentifica que en el lugar de la verdad a la que el sujeto tiende hay significantes sin sujeto, que nacen en la lengua y que tienen un efecto de revelación. Existe un segundo equívoco que no se dirige a la polisemia de la lengua sino a la gramática, que como está en el nivel del lenguaje limita el equívoco. 

La gramática constituye el lenguaje del sujeto, su lenguaje. La gramática, al fijar las significaciones, reduce la polisemia. La gramática está conectada al fantasma, porque fija las significaciones particulares del sujeto. Por ello Freud -dice Lacan- les hacía repasar a sus pacientes su lección de gramática. El lenguaje no es universal; cada cual tiene el suyo. Y es que las significaciones giran en torno a una significación fantasmática del lenguaje de cada uno que no es universalizable. Algo que los posfreudianos (también los hermeneutas) interpretaron como que el analista inyecta su propia lección. Pero la respuesta es anterior a la pregunta, puesto que el saber ya está en lo inconsciente. Ciertamente el analizante le demanda un saber al analista, pero con su silencio el analista le responde que lo que tiene que hacer es hablar, pues la lección ya está inscripta, que el texto no va a ser el del analista, aunque provenga del Otro. Lo que hay del lado del analista es el silencio del decir. La interpretación dice: no te lo hago decir. La intervención del analista es un decir nada, puesto que no introduce un significante nuevo sino un equívoco de doble sentido. De lo que se colige que las intervenciones del analista no deben ser ni filológicas ni pedagógicas, sino lógicas y poéticas, a fin de que el analizante reflexione, interprete y saque sus conclusiones de lo que le pasa. La intervención del analista apunta a la conjunción-disyunción entre los dichos y su causa. Hay un tercer equívoco que es el lógico-poético y que se relaciona con el goce sexual o más bien a-sexual, que indica que la repetición de la demanda hace inalcanzable la relación sexual. La interpretación sin la lógica-poética sería insensata, pues desconocería la incompletud, la inconsistencia del orden simbólico, es decir lo real de lo simbólico.

El primer equívoco, a nivel de la lengua, apunta a la división del sujeto y a la presencia de un saber poético sin sujeto que determina su goce. El segundo, a nivel del lenguaje, revela que la consistencia del lenguaje, de la fijación de sus significaciones gracias a la gramática, implica una causa desapercibida. El tercero, a nivel de la lógica, señala los vacíos lógicos del discurso que valen como reales. No se puede decir cualquier cosa, puesto que hay un saber que labora solo, una consistencia fantasmática con causa y una inconsistencia lógico-poética sin remisión. La interpretación apofántica (asertiva) apunta a los diversos niveles de imposibilidad del discurso, sin enunciarlos. La interpretación analítica, sin predicar ni ser una proposición, pone en su lugar a la función proposicional, a la función fálica que suple el sin-sentido de la relación sexual. La interpretación es una respuesta que marca los tres modos de lo imposible. La interpretación se dirige a la causa del deseo, al objeto causa del deseo (a), pero no como un saber del goce sino como un saber imposible. Por ello al fin del análisis el sujeto está asegurado de saber, seguro de los límites del saber que lo condenan a ser uno solo, pues hay el dos de la relación sexual. El análisis implica la travesía del fantasma (que es respuesta ante la falta) y el beneficio del saber, lo que no asegura el saber sobre el fantasma fundamental (afectado por la represión primaria), sino la falta en la estructura. Entonces lo apofántico de la interpretación se dirige a lo imposible de saber.

