miércoles, 23 de noviembre de 2016

INTELIGENCIA EMOCIONAL Y PSICOANÁLISIS.




 Que no somos emocionalmente inteligentes es algo que no dejamos de constatar en nosotros mismos y en los otros constantemente cada día, ya que llevamos a cabo multiplicidad de conductas que son autodestructivas y aún sabiendo que lo son, somos incapaces de controlarlas. Cada cual tiene la suya propia, y la misma es percibida muchas veces como una fuerza que sobrepasa al sujeto, a su voluntad y capacidad de decisión o de ponerle coto, aún siendo capaz de percibir los perjuicios que la misma le ocasiona en su vida.  Esa fuerza es para el psicoanálisis la denominada pulsión (de muerte)  o también el goce.

El Psicoanálisis puede ayudarnos a entender porque no somos inteligentes  y puede ayudarnos al menos a  estar advertidos de la tontería constitutiva de la cual en tanto sujetos todos indudablemente somos soporte, y su posible forma de trabajar esa falta que nos hace faltos de inteligencia emocional, requiere de que  nos conozcamos más  a nosotros mismos, solamente así  quizás podamos “irla “controlando” ( a la pulsión desbocada)un poco más.  En este sentido, lo que la inteligencia emocional denomina capacidad de autocontrol, solamente es posible de lograrse `para el psicoanálisis de acuerdo a una ética que implica que el analista y el propio sujeto respeten la subjetividad  o el deseo del sujeto que consulta, y esto implica que pueda ser logrado sabiendo que es lo que le ha llevado al descontrol , sabiendo qué expresa en ese descontrol, y porqué necesita expresarlo de esa manera, lo cual no es para nada lo mismo que intentar el control de la pulsión que se expresa desbordada en una determinada conducta, sometiéndose a pautas de reeducación emocional sin saber como eso se articula, que sentido tiene para esa persona en su vida. 


No es lo mismo realizar dicho control emocional de una manera que de otra, y el resultado tampoco es el mismo aunque pueda parecerlo.En el primer caso el sujeto se conoce a sí mismo y sabe de su padecimiento o síntoma (ya que esa falta estructural constitutiva superpuesta o supuesta a la de la inteligencia emocional, es lo que hace síntomas), y logra saber además de algunos porqué del mismo. Eso hará que esté en mejores condiciones de hacer con eso, aún cuando no pueda controlarlo. Y…en este momento me viene a la mente el libro de una escritora, la cual se analizó durante varios años, que murió de cáncer. En su libro se aprecia precisamente cómo lo real se impone, y el sujeto no siempre puede controlarlo, en este caso el cáncer,el real por excelencia de la muerte, que afecta al cuerpo,  y si bien ella  no puede evitarla, sabe hacer algo pro-vida en medio de eso y aún con eso ya qu hizo fotografías en las cuales recrea la mutilación de su cuerpo,y  escribe un libro que titula nada más y nada menos que “Un final feliz”  refiriéndose a su fin de análisis(Gabriela Liffschitz).

Entonces, retomando nuestra falta,  decíamos que lo que no nos hace inteligentes afectiva o emocionalmente es eso que el psicoanálisis denomina goce, ya que está más allá del principio del placer donde reina la muerte, Thánatos, el cual es inconsciente y por tanto incontralable, aunque puede irse acotando tratando de que donde “ello” (esa fuerza pulsional irrestricta) era,  el sujeto advenga.El goce , reino también para Lacan de lo real, es eso que se hace presente en esa frase tan conocida y por algo tan también repetida,de que solamente el hombre tropieza dos veces con la misma piedra, o quizás en los versos de Baudelaire: volvemos alegres al camino fangoso creyendo nuestras culpas lavar con viles lloros”(“Al lector”)

Yo me he preguntado por qué el refrán alude a que solamente dos veces tropezaría solamente el hombre, cuando en realidad lo hace muchas veces más, insistencia de la pulsión que fija o encadena al sujeto que deviene así objeto merced  a su propio goce, del que nunca parece poder huir o lograr salir.La pulsión en ese sentido es ineducable, porque representa lo que no se puede reducir de la pulsión de muerte. Y Edipo esta ahí para recordárnoslo: su padre Layo hizo todo lo posible para que no se cumpliera el oráculo, pero todo lo que hizo no hizo sino llevarlo a donde no quería ni debería haber sido llevado.

