El proceso de entrada en lo simbólico, o de
simbolización, del cual el descubrimiento del “pero” da cuenta para un sujeto,
implica la posibilidad de registrar(inscripción psíquica) la
presencia simbólico –imaginaria (metafórica) de un objeto ausente en lo real, por lo tanto se
funda sobre la base de la pérdida del objeto real o de la cosa.
Winnicot dirá que la supervivencia del objeto
al que el sujeto agrede o sobre el que vierte sus deseos destructivos, es fundamental
para la simbolización. El sujeto necesita en sus primeros años de vida cuando dicho
proceso está recién en construcción, confirmar que el objeto y la vida o
supervivencia del mismo fundamentalmente, es independiente de sus propios
deseos destructivos, ya que ello permite discriminar la realidad (donde el
objeto sigue existiendo) del mundo de la fantasía (donde se lo había destruido)
y controlar su ansiedad tanto paranoide que puede implicar el temor a que el
otro también lo destruya a él, como la depresiva y fundamentalmente la culpa que
da cuenta del dolor ante la pérdida del mismo, y que podría dar lugar a una
percepción de sí mismo como sujeto de
absoluta maladad. Solamente de esta
manera es posible, que mientras el sujeto está
viviendo una experiencia dislacentera y de destrucción con el objeto que
en esos momentos odia, pueda mantener casi al mismo tiempo en su pensamiento de forma preconsciente/incosnciente,
la vivencia placentera y el vínculo con
una imagen viva y amable del mismo objeto.
Así, si el objeto puede ser odiado y
destruido sin que muera de verdad en la
realidad su pérdida será palusible de ser simbolizada: El objeto es muerto fantasmáticamente
pero a la vez conservado vivo, ya que
reaparece en la realidad, y sobre todo no toma represalias contra quien le ha
deseado su muerte.En los casos en que este proceso de simbolización aún no se
ha llevado a cabo, y la madre real ,o quien hace de apoyatura para que el
objeto se constituya como tal , muere , las fantasías de haber dado muerte al
objeto se confirman en la realidad y
esto dificulta o impide el proceso de simbolización ya que no hay conservación
de la imagen amorosa del objeto sino vivencia de ser abandonado que será seguarmente
interpretada en términos de culpabilidad: como yo le odié y desee su muerte o
tuve la fantasía de darle muerte, efectivamente eso se hizo realidad, le maté y soy por tanto culpable, culpa que en tales casos es
eneralmente de tal dimensión que es imposible de elaborar.
Joaquín
Sabina en una canción dice esto de manera bella y certera: “Jugar por jugar”
Y jugar
por jugar/sin tener que morir o matar/
Conviene entrar penúltimo en la meta
de la vuelta a la infancia en patinete
y fusilar al rey de los poetas
con balas de juguete…….
En ese sentido, el caso de la persona que
atendía en el centro carcelario a la que hice referencia en la primer parte de
este artículo, yo en tanto depositaria de una relación de objeto en la cual él
me agredía y luchaba contra mí,
persistí en seguir concurriendo y seguir atendiéndolo aún así. Su odio
no pudo ni matarme ni hacer que le abandonara, y eso le permitió creer en la
supervivencia del objeto y en su amor a pesar y en contra de su odio. Y
fundamentalmente le permitió creer que en él no solamente habitaba el odio y la
maldad, sino el amor, ya que si no fuera así, ¿cómo y a santo de qué, podría el otro haberle
aguantado? En los casos de desconfianza extrema
respecto al otro, la cual se
presenta en trastornos asociales
severos, siempre se encuentran motivos para sospechar de la persistencia del otro
aún es situaciones como esta: viene porque me quiere usar como conejillo de indias,
te dicen algunos, o viene porque a usted le sirvo para investigar. En estos casos, el sujeto ha vivido en su infancia situaciones
en las cuales ha sido tratado de forma excesiva como un objeto de uso por el
Otro, y su desconfianza y odio son muchísimo más difíciles de revertir, cuando no imposibles de subsanar.No era
obviamente este el caso de esta persona recluida a la que he aludido.