 La interpretación analítica no da sentido sino que reduce los significantes a su sin-sentido para ubicar las determinaciones del sujeto. La interpretación también interviene para invertir la producción de sentido (en la que el significante produce significado), de tal modo que puede intervenir a nivel del significado para generar significantes irreductibles que no signifiquen nada (única forma de disolver el síntoma, que es el abrochamiento de un significante a un significado). No se trata pues de hacer concordar el discurso del analizante con la teoría psicoanalítica, sino de deconstruir todas las teorías de la interpretación, de forma que en lugar de una técnica se geste una tejné-poiesis. Así, el analista en lugar de darle un nuevo mensaje al analizante, debe hacer posible que el analizante escuche su propio mensaje inconsciente. Porque la interpretación posibilita que el analizante escuche su propio mensaje en forma invertida, acorde con la inversión de Lacan a la moderna teoría de la comunicación.

Después de esbozar una poética de la interpretación psicoanalítica resulta más comprensible la distancia que Lacan marca entre el psicoanálisis y la hermenéutica. De entrada hay que evitar el malentendido de que el psicoanálisis es un método de investigación, ya que es un pretexto para muchas cosas, por lo que no es de fiar. Por ello Lacan no se considera un investigador; evocando a Piccaso, dice: Yo no busco, encuentro. Y es que existe un parecido entre la investigación que busca y el registro religioso, pues lo encontrado está siempre detrás, como olvidado o escondido, lo que hace de la investigación una actividad complaciente. Si la investigación le interesa al psicoanálisis es en relación al debate sobre las ciencias humanas, ya que tras los pasos del que encuentra está la reivindicación de la hermenéutica, que es la que investiga y busca la significación nueva e inagotable, aunque amenazada por el que la encuentra. Si a los analistas les interesa la hermenéutica -sostiene Lacan- es porque la búsqueda de la significación que propone es confundida con lo que el psicoanálisis llama interpretación. La interpretación psicoanalítica no debe confundirse con la interpretación hermenéutica, aunque ésta siga sacando provecho del psicoanálisis. [11]  

 En Respuestas a unos estudiantes de filosofía sobre el objeto del psicoanálisis, Lacan señala que el sujeto del inconsciente es el ser del hombre que es hablado, que el psicoanálisis rechaza todas las ideas del hombre que se han vertido (que ya no valían antes de su nacimiento) y que el objeto del psicoanálisis no es el hombre sino lo que le falta, un objeto. Asimismo, subraya que la unidad de las ciencias humanas debe reconocer sus límites. Lacan se refiere a las pretensiones de universalidad de la hermenéutica:
"Nos hace sonreír por cierto uso de la interpretación, como jugada tramposa de la comprensión. Una interpretación de la que se comprenden los efectos no es una interpretación psicoanalítica. Basta para saberlo haber sido analizado o ser analista. Es por ello que el psicoanálisis como ciencia será estructuralista hasta el punto de reconocer en la ciencia un rechazo del sujeto". [12]    

 Por último, la poética de la interpretación, cuyo correlato es la interpretación poética, a partir del retorno de Lacan a Freud, pretende destacar que existe una dimensión poética del psicoanálisis, que no reduce el psicoanálisis a una poética, ni supone que los analistas y los analizantes son poetas, aunque podrían serlo, sino que ambas experiencias beben en la misma fuente. Recordemos que tanto Freud como Lacan aspiraron a elevar el psicoanálisis a un rango científico. Freud soñaba con darle un estatuto científico como el de las ciencias naturales y por otro llega a decir que inscribiría el psicoanálisis en launiversitas literarum. Lacan se afanó en darle al psicoanálisis una cientificidad próxima a las ciencias formales, aunque en su última versión afirma que el psicoanálisis no es una ciencia sino un delirio científico.