El quid de la cuestión  está en del lenguaje, que al nombranos nos da la vida, pero a la vez se cobra su cuota de muerte: si el significante o el símbolo mata la cosa, también nosotros al ser nombrados, somos al unísono alumbrados y asesinados, o perdidos por el significante que nos nombra, al punto que  “yo” nunca más coincidirá con yo. Para responder a  la pregunta quien soy o quien eres, no basta una sola palabra, incluso un aparentemente mismo nombre, Pedro por ejemplo,  no será el mismo ni para sí mismo ni para quien así le ha nombrado, ni para otros Pedros de otras familias,  y solo será definible caso por caso en función de otros significantes que quienes así le nombraron asocien a dicho nombre.Nunca hay un solo Pedro, Pedro nunca será ni siquiera igual a sí mismo(signo en Saussure) Yo soy el Otro, el yo perdido en los nombres del Otro del lenguaje (padres, cultura) .

Quizás ese tropiezo del hombre al que aludimos se deba al intento de volver a unir el significado con el significante de manera biunívica como quería Sausurre , a hacer coincidir o superponer/se  el sujeto con su objeto, hacer coincidir el goce consigo mismo sin la mediación de la palabra.La palabra es precisamente la que media merced al deseo entre el sujeto y su goce.Si elimino esa distancia(castración) donde solamente puedo  gozar del objeto pulsional que me brinda placer(limitado obviamente) por la vía metonímica el objeto del deseo , habré tropezado con la misma piedra, lo real.El traumatismo, el agujero traumático donde yo mismo caigo, donde no soy, donde no soy yo.Lo único que posibilita no tropezar-me ( tropezar conmigo mismo) es mantener la distancia entre el yo y el Otro, el sujeto y el objeto,y ahí la importancia del falo como significante de la falta en su función de ordenador. 

En este sentido, simpre que pienso este tema me viene a la mente el símil con las cintas transportadoras de los aeropuestos,  donde se trata de una banda sin principio ni final , donde las valijas van pasando , y una puede ser capaz de darse cuenta de cuando la cinta está dando una segunda vuelta o más , porque vuelve a ver malestas que ya había visto en la primera vuelta; pero si una se imagina que todas las maletas fuesen idénticas, y estuviesen puestas de la misma manera sobre la banda, cómo podríamos delimitar donde está el inicio del pasaje y donde el final, no podríamos  diferenciar  las primeras de las últimas,ni de las intermedias, salvo si en el límite nos colocaran por ejemplo una maleta roja; pues esa maleta roja sería como el falo que  nos permite ordenarnos y saber donde comienza la cinta de nuestra vida y si bien no exactamente el final, la muerte,sí ordenarnos de cara a un pasado-presente y futuro, futuro donde ubicamos convencionalmente a la misma.
El tropiezo es que nos saquen la maleta roja, que perdamos el falo y la distancia o separación que el instituye para nosotros entre vida y muerte, y vida muerte ahí se hacen idénticas,es esa dualidad la que nos lleva a tropezar dos veces:con la  piedra y la misma piedra con-fundir piedra con piedra, el símbolo con lo simbolizado, confundir vida=muerte, y solamente la terceridad del falo permite diferenciar piedra de piedra, distanciar y postergar el encuentro de la piedra consigo misma, o el encuentro del sujeto del inconsciente , y por tanto del lenguaje, con el objeto que el mismo es para sí mismo a nivel de la pulsión.