EL
AMOR Y EL ODIO.
El amor no va sin el odio hasta tal punto que
Lacan inventó un neologismo para hablar de ello la odioenamoración (Seminario
20 AUN). Esta coexistencia del odio y el amor tampoco paso desapercibida para
Freud que intorodujo la cuestión con el témino ambivalencia. Tanto el odio como
el amor son estructurales a la fromación del yo, y por consiguiente,
inevitables en la especie humana.
El amor y el odio no son pulsiones ni
pertenecen al registro de las mismas, las pulsiones pertenecen al orden sexual,
el amor y el odio pertenecen al campo del narcisismo, al campo del yo.
Mientras el amor está en relación con lo
placentero,para lo cual expulsa y se conforma expulsando a lo
displacentero:Este exterior que produce displacer es odiado, y cuando este
exterior se encarna en otros, el odio lleva inevitablemente a la tentación de
destruir ,de suprimir o destruir a ese otro que constituye una privación para
su satisfacción sexual opara sus necesidades de conservación.El verdadero
prototipo de la relación de odio no procede de la vida sexual, sino de la lucha
del yo por su confirmación y afirmación. En al estructuración de la persona
humana el odio aparece antes que el amor.
La capacidad de simbolización se juega en la
relación amor-odio/ vida/muerte o supervivencia /destrucción del objeto. Y en
esa relación amor-odio será fundamental como decía eso que Donald Winnicott trabaja de manera formidable, que es la supervivencia y permanecia de la persona que oficia como
soporte del objeto cuando es odiado y fantasmáticamente atacado, y todo sujeto más requierirá
de ambas,cuanto más feroz sea el odio y
la destructividad real o fantaseada dirigida al mismo, si se quiere brindar al
sujeto la posibilidad de recuperarse, recueparar lo que Winnicott denomina la
“confianza básica”en el mundo y en el Otro, cuya base es la seguridad del amor
parental incondicional , esto es que se lo amará y cuidará sea como sea, haga
lo que haga . Solamente su recuperación
permite a un sujeto reparar en su
fantasía el daño imaginariamente eralizado al objeto y repararse y perdonarse)
a sí mismo por haberlo hecho en los momentos en que odiaba al objeto.
Otra psicoanalista, Mealnie Klein va a
palntaer el tema en los siguientes términos. Dira que en la 'posición
depresiva' , que es una constelación mental que sucede a la posición primera,
que denomina esquizoparanoide, en el desarrollo del niño, y cuyo comienzo se
estima en el segundo semestre de vida, el recién nacido que va adquiriendo
madurez física y emocional comienza a integrar sus percepciones fragmentadas de
los padres, y a la vez alcanza un sentido más integrado del yo. Al unir
sentimientos conflictivos de amor y odio y comprender que la persona odiada y
la persona amada son una misma se llega a un sensación máxima de culpa, y con
el tiempo a un deseo de reparación. En el curso de la niñez temprana e
intermitentemente durante la adultez se retorna a la posición depresiva. En
estos sucesivos pasajes se producen nueva y mas refinadas elaboraciones de la
misma.
La expresión 'posición esquizoparanoide' por
el contrario, que sería temporal y evolutivamente anterior a la depresiva, describe un estado
mental primitivo o temprano en que el yo se siente desintegrado. Esta posición
se refiere a una constelación de ansiedades, defensas y relaciones con el
objeto interno y externo que Klein considera característica de los primeros
meses de vida de un recién nacido y que varía a lo largo de la vida. La
principal característica de la posición esquizoparanoide es la escisión, tanto
del yo como del objeto, en lo malo y lo bueno, donde en el comienzo la
integración entre ellos es escasa o nula.