[1] El goce, anterior a la palabra, se concibe como no habiendo sido exiliado de la naturaleza, o como diría Freud en diversos lugares de su obra: como la entrega al apareamiento en la que viven los animales.
[2] Jacques Alain Miller, "El otro Lacan" en Matemas I, Buenos Aires, Manantial, 1987. p. 112.
[3] Sigmund Freud, "Consejos al médico sobre el tratamiento psicoanalítico" (1912), op. cit., t. XII, p. 111.
[4] Rosario Herrera, "El Oráculo del Siglo XX", en revista La Nave de los Locos, no. 14, Morelia, Lust, 1989.
[5] Collet Soler, "El decir del analista", Varios Autores, El decir del analista, Buenos Aires, Piados, 1975, pp. 13-48.
[6] Jacques Lacan, "El Atolondradicho", passim.
[7] Ibíd., p. 60.
[8] Ibíd., p. 18.
[9] Ibíd., pp. 59 y 62.
[10] Ibíd., p. 64.
[11] Jacques Lacan, Les quatre concepts fondamentaux de la psychanalyse, op. cit.,  pp. 15-16. 
[12] Jacques Lacan, El objeto del psicoanálisis, Barcelona, Anagrama, 1970, p. 57-58
[4] Rosario Herrera, "El Oráculo del Siglo XX", en revista La Nave de los Locos, no. 14, Morelia, Lust, 1989.
[5] Collet Soler, "El decir del analista", Varios Autores, El decir del analista, Buenos Aires, Piados, 1975, pp. 13-48.
[6] Jacques Lacan, "El Atolondradicho", passim.
[7] Ibíd., p. 60.
[8] Ibíd., p. 18.
[9] Ibíd., pp. 59 y 62.

viernes, 6 de marzo de 2015

DE “LA COMEDIA HUMANA” DE WILLIAM SAROYAN A “PARECE UNA TONTERÍA” DE RAYMOND CARVER.


En la tertulia artístico-literaria que hemos creado con el grupo de compañeros del “Teléfono la Esperanza de Asturias”, este mes nos propusimos leer “La comedia humana” de William Saroyan, obra que me está gustando mucho. Leyendo los primeros capítulos, me sorprendió el eco de otra obra que también  me encanta, el cuento de Raymond Carver en su segunda versión: “Parece una tontería”.

En “La comedia humana” la situación aparentemente tonta que me llevó al cuento de Carver es el saludo que sí obtiene el pequeño Ulysses Marcauley de uno solo de los pasajeros del tren que pasaba por las inmediaciones del jardín de su casa, el negro que cantando le dice: ¡Me voy a casa chico! ¡Me voy al sitio de dónde soy!, frases que  sintetizan según lo entiendo, el tema de que trata la novela, ya que están los que no vuelven de la guerra, no vuelven a su casa en la tierra, pero sí quizás a esa otra casa que a todos nos espera, tierra donde la ardilla que atrae la atención de Ulysses en la primer línea de la historia, hace su madriguera. Elección forzosa de la muerte: “la madre tierra que a todos nos acoge en su seno”, que Freud trabaja magistralmente en “El motivo de la elección del cofre” (1913) a partir de “El mercader de Venecia” y “El rey Lear” del fabuloso Shakespeare.                                                           

Respecto al cuento de Carver, la primera versión se “El baño” y sorprende, dado los cambios que el autor introduce entre ambas versiones del cuento, que justo la primera haya sido la incluida en el libro “De que hablamos cuando hablamos de amor”, pues a partir de ello, en mi se piensa que el autor corrigió la misma para hacer entrar el amor en la historia, que como lo entiendo, estaba más bien ausente en esa primera versión. También el cambio de título permite apreciar claramente el desplazamiento del acento afectivo del autor y del cuento, del episodio del baño a aquello que parece una tontería,  pero no lo es.                                                                            

Este reencuentro me hizo recordar que en alguna oportunidad yo había escrito un comentario acerca de este cuento, el cual desistí de publicar en mi blog en aquellos momentos por motivos que no corresponde explicitar acá y que tampoco tengo del todo claros. Sí puedo decir, que esto que he escrito, y que hoy, pasado ya un tiempo,  decido compartir en mi blog, surgió leyendo a su vez otro libro: “Cuentos para leer en familia” de Jean Grasso Fitzpatrick.
 He aquí el fragmento que dio lugar al “escrito” que presento a continuación.