O quizás la solución es hacer de la piedra, hacer con la piedra algo pro vida, eso es, hacer donde la muerte, donde el tropiezo o del tropiezo, vida, lo que Lacan propone al final del análisis, la identificación al síntoma. 



PARA FINALIZAR, DOS BELLOS POEMAS .



Piedra negra sobre una  piedra blanca. CÉSAR VALLEJO 


Me moriré en París con aguacero,
un día del cual tengo ya el recuerdo.
Me moriré en París ?y no me corro?
tal vez un jueves, como es hoy, de otoño.

Jueves será, porque hoy, jueves, que proso
estos versos, los húmeros me he puesto
a la mala y, jamás como hoy, me he vuelto,
con todo mi camino, a verme solo.

César Vallejo ha muerto, le pegaban
todos sin que él les haga nada;
le daban duro con un palo y duro

también con una soga; son testigos
los días jueves y los huesos húmeros,
la soledad, la lluvia, los caminos.





 Y  DE ANTONIO  PEREIRA  "lA PIEDRA"














domingo, 13 de noviembre de 2016

El “PERO”como indice de la castración o entrada del sujeto en lo simbólico: SEGUNDA PARTE.lA IMPORTANCIA DE LA SUPERVIVENCIA DE QUIEN HACE FUNCIÓN DE SOPORTE DEL OBJETO, PARA LA SIMBOLIZACIÓN.





   
El proceso de entrada en lo simbólico, o de simbolización, del cual el descubrimiento del “pero” da cuenta para  un sujeto,  implica la posibilidad de registrar(inscripción psíquica)  la  presencia simbólico –imaginaria (metafórica) de un  objeto ausente en lo real, por lo tanto se funda sobre la base de la pérdida del objeto real  o de la cosa.

Winnicot dirá que la supervivencia del objeto al que el sujeto agrede o sobre el que vierte sus deseos destructivos, es fundamental para la simbolización. El sujeto necesita   en sus primeros años de vida cuando dicho proceso está recién en construcción, confirmar que el objeto y la vida o supervivencia del mismo fundamentalmente, es independiente de sus propios deseos destructivos, ya que ello permite discriminar la realidad (donde el objeto sigue existiendo) del mundo de la fantasía (donde se lo había destruido) y controlar su ansiedad tanto paranoide que puede implicar el temor a que el otro también lo destruya a él, como la depresiva y fundamentalmente la culpa que da cuenta del dolor ante la pérdida del mismo, y que podría dar lugar a una percepción de sí mismo  como sujeto de absoluta maladad.  Solamente de esta manera es posible, que mientras el sujeto está  viviendo una experiencia dislacentera y de destrucción con el objeto que en esos momentos odia, pueda mantener casi  al mismo tiempo  en su pensamiento de forma preconsciente/incosnciente, la vivencia placentera y el vínculo con  una imagen viva y amable del mismo objeto.

Así, si el objeto puede ser odiado y destruido sin que  muera de verdad en la realidad su pérdida será palusible de ser simbolizada: El objeto es muerto fantasmáticamente pero a la vez conservado vivo,  ya que reaparece en la realidad, y sobre todo no toma represalias contra quien le ha deseado su muerte.En los casos en que este proceso de simbolización aún no se ha llevado a cabo, y la madre real ,o quien hace de apoyatura para que el objeto se constituya como tal , muere , las fantasías de haber dado muerte al objeto se confirman en la realidad  y esto dificulta o impide el proceso de simbolización ya que no hay conservación de la imagen amorosa del objeto sino vivencia de ser abandonado que será seguarmente interpretada en términos de culpabilidad: como yo le odié y desee su muerte o tuve la fantasía de darle muerte, efectivamente eso se hizo  realidad, le maté y soy por tanto  culpable, culpa que en tales casos es eneralmente de tal dimensión que es imposible de elaborar. 