En estos momentos recuerdo algunas
situaciones de madres con una relación conflictiva con sus hijas o hijos ,
conflictiva que en algunos casos obedecía en gran parte a que ese hijo o hija no había sido deseado
por diversos motivos.El niño siempre percibe inconscientemente el rechazo de la
madre o del padre o la ausencia o poca
fuerza de su deseo, y responde de la misma manera obviamente, manifiestando de
diferentes formas su propio rechazo a la misma(ya que en estoa casos se trataba
en todos, del no deseo de la madre) ya desde los primeros días. En este sentido,
los bebés no expresan ninguna conducta
de rechazo a nada proveniente del Otro materno, si no perciben antes de forma
inconsciente un rechazo de parte de la misma, que puede a
su vez ser inconsciente y no voluntario
muchas veces , y estar determinado por conflictos incosncientes de la madre, la
que conscientemente no le rechaza, ni
desea rechazar para nada a su hijo.
En estos casos que estoy recordando, se daba
que los bebes lloraban muchas horas al día, rechazaban el pecho , y tenían a su
madre agotada y agobiada.Al crecer , las conductas de oposicionismo a la madre eran cada vez más en
cantidad y en frecuecia; las madres
tendían a responder embargadas por el odio,
diciéndoles cosas tales como: te voy a dejar en un centro…, me voy a ir , ya que no me quieres, o en algunos
casos, los propios niños decían que serían ellos los que se irían ed casa, y las madres en vez de responder desde un
lugar de contención y autoridad , les decían:
¡pues vete!, y hasta les abrían
la puerta de la casa poniéndole un bolso
con sus cosas.Obviamente que no iban a dejar que eso sucediera , pero
estaban muy dolidas por lo que vivían
como una total indiferencia de sus hijas o hijos para con ellas y habían
perdido la capacidad de ubicarse en un rol amoroso.
Se producen
fallas o el fracaso de la instauración
de la confianza básica desde el inicio, ya que su principal requerimiento que
es la aceptación incondicional del niño
falla desde antes de nacer si fue rechazado desde el momento mismo en que ella
se entera de su embarazo, al estar ausente o ser conflictivo (muy ambivalente)el
deseo de la madre dirigido hacia el mismo. Y no se trata de que la madre sea
culpable o deba sentirse como tal, sino de responsabilizarse de su historia de
deseo en relación a ese hijo o esa hija,
de entender lo que ha sucedido y por
qué ha surgido el rechazo o
desencuentro, para reorientar y alimentar su amor maternal, que en la mayor parte de los casos, está
también presente.
Esta
falla de la confianza básica también se puede se apreciar claramente en niños o jóvenes con
problemas graves del orden del llamado trastorno de personalidad antisocial, y
a veces en niños que han sido adoptados luego de haber vivido situaciones de abandono y rechazo a veces reiteradas: en
ese sentido, lo peor , el mayor daño que puede hacérsele a un niño ,y
especialmente al que ha sido adoptado que ya ha sufrido un abandono, es rechazarlo o abandonarlo nuevamente por sus
conductas agresivas o francamente destructivas en algunos casos, ya que la
vivencia de maldad y odio que son adjudicadas al mismo, y catalogadas como
in-soportables en la medida en que el
adulto en cuestión “lo devuelva” a la institución o lugar desde donde lo adoptó , es ilimitada,
y el niño abandonado a una imagen de sí mismo exclusivamente mala o de odio y
destructividad,entrará en una escalada auto y heteroagresiva sin más fin que la de su propia muerte o
destrucción, y la de los otros.
Las conductas agresivas en este contesto han
de entenderse como manifestación normal del agravio que el niño ha sentido al
ser rechazado u odiado, ya sea que haya sido o no abandonado en la realidad, ya
que se puede abandonar iguamente a un hijo estando los padres presentes ( los
casos mas graves que llegan a veces a la justicia se encuadran en lo que se denomina violencia
por omisión de asistencia, pero hay muchas formas de indiferencia y no
contención que dañan el niño psicológicamente , que llevan a
cabo algunos padres por sus propias dificultades psicológicas, que no
son registrados ni aún percibidos como tales)
Esa manifestación de enfado del niño por ser
abandonado emocionalmente o agraviado de diferentes fromas, ha de ser
autorizado a expresarse tratando
obviamente de que al hacerlo y en la forma de hacerlo no dañe a los otros; si en
cambio, se lo reprime o aún se le castiga o abandona como forma de
castigo, el resentimiento y el odio
hacia el otro y hacia sí mismo por no lograr ser entendido, irán in crescendo
en una espiral de retroalimentación negativa infinita… hasta la muerte.