“Los duendes y las hadas son tan difíciles de ver que, probablemente no crea en su existencia. Muchas veces las personas que más nos han ayudado también son así: apenas tenemos conciencia de lo mucho que significaron para nosotros. En nuestra era de grandes cambios, quizás los hemos conocido solo por poco tiempo”.    
                 
                     

“Parece una tontería” es una de esas historias que abrigan el alma y nos hacen darnos cuenta de cómo  a veces los gestos o  actitudes en apariencia más  simples que precisamente “parecen una tontería”, no solamente no lo son, sino que por el  contrario,  son los que calan más profundamente en nuestra interioridad. Y por ello, pueden llegar a convertirse, valga la redundancia, en el más cálido abrigo para  el alma de alguien que está viviendo circunstancias difíciles.  Y también, para tomar conciencia de que  hay innumerables ocasiones en nuestra vida cotidiana en que sin darnos cuenta, nos hemos encontrado con algún duende o alguna hada que nos ha arropado con sus dones, así como en otras circunstancias, hemos sido nosotros quienes tal vez, también sin darnos cuenta, hemos hecho de hadas o duendes para otros.

El consuelo a veces es brindado “por”, o encontrado en personas aparentemente anodinas, o inclusive en personas que nos pueden producir rechazo, parecer desagradables o con quienes pudimos no haber tenido un buen vínculo en un primer momento, y cuyas vidas se han cruzado con las nuestras por pura casualidad y muchas veces además, en forma puntual. En el caso del cuento, el consuelo es brindado por un pastelero al que una madre había encargado un pastel de cumpleaños para su hijo. El día del cumpleaños, el hijo tiene un accidente(es atropellado) y fallece a los pocos días, por lo cual obviamente la madre no está en condiciones de acordarse ni de tener en cuenta el encargo realizado, ante el tremendo truomatismo (agujero) que la atraviesa.  Por supuesto que sin saber nada de ello, y molesto porque ella no fue a retirar el pastel ni a pagárselo, el pastelero llama a la casa reiteradas veces en forma infructuosa, sin darse a conocer.

A partir de este hecho, nos encontramos dos versiones del cuento, la primera escrita en 1981 que lleva otro título “El baño” publicada en el libro “De que hablamos cuando hablamos de amor”) y la segunda,  la cual motivó primeramente este escrito, publicada unos años después en su libro “Catedral”  titulada “Parece una tontería”.

En la primera versión del cuento, una de las veces en que el pastelero llama a la casa,  la madre coge el teléfono. Se encontraba  allí  con el objetivo de darse un  baño y de descansar un rato de tantos días en el hospital. La madre, ya con  el chico en coma, pregunta si se trata de Scotty, y el pastelero dice “sí, Scotty, se trata de Scotty”. Y el cuento culmina ahí. Tendremos que apelar a la otra versión del cuento para  encontrar la capacidad de empatía y la solidaridad del pastelero que abrigan el alma de estos padres. ¿Pero acaso en nuestra vida no tenemos muchas veces  también que apelar a segundas versiones o a re-visiones, a re-significaciones y a reescribir capítulos de nuestra historia que nos permitan  reconciliarnos con los otros, con nosotros mismos y con la vida? Podemos decir que así como el autor re-escribe el cuento para hacerlo mejor, nosotros como autores de nuestra propia vida, intentamos también re-escribir nuestra historia y en ocasiones muchas veces en ese mismo intento por mejorarla.

Pero antes de ello, me interesa repensar los sentidos que podemos crear a partir de ambas versiones del cuento, los sentidos que dichas versiones pueden tener como actitudes humanas, esto es, actitudes que todos podemos tener y seguramente  hemos tenido y tendremos frente a las circunstancias de los otros, e intentar leer algo de las mismas para conocernos y crecer espiritualmente.

Para hacerlo me  interesa  retomar los comentarios que  he encontrado en un blog denominado “PITO CUATRO La sobremesa de los talleristas de Pablo”, sobre las dos versiones del cuento, los cuales me parecen interesantes, promoviendo  en mi el deseo de entablar con las mismas un diálogo que espero sea enriquecedor.