 Joaquín Sabina en una canción dice esto de manera bella y certera: “Jugar por jugar”
 Y jugar por jugar/sin tener que morir o matar/
Conviene entrar penúltimo en la meta
de la vuelta a la infancia en patinete 


y fusilar al rey de los poetas
con balas de juguete
…….

En ese sentido, el caso de la persona que atendía en el centro carcelario a la que hice referencia en la primer parte de este artículo, yo en tanto depositaria de una relación de objeto en la cual él me  agredía y luchaba  contra mí,  persistí en seguir concurriendo y seguir atendiéndolo aún así. Su odio no pudo ni matarme ni hacer que le abandonara, y eso le permitió creer en la supervivencia del objeto y en su amor a pesar y en contra de su odio. Y fundamentalmente le permitió creer que en él no solamente habitaba el odio y la maldad, sino el amor, ya que si no fuera así, ¿cómo y a  santo de qué, podría el otro haberle aguantado? En los casos de desconfianza extrema  respecto al otro, la cual  se presenta en  trastornos asociales severos, siempre se encuentran motivos para sospechar de la persistencia del otro aún es situaciones como esta: viene porque me quiere usar como conejillo de indias, te dicen algunos, o viene porque a usted le sirvo para investigar.  En estos casos,  el sujeto ha vivido en su infancia situaciones en las cuales ha sido tratado de forma excesiva como un objeto de uso por el Otro, y su desconfianza y odio son muchísimo más difíciles de revertir,  cuando no imposibles de subsanar.No era obviamente este el caso de esta persona recluida a la que he aludido.

  
EL AMOR Y EL ODIO.

El amor no va sin el odio hasta tal punto que Lacan inventó un neologismo para hablar de ello la odioenamoración (Seminario 20 AUN). Esta coexistencia del odio y el amor tampoco paso desapercibida para Freud que intorodujo la cuestión con el témino ambivalencia. Tanto el odio como el amor son estructurales a la fromación del yo, y por consiguiente, inevitables en la especie humana.
El amor y el odio no son pulsiones ni pertenecen al registro de las mismas, las pulsiones pertenecen al orden sexual, el amor y el odio pertenecen al campo del narcisismo, al campo del yo.

Mientras el amor está en relación con lo placentero,para lo cual expulsa y se conforma expulsando a lo displacentero:Este exterior que produce displacer es odiado, y cuando este exterior se encarna en otros, el odio lleva inevitablemente a la tentación de destruir ,de suprimir o destruir a ese otro que constituye una privación para su satisfacción sexual opara sus necesidades de conservación.El verdadero prototipo de la relación de odio no procede de la vida sexual, sino de la lucha del yo por su confirmación y afirmación. En al estructuración de la persona humana el odio aparece antes que el amor.

La capacidad de simbolización se juega en la relación amor-odio/ vida/muerte o supervivencia /destrucción del objeto. Y en esa relación amor-odio será fundamental como decía eso que Donald Winnicott  trabaja de manera formidable,  que es la supervivencia y permanecia de la persona que oficia como soporte del objeto cuando es odiado y fantasmáticamente atacado, y todo sujeto más requierirá  de ambas,cuanto más feroz sea el odio y la destructividad real o fantaseada dirigida al mismo, si se quiere brindar al sujeto la posibilidad de recuperarse, recueparar lo que Winnicott denomina la “confianza básica”en el mundo y en el Otro, cuya base es la seguridad del amor parental incondicional , esto es que se lo amará y cuidará sea como sea, haga lo que haga .  Solamente su recuperación permite a un sujeto reparar  en su fantasía el daño imaginariamente eralizado al objeto y repararse y perdonarse) a sí mismo por haberlo hecho en los momentos en que odiaba al objeto.