Recuerdo ahora para terminar, que quien
trabaja este tema de forma maravillosa a
partir de un cuento: “El pescador y el genio” es el psicoanalista Bruno Bettelheim
en “Psicoanálisis de los cuentos de
hadas”(*)
(*) Dice así “El pescador y el genio» relata cómo un pobre pescador lanza la
red al mar cuatro veces. Primero coge un asno muerto, la segunda vez un jarro
lleno de arena y lodo. Al tercer intento consigue todavía menos que en los
anteriores: cascos y vidrios rotos. A la cuarta vez, el pescador saca una tinaja
de cobre. Al abrirla, brota una enorme nube que se materializa en un gigantesco
genio que amenaza con matarle, a pesar de las súplicas del pescador. Éste se
salva gracias a sus engaños: burla al genio dudando, en voz alta, de que aquel
enorme ser pudiera estar dentro de aquella diminuta vasija; de este modo, le
obliga a que vuelva a meterse en la tinaja para demostrar que era cierto.
Entonces el pescador tapa y precinta rápidamente la tinaja y la arroja de nuevo
al mar.
Este mismo tema puede aparecer en otras culturas bajo una versión en la que el
malvado personaje se materializa en un gigantesco y feroz animal que amenaza
con devorar al héroe, que, a no ser por su astucia, no tiene medios para
enfrentarse a su adversario. Entonces, el héroe medita en voz alta, diciendo
que para un espíritu tan poderoso debe ser muy sencillo convertirse en una
enorme criatura, pero que, seguramente, le resultaría imposible transformarse
en un animal pequeño, como un pájaro o un ratón. Este llamamiento a la vanidad
del espíritu dicta su propia sentencia. Para demostrar que no hay nada
imposible para él, el malvado espíritu se convierte en un minúsculo animal, al
que el héroe puede derrotar fácilmente.
La historia de «El pescador y el genio» es más rica en mensajes ocultos que
otras versiones de este mismo tema, pues contiene detalles importantes que no
siempre se encuentran en las demás versiones. Un aspecto es el relato de cómo
el genio llegó a ser tan despiadado como para querer matar a la persona que lo
liberara; otro, es el de que tres tentativas fracasadas se recompensan al
final, en el cuarto intento.
De acuerdo con la moral de los adultos, cuanto más dura un cautiverio, más
agradecido debe estar el prisionero a su liberador. Pero no es este el modo en
que el genio lo describe: hallándose confinado en su botella durante los primeros
cien años, «me dije a mí mismo, "haré rico para toda la vida a quienquiera
que me rescate". Pero, transcurrió el siglo entero, y como nadie vino a
liberarme, entré en el segundo centenar diciendo, "revelaré todos los
tesoros ocultos de la tierra a quienquiera que me rescate". Pero nadie me
puso en libertad, y así transcurrieron cuatrocientos años. Entonces me dije,
"colmaré tres deseos a quienquiera que me rescate". Sin embargo,
nadie me liberó. Me enfurecí, y con una rabia inmensa decidí, "de ahora en
adelante, mataré a quienquiera que me rescate..."».
Esto es exactamente lo que siente el niño que ha sido «abandonado». Primero
piensa en lo feliz que será cuando vuelva su madre; o cuando se le ha mandado a
su habitación, imagina lo contento que estará cuando se le permita salir, y
cómo recompensará a la madre. Pero a medida que va pasando el tiempo, se enoja
cada vez más y llega a fantasear la terrible venganza que caerá sobre aquellos
que lo han recluido. El hecho de que, en realidad, pueda sentirse muy feliz
cuando se le perdona, no cambia, en absoluto, que sus sentimientos pasaran de
recompensar a castigar a aquellos que le causaron daño. Así pues, el modo en
que se desarrollan los pensamientos del genio proporciona a la historia una
verdad psicológica para el niño.