En un escrito fechado el 23 de noviembre de 2007, titulado “Moverse hacia la ternura. Sobre Raymond Carver. por Pablo Ramos” texto que además fue editado originariamente en http://www.no-retornable.com.ar/reflexiones/0039.html

Pablo Ramos en un fragmento extenso de su escrito que aquí transcribo dice refiriéndose a la primera versión del cuento, o sea a “El baño”:  

“No hay trucos, porque aunque ella no cae en la cuenta de quién es el que llama, el lector no tiene dudas, por eso el cuento no es malo en lo formal, pero es malo en su razón de ser. No hay hondura, no hay punto de no retorno más allá de la posible muerte de Scotty como circunstancia. Del comentario fuera de lugar del pastelero como circunstancia. Y si uno mide la dimensión teórica del drama (el coma de Scotty, que el pastelero llame y llame por teléfono a la madre diciéndole que Scotty tal o cual cosa) contra el peso emocional que uno siente al terminar de leer (esto es lo que debería haber sentido contra lo que realmente siente) sale defraudado. Sí, ¡defraudado por Raymond Carver!”

“Es que a veces no alcanza con que el escritor contemple con la boca abierta o en puro asombro un zapato viejo o un atardecer, tal cual lo dice Carver. Y es que él dice “a veces se necesita tan sólo contemplar…” y nosotros leemos “con eso alcanza, lo hago siempre y listo. No. No es así: no es tan fácil escribir fácil.
Hay palabras importantes que Carver hace renacer (en su segunda versión): ternura, alma, talento, son algunas de ellas. Entonces si no tienes talento y no escribís con el alma jamás vas a lograr moverte hacia la ternura, y eso es lo que busca Carver, aún en los cuentos más duros, él mismo lo dice cuando “medita” sobre la frase de Santa Teresa que tanto le gustaba “las palabras llevan a las acciones… preparan el alma, la alistan y la mueven a la ternura”.
Entonces volviendo al cuento “El baño”. La madre vuelve, al hijo le van a hacer mil estudios, escucha lo que escucha del pastelero y se termina el cuento ¿Qué cuento? Ningún cuento, porque no le salió, porque así no pasa nada, porque fue sólo una idea que se publicó”.

Respecto a estos comentarios, estoy en desacuerdo con  que el cuento es “malo en su razón de ser” como dice Pablo Ramos, ya que nos cuenta, mal que nos pese, cómo muchas veces podemos actuar de manera mezquina, egoísta, rencorosa y vengativa   hacia los demás, especialmente cuando desconocemos sus circunstancias y las nuestras nos pesan demasiado, incapacitándonos para ponernos imaginariamente en posibles situaciones en las cuales  podría estar el otro. Tal es el caso del pastelero, que sin saber  porqué la madre de Scotty no acudió a retirar  el pastel ni avisó nada, da por sentado que ella actúa de forma  negativa o de mala fe “porque sí”: cree que lo quiso estafar o molestar gratuitamente, o cuando menos, interpretó el hecho como una falta de consideración para con él y su trabajo y se sintió con derecho a tomarse revancha  mediante una ¿actitud intimidatoria? 

En este sentido el cuento  tiene la razón de ser que es contar lo desagradables que podemos ser los seres humanos a veces, cuando nuestras circunstancias son las únicas que cuentan y nos movemos impulsivamente por las mismas, sin tener  nuestras emociones educadas en  la empatía, o cuando aún teniéndolas  relativamente domesticadas, nos topamos con situaciones que  reactivan nuestros fantasmas inconscientes. En todo caso, lo malo y lo terrible es que a veces seamos así, que podamos vernos reflejados en esa manera de actuar del pastelero.