Otra psicoanalista, Mealnie Klein va a palntaer el tema en los siguientes términos. Dira que en la 'posición depresiva' , que es una constelación mental que sucede a la posición primera, que denomina esquizoparanoide, en el desarrollo del niño, y cuyo comienzo se estima en el segundo semestre de vida, el recién nacido que va adquiriendo madurez física y emocional comienza a integrar sus percepciones fragmentadas de los padres, y a la vez alcanza un sentido más integrado del yo. Al unir sentimientos conflictivos de amor y odio y comprender que la persona odiada y la persona amada son una misma se llega a un sensación máxima de culpa, y con el tiempo a un deseo de reparación. En el curso de la niñez temprana e intermitentemente durante la adultez se retorna a la posición depresiva. En estos sucesivos pasajes se producen nueva y mas refinadas elaboraciones de la misma.


La expresión 'posición esquizoparanoide' por el contrario, que sería temporal y evolutivamente   anterior a la depresiva, describe un estado mental primitivo o temprano en que el yo se siente desintegrado. Esta posición se refiere a una constelación de ansiedades, defensas y relaciones con el objeto interno y externo que Klein considera característica de los primeros meses de vida de un recién nacido y que varía a lo largo de la vida. La principal característica de la posición esquizoparanoide es la escisión, tanto del yo como del objeto, en lo malo y lo bueno, donde en el comienzo la integración entre ellos es escasa o nula.


En estos momentos recuerdo algunas situaciones de madres con una relación conflictiva con sus hijas o hijos , conflictiva que en algunos casos obedecía en gran parte  a que ese hijo o hija no había sido deseado por diversos motivos.El niño siempre  percibe inconscientemente el rechazo de la madre  o del padre o la ausencia o poca fuerza de su deseo, y responde de la misma manera obviamente, manifiestando de diferentes formas su propio rechazo a la misma(ya que en estoa casos se trataba en todos, del no deseo de la madre) ya desde los primeros días. En este sentido,  los bebés no expresan ninguna conducta de rechazo a nada proveniente del Otro materno, si no perciben antes de forma inconsciente   un rechazo de parte de la misma, que puede a su vez ser inconsciente  y no voluntario muchas veces , y estar determinado por conflictos incosncientes de la madre, la que conscientemente no le  rechaza, ni desea rechazar para nada a su hijo.


En estos casos que estoy recordando, se daba que los bebes lloraban muchas horas al día, rechazaban el pecho , y tenían a su madre agotada y agobiada.Al crecer , las conductas de  oposicionismo a la madre eran cada vez más en cantidad  y en frecuecia; las madres tendían a responder embargadas por el odio,  diciéndoles cosas tales como: te voy a dejar en un centro…, me voy  a ir , ya que no me quieres, o en algunos casos, los propios niños decían que serían ellos los que se irían ed casa,  y las madres en vez de responder desde un lugar de contención y autoridad , les decían:  ¡pues vete!,  y hasta les abrían la puerta de la  casa poniéndole un bolso con sus cosas.Obviamente que no iban a dejar que eso sucediera , pero estaban  muy dolidas por lo que vivían como una total indiferencia de sus hijas o hijos para con ellas y habían perdido la capacidad de ubicarse en un rol amoroso.

Se producen fallas o el fracaso de  la instauración de la confianza básica desde el inicio, ya que su principal requerimiento que es la  aceptación incondicional del niño falla desde antes de nacer si fue rechazado desde el momento mismo en que ella se entera de su embarazo, al estar ausente o ser conflictivo (muy ambivalente)el deseo de la madre dirigido hacia el mismo. Y no se trata de que la madre sea culpable o deba sentirse como tal, sino de responsabilizarse de su historia de deseo en relación a ese  hijo o esa hija, de entender lo que  ha sucedido y por qué  ha surgido el rechazo o desencuentro,  para  reorientar y alimentar su amor maternal,  que en la mayor parte de los casos, está también presente. 