Un ejemplo de esta progresión de sentimientos nos lo da un niño de tres años,
cuyos padres estuvieron ausentes durante varias semanas. El niño hablaba
completamente bien antes de que sus padres se fueran, y continuó haciéndolo
con la mujer que cuidaba de él y con otras personas. Pero al regreso de sus
padres, no quiso pronunciar una sola palabra, ni a ellos ni a ninguna otra
persona durante dos semanas.
Por lo que le había dicho a su cuidadora, estaba muy claro que, durante los
primeros días de ausencia de sus padres, había estado esperando su retorno con
gran expectación. Sin embargo, a últimos de la primera semana empezó a contar
lo enfadado que estaba de que lo hubieran dejado y cómo se las haría pagar a su
vuelta. Una semana más tarde, se negó incluso a hablar de sus padres y se
ponía sumamente furioso contra cualquier persona que los mencionara. Cuando
por fin llegaron su padre y su madre, se apartó de ellos silenciosamente. A
pesar de todos los esfuerzos por llegar a él, el chico se mantenía impasible en
su rechazo. Fueron necesarias varias semanas de paciente comprensión por parte
de los padres para que el niño pudiera volver a ser su antiguo yo. Es evidente
que, a medida que transcurría el tiempo, el enfado del niño iba en aumento, y
se hizo tan violento y abrumador, que el pequeño llegó a temer que si se dejaba
ir destruiría a sus padres o que éstos, en represalia, lo destruirían a él. El
negarse a hablar era su defensa: su manera de protegerse, tanto a sí como a sus
padres, contra las consecuencias del terrible enojo.
No hay modo de saber si en la lengua original de «El pescador y el genio»
existe una expresión similar a la nuestra referente a los sentimientos «controlados» De todos modos, la imagen del encierro en una botella fue entonces tan adecuada como lo es ahora para nosotros.En cierta manera,todos los niños tienen experiencias parecidas a las de este niño de tres años, aunque, normalmente,
Si le contamos a un niño pequeño que otro niño se enfadó tanto con sus padres
que, durante dos semanas, no quiso hablar con ellos, su reacción será: «¡Esto
es estúpido!». Si intentamos explicarle por qué el chico no habló durante dos
semanas, el pequeño que nos está escuchando siente, todavía más, que actuar de
esta manera es estúpido; y no sólo porque considere que esta acción es
disparatada, sino también porque la explicación no tiene sentido para él.
Un niño no puede aceptar conscientemente que su rabia pueda dejarlo sin habla,
o que pueda llegar a querer destruir a aquellas personas de las que él mismo
depende para su propia existencia. Comprender esto significaría tener que aceptar
el hecho de que sus emociones pueden dominarlo hasta el punto de llegar a
perder el control sobre ellas, cosa que no deja de ser un pensamiento bastante
angustioso. La idea de que en nuestro interior puedan existir fuerzas que se
hallan más allá del alcance de nuestro control es demasiado amenazadora como
para que se tome en consideración, no solamente para un niño.
Cuanto más intensos son los sentimientos de un niño, más evidente resulta que
la acción sustituye a la comprensión. Puede haber aprendido a expresarse de
otra manera con la ayuda del adulto, aunque tal como él lo ve, la gente no
llora porque está triste, sino que simplemente llora. La gente no pega ni
destruye, ni tampoco deja de hablar a causa de un enfado; sino que simplemente
actúa de este modo. Es posible que el niño haya aprendido que puede aplacar a
los adultos explicándoles su acción: «Lo hice porque estaba furioso». Sin
embargo, esto no cambia el hecho de que el niño no experimente la ira como ira,
sino solamente como un impulso de pegar, de destruir, de guardar silencio.