 Y precisamente, esa falta de empatía es lo que le reclama en la segunda versión del cuento la madre, luego de decirle  que su hijo fue atropellado y murió: “pero naturalmente usted no tenía porqué saberlo, ¿verdad? Los pasteleros no tienen que saber todo, ¿verdad, señor pastelero? , a lo cual más tarde, cuando los padres van a la pastelería, este responde con una especie de justificación: “simplemente soy un pastelero”.

Tenemos a la madre de Scotty tremendamente dolida y furiosa por el fallecimiento de su hijo, que ha encontrado alguien, que  en sí no tiene responsabilidad de lo que le ha sucedido, pero que por la forma insensible en que actúa cuando ella no va a retirar el pastel, se torna en el foco perfecto donde poder desplazar y descargar su rabia. Un madre que dado lo dramático de situación (en vez de haber podido festejar el cumpleaños- nacimiento- de su hijo, se enfrenta a su muerte), que  tal vez espera del otro un más allá de la empatía (lo que a veces pedimos cuando le decimos a alguien que si no ha vivido una determinada situación, no puede saber lo que se siente “realmente” en la misma), y que se encuentra con todo lo contrario, una actitud marcadamente hostil.

 Más bien, lo que ella habría querido, como lo atestigua el mecanismo de negación al que recurre como defensa (“los pasteleros no tienen porque saberlo todo”) es que el otro hubiese sabido TODO, que el pastelero, o quien estuviera  a tiro, hubiera podido sentir en forma idéntica lo que ella siente, y aún tal vez, aunque pueda parecer “loco”, saber lo que podría suceder para haberlo podido evitar, o incluso que fuese al pastelero al que le hubiese sucedido el haber perdido a su hijo. 

 Y en su desesperación recurre defensivamente también a la ironía y la devaluación, la cual es aceptada por el pastelero que le confirma que  él es simplemente  un pastelero, como si dijera que a un pastelero no se le puedo pedir otra cosa (sensibilidad, empatía y menos que sea adivino de lo que iba a suceder), que es un ser humano que no sabe mucho del alma humana, sí de hacer pasteles. De hecho en el cuento hay elementos descriptivos que caracterizan al pastelero como alguien  burdo, “primitivo”.

La madre de Scotty le supone al pastelero sin conocerlo características que lo definen como alguien burdo, grosero, desagradable:   y como parece obvio de alguien así no se puede esperar sensibilidad ni empatía, y la actitud del pastelero en la primera versión del cuento responde exactamente a esa imagen  a modo de profecía auto-cumplida.


Y  su rabia la lleva además a insultarlo y a desearle  el destino de su hijo: “quisiera matarlo -dijo Ann- verlo muerto”, que hubiese sido él quien sufriera ese destino-que por lo insensible, por lo burdo se lo merecía - en vez de su hijo. Esta frase  no solamente es la manifestación del deseo de no estar viviendo esa situación y de que fuese otro el afectado, sino que tal vez vehiculiza además la ley del talión y una creencia popular de que las personas insensibles ante un hecho que es doloroso para otro, solamente pasando por la misma experiencia o situación puede aprender a ponerse en el lugar de ese otro. 
La madre de Scotty también actúa en forma desmesurada llevada por su dolor pidiendo al otro algo imposible, que actúe como un ser sobrehumano, y el pastelero le dice que él es solamente  un pastelero, un ser humano.

 Y de alguna manera esa versión insensible del pastelero es verdad, y de otra  no lo es, como claramente queda demostrado en la segunda versión del cuento. En esta  primera, el autor sí nos deja con esa versión burda, insensible del pastelero, pero le da la posibilidad de redimirse en la segunda versión. Obviamente que era imposible que el pastelero supiera lo que había sucedido, y no es eso lo que  la madre  de Scotty le reclama, sino que hubiera  actuado con empatía, que hubiese podido imaginar situaciones que la justificaran teniendo en cuenta, por  lo menos para empezar, que ninguna madre, porque sí o para perjudicar a otro, deja de  retirar algo tan especial como un pastel para el cumpleaños de un hijo.

El cuento nos muestra, a través de una lupa, como muchas  veces actuamos centrados solamente en nosotros mismos, en nuestras necesidades afectivas insatisfechas que nos llevan a guiarnos solo o predominantemente  por los fantasmas inconscientes que son actualizados a partir de aquellas, en nuestro encuentro con los otros. 

Y cuando digo necesidades afectivas, no me estoy refiriendo a que el pastelero se haya molestado simplemente porque perdió tiempo haciendo el pastel y dinero porque no se lo vendió a la madre del chico, sino que hablo de la respuesta que él interpretó que recibía frente  a lo que en psicoanálisis Lacan llama la demanda de amor que dirigimos en principio al Otro primario (la madre) pero que reformulamos con los otros con quienes nos relacionamos: ¿qué me quiere el otro? 

En la actitud del pastelero podemos leer que  su interpretación puede haber sido algo así como: el otro me quiere joder, me dejó plantado con el pastel y ni se molestó en avisarme,  lo cual constituye una afrenta al narcisismo ya que parecería que el otro  no valoró ni su tiempo, ni el dinero que invirtió en hacer el pastel,  y por tanto no se sintió  valorado como persona. Y siempre que  ello sucede, en términos psicológicos podemos decir que el cerebro racional es tomado, secuestrado por el cerebro emocional, ya no pudo el pastelero pensar: plantearse otras posibilidades,  otras explicaciones posibles para lo sucedido, leer o interpretar algunos datos fundamentales que le habrían llevado a relativizar la situación. La rabia y el deseo de reivindicación y de  venganza se apoderaron de él.

 Sino todos, muchos podemos haber sido, o llegar a ser el pastelero, en menor o mayor medida, en alguna ocasión. Y ello ya nos ha llevado o llevará  a presuponer intenciones al otro, negativas como en este caso, o no tanto, y  en función de ellas a veces a tener actitudes injustas, equivocadas con los otros, o en otras, precisamente a que nos estafan o toman el pelo por confiar demasiado en las buenas intenciones de los demás.

Seguramente, también  hayamos gente que en enfrentados a la misma situación habríamos pensado, y por tanto actuado, de forma diferente en la medida en que lo sucedido no reactivara en nosotros  algún “complejo inconsciente” (en el sentido psicoanalítico del término y no en el vulgar). Hubiéramos podido pensar que  tal vez a la mujer le sucedió algo grave y por eso no pudo venir ni llamar, y máxime cuando el encargo no recogido era de algo muy importante para una madre como es el pastel de cumpleaños de un hijo. Algunos tal vez hasta hubieran intentado también llamar a la casa de la madre del chico, pero con una actitud más de interés, curiosidad o preocupación que  de reivindicación, como parece ser el caso.

Intentando darle otra lectura a lo que sostiene Ramos respecto  a que el primer cuento “es malo en su razón de ser”, diré que en otro sentido sí puedo estar de acuerdo con él, y no únicamente por lo que dice acerca de que “no hay hondura, no hay punto de no retorno más allá de la posible muerte de Scotty como circunstancia”, sino porque cuando actuamos de la manera en que actúa el pastelero, no hay hondura espiritual, afectiva en nosotros mismos, en nuestra historia o en nuestros pequeños cuentos cotidianos,  y por lo tanto, tampoco tenemos punto de retorno,  porque con ese tipo de actitudes,  estamos más cerca de la muerte que de la vida y del amor.

 En cambio, cuando actuamos como el pastelero lo hace en la segunda versión, segundo cuento o  ¿segunda parte o continuación del primer cuento?, es todo lo contrario. Asistimos a la capacidad  extraña que es la empatía y que nos permite salir-nos hacia el encuentro con el otro, estando  a la vez (o más bien, habiendo sido capaces de haber estado) tan metidos con nosotros mismos; presencia de Eros,  el único que permite hacer de esos pequeños cuentos nuestros de cada día, ¡grandes cuentos!

 Carver se reconcilia con el pastelero, y nos permite reconciliarnos a nosotros con él (con él y con el pastelero) y con nosotros mismos, y con nuestra ¿humanidad?, de esa manera nos impide también que –contrariamente a como lo siente Pablo Ramos- nos sintamos defraudados, tanto por el autor como con nosotros mismos: escribe una segunda versión del cuento, en el que el impedimento del baño reparador a la madre de Scotty en el primer cuento se transforma en una escena que da cuenta de actitud de profundo amparo que no es ninguna tontería y que  a mí me emocionó muchísimo.

Dice P. Ramos refiriéndose a  la  segunda versión del cuento.

Pero toda obra está viva mientras su escritor esté vivo, dice Carver, y unos años después, cuando sale el notable libro Catedral, reescribe el cuento “El baño”, lo titula, “Parece una tontería” y lo convierte en una verdadera obra maestra.
Lo extiende: la madre recibe más llamados del pastelero, Scotty muere, el pastelero insiste “Scotty, lo tengo listo para usted, se ha olvidado de Scotty” La madre lo insulta, minutos atrás acaba de enterrar a su hijo, ni ella, ni el lector ─atrapado ahora sí en el sentimiento de ella─ pueden entender que categoría de enfermo es este tipo. Pero la genialidad es que el lector está unos segundos por delante en comprensión que la protagonista, Carver nos regala esto, pero no abusa y unas líneas más adelante, enseguida, ella cae en la cuenta. Fácil: la torta, el nombre, el número de teléfono “Hijo de puta” grita, y el marido la lleva a la pastelería.
 Y ahora lo bueno, el pastelero no los quiere atender, ironías, soberbia. Finalmente les abre. Hay un momento de dudas, parece que va a haber violencia. El pastelero admite que llamó, que el pastel se está poniendo rancio, dice que si quiere se lo deja a mitad de precio. Y ¿saben como se dice mi hijo murió?:
“Mi hijo ha muerto –dijo Ann con un tono frío y cortante─. El lunes por la mañana lo atropelló un coche. Hemos estado con él hasta que murió. Pero naturalmente usted no tenía porqué saberlo, ¿verdad? Los pasteleros no tienen que saber todo, ¿verdad, señor pastelero? Pero Scotty ha muerto. ¡Ha muerto, hijo de puta!”
Y todo el dolor del universo empieza a llover sobre los personajes y a través de ellos sobre el lector, que ya está emocionalmente preparado (preparado por el escritor) para vivir el momento estético más sublime que el arte nos puede dar (a mi gusto), que es cuando la literatura, LA LITERATURA, se hace presente y dice “acá estoy”:
“…el pastelero dejó el rodillo de amasar en el mostrador… los miró y meneó la cabeza despacio…sacó sillas de debajo del mostrador….
_siéntese ustedes, por favor.
_ Quisiera matarlo- dijo Ann_ verlo muerto”
Ellos se sientan, él se sienta con ellos.
“─Permítanme decirles cuanto lo siento ─dijo el pastelero apoyando los codos en la mesa─ Sólo Dios sabe cuánto lo lamento. Escuchen. Sólo soy un pastelero…”
Sí, dice eso: “Soy sólo un pastelero…”. Una tontería. Parece una tontería. “…en momentos como estos comer puede parecer una tontería…”
El cuento sigue. Él les ofrece bollos, y ellos se quedan. Se hace de día y ni piensan en irse, mientras el pastelero les da de probar y de oler y les sirve más y más café.
Yo sólo soy un pastelero. ¿Le agregarían el adjetivo “simple” a “pastelero”?. No es
minimalismo, es talento”

Y finalmente los padres escuchando también las razones del pastelero para su proceder  innoble, compañía, conversación, bollos calientes y café, calidez de la  que aún al alba el  alma de estos padres no quiere marcharse.