 Esta falla de la confianza básica también se puede  se apreciar claramente en niños o jóvenes con problemas graves del orden del llamado trastorno de personalidad antisocial, y a veces en niños que han sido adoptados luego de haber vivido situaciones  de abandono y rechazo a veces reiteradas: en ese sentido, lo peor , el mayor daño que puede hacérsele a un niño ,y especialmente al que ha sido adoptado que ya ha sufrido un abandono,  es rechazarlo o abandonarlo nuevamente por sus conductas agresivas o francamente destructivas en algunos casos, ya que la vivencia de maldad y odio que son adjudicadas al mismo, y catalogadas como in-soportables en la  medida en que el adulto en cuestión “lo devuelva” a la institución  o lugar desde donde lo adoptó , es ilimitada, y el niño abandonado a una imagen de sí mismo exclusivamente mala o de odio y destructividad,entrará en una escalada auto y heteroagresiva sin  más fin que la de su propia muerte o destrucción, y la de los otros. 

Las conductas agresivas en este contesto han de entenderse como manifestación normal del agravio que el niño ha sentido al ser rechazado u odiado, ya sea que haya sido o no abandonado en la realidad, ya que se puede abandonar iguamente a un hijo estando los padres presentes ( los casos mas graves que llegan a veces a la justicia  se encuadran en lo que se denomina violencia por omisión de asistencia, pero hay muchas formas de indiferencia y no contención que dañan el niño psicológicamente , que  llevan a  cabo algunos padres por sus propias dificultades psicológicas, que no son registrados ni aún percibidos como tales) 

Esa manifestación de enfado del niño por ser abandonado emocionalmente o agraviado de diferentes fromas, ha de ser autorizado a expresarse  tratando obviamente de que al hacerlo y en la forma de hacerlo no dañe a los otros; si en cambio, se lo reprime o aún se le castiga o abandona como forma de castigo,  el resentimiento y el odio hacia el otro y hacia sí mismo por no lograr ser entendido, irán in crescendo en una espiral de retroalimentación negativa  infinita… hasta la muerte.
Recuerdo ahora para terminar, que quien trabaja este tema de forma maravillosa  a partir de un cuento: “El pescador y el genio” es el psicoanalista Bruno Bettelheim en “Psicoanálisis de los  cuentos de hadas”(*)






  

(*) Dice así “El pescador y el genio» relata cómo un pobre pescador lanza la red al mar cuatro veces. Primero coge un asno muerto, la segunda vez un jarro lleno de arena y lodo. Al tercer intento consigue todavía menos que en los anteriores: cascos y vidrios rotos. A la cuarta vez, el pescador saca una tinaja de cobre. Al abrirla, brota una enorme nube que se materializa en un gigantesco genio que amenaza con matarle, a pesar de las súplicas del pescador. Éste se salva gracias a sus engaños: burla al genio dudando, en voz alta, de que aquel enor­me ser pudiera estar dentro de aquella diminuta vasija; de este modo, le obliga a que vuelva a meterse en la tinaja para demostrar que era cierto. Entonces el pescador tapa y precinta rápidamente la tinaja y la arroja de nuevo al mar.

Este mismo tema puede aparecer en otras culturas bajo una versión en la que el malvado personaje se materializa en un gigantesco y feroz animal que amenaza con devorar al héroe, que, a no ser por su astucia, no tiene medios para enfrentarse a su adversario. Entonces, el héroe medita en voz alta, dicien­do que para un espíritu tan poderoso debe ser muy sencillo convertirse en una enorme criatura, pero que, seguramente, le resultaría imposible transformarse en un animal pequeño, como un pájaro o un ratón. Este llamamiento a la vani­dad del espíritu dicta su propia sentencia. Para demostrar que no hay nada imposible para él, el malvado espíritu se convierte en un minúsculo animal, al que el héroe puede derrotar fácilmente.
La historia de «El pescador y el genio» es más rica en mensajes ocultos que otras versiones de este mismo tema, pues contiene detalles importantes que no siempre se encuentran en las demás versiones. Un aspecto es el relato de cómo el genio llegó a