Únicamente después de la pubertad empezamos a reconocer nuestras emociones por
lo que son, sin actuar inmediatamente de acuerdo con ellas o desear hacerlo.
Los procesos inconscientes del niño se hacen comprensibles para él sólo
mediante imágenes que hablen directamente a su inconsciente. Los cuentos de
hadas evocan imágenes que realizan esta función. Al igual que el niño no piensa
«cuando vuelva mi madre, seré feliz», sino «le daré algo», el genio se dice a
sí mismo «haré rico a quienquiera que me rescate». Al igual que el niño tampoco
piensa «estoy tan furioso que podría matar a esta persona», sino «cuando le
vea, le mataré», el genio dice «mataré a quienquiera que me rescate». Si una
persona real piensa o actúa de este modo, semejante idea despierta demasiada
ansiedad como para poder comprenderla. Pero el niño sabe que el genio es un
personaje imaginario, y por lo tanto puede permitirse el lujo de conocer lo
que motiva al genio, sin que esto le obligue a hacer referencia directa a sí
mismo.
Al crear fantasías en torno a la historia —si no lo hace, el cuento de hadas
pierde gran parte de su impacto—, el niño se va familiarizando poco a poco con
la manera en que el genio reacciona ante la frustración y el encarcelamiento,
y da un importante paso que le llevará a observar reacciones paralelas en su
propia persona. Puesto que lo que presenta al niño estos patrones de conducta
no es más que un cuento de hadas del país del nunca jamás, la mente del pequeño
puede oscilar hacia adelante y hacia atrás entre «es verdad, así es como uno
actúa y reacciona» y «es todo mentira, no es más que un cuento», según esté más
o menos preparado para reconocer estos mismos procesos en su propia persona.
Y lo más importante, puesto que el cuento de hadas garantiza una solución
feliz, es que el niño no tiene por qué temer que su inconsciente salga a la luz
gracias al contenido de la historia, ya que sabe que, descubra lo que descubra,
«vivirá feliz para siempre».
Las exageraciones fantásticas de la historia, como la de estar «embotellado»
durante siglos, hacen plausibles y aceptables reacciones que no lo serían en
absoluto si se presentaran en situaciones más realistas, como la ausencia de
los padres. Para el niño, la ausencia de sus progenitores parece una eternidad,
y este es un sentimiento que permanece invariable aunque la madre le explique
que sólo estuvo fuera media hora. Así pues, las exageraciones fantásticas de
los cuentos de hadas dan a la historia una apariencia de verdad psicológica,
mientras que las explicaciones realistas parecen psicológicamente falsas, aunque
en realidad sean ciertas.
«El pescador y el genio» ilustra por qué el cuento simplificado y censurado
pierde todo su valor. Si observamos la historia desde el exterior, puede
parecer harto innecesario hacer que los sentimientos del genio experimenten un
cambio, desde el deseo de recompensar a la persona que lo libere hasta la
decisión de castigarla. La historia podía haber sido simplemente la de un genio
malvado que quería matar a su liberador, quien, a pesar de ser un frágil ser
humano, se las arregla para ser más astuto que el poderoso espíritu. Pero,
simplificado de esta manera, el cuento se convierte en una historia de miedo
con un final feliz, sin ninguna verdad psicológica. Es precisamente el cambio
del genio de desear- recompensar a desear-castigar lo que permite al niño
conectar empáticamente con la historia. Ya que el cuento describe tan
verídicamente lo que ocurrió en la mente del genio, la idea de que el pescador
pueda engañarlo también resulta real. Al eliminar estos elementos,
aparentemente insignificantes, el cuento de hadas pierde su sentido más
profundo, haciéndose, a la vez, poco interesante para el niño.
Sin ser consciente de ello, el niño se regocija por la lección que el cuento de
hadas da a aquellos que ostentan el poder y pueden «embotellarlo y
controlarlo». Hay numerosas historias infantiles modernas en las que un niño
logra engañar a un adulto. Pero, por ser demasiado directas, estas historias no
ofrecen, en la imaginación, ningún alivio en cuanto a la situación de tener
que estar siempre bajo el dominio del poder adulto; por otra parte, asustan al
niño, cuya seguridad reside en el hecho de que el adulto es más maduro que él,
y puede protegerle tranquilamente.
El ser más astuto que un genio o un gigante tiene mayor validez que hacer lo
mismo con un adulto. Si se le dice al niño que puede aprovecharse de alguien
como sus padres, se le ofrece un pensamiento agradable, pero, al mismo tiempo,
se le provoca ansiedad, pues si puede ocurrir esto, entonces el niño no está
suficientemente protegido por estas personas tan bobas. Sin embargo, como el
gigante es un personaje imaginario, el niño puede fantasear con la idea de
engañarle hasta el punto de lograr, no sólo dominarlo, sino destruirlo, no dejando
por esto de considerar a los adultos reales como sus protectores.
El cuento de «El pescador y el genio» tiene algunas ventajas sobre las historias
de Jack («Jack, el matador de gigantes», «Jack y las habichuelas mágicas»). Al
enterarse por el relato de que el pescador no es sólo un adulto sino un padre
de familia, el niño aprende implícitamente, a través de la historia, que su
padre puede ser amenazado por fuerzas superiores a él, pero que es tan astuto
que consigue vencerlas. Según este cuento, el niño puede obtener provecho de
estos dos mundos. Puede identificarse con el papel del pescador e imaginarse a
sí mismo burlando al gigante. También puede colocar a su padre en el papel de
pescador e imaginar que él es un espíritu que puede amenazarle, sabiendo no
obstante que, al final, vencerá el padre.
Un importante aspecto de «El pescador y el genio», aunque aparentemente
insignificante, es que el pescador tiene que pasar por tres intentos fracasados
antes de atrapar la tinaja en la que se encuentra el genio. Sería más fácil
empezar la historia pescando ya la funesta botella, pero este elemento explica
al niño, sin moralizar, que uno no debe esperar el éxito al primer, al segundo,
ni al tercer intento. Las cosas no se consiguen tan fácilmente como uno se
imagina o desearía. A una persona menos perseverante, los tres primeros
intentos del pescador la hubieran hecho desistir, ya que cada esfuerzo le
llevaba a obtener cosas cada vez peores. El importante mensaje de que uno no
debe detenerse, a pesar del fracaso inicial, está implícito en la mayoría de
fábulas y cuentos de hadas. El mensaje es efectivo, siempre que sea
transmitido, no como moraleja o exigencia, sino de un modo casual, que muestre
que la vida es así. Además, el hecho mágico de dominar al gigantesco genio no
se da sin esfuerzo o astucia: esta es una buena razón para agudizar la mente y
seguir esforzándose, sea cual sea la tarea emprendida.
Otro detalle que puede parecer igualmente insignificante, pero cuya supresión
debilitaría también el impacto de la historia, es el paralelismo que hay entre
los cuatro esfuerzos del pescador, coronados finalmente por el éxito, y las
cuatro etapas por las que pasa la creciente ira del genio, presentando el
problema crucial que la vida nos plantea a todos nosotras: el de estar
dominados por nuestras emociones o por nuestra razón.
En términos psicoanalíticos, dicho conflicto simboliza la difícil batalla que
todos hemos de librar: ¿Debemos ceder al principio del placer, que nos lleva a
conseguir la satisfacción inmediata de nuestros deseos o a recurrir a la violenta
venganza por nuestras frustraciones, incluso en aquellas personas que no tienen
nada que ver; o deberíamos renunciar a vivir bajo el influjo de estos impulsos
y procurar una vida regida por el principio de la realidad, según el cual
tenemos que estar dispuestos a aceptar muchas frustraciones si queremos obtener
recompensas duraderas? El pescador, al no permitir que sus decepcionantes
capturas le desanimaran y le impidieran continuar con sus esfuerzos, eligió el
principio de la realidad, que le proporcionó el éxito final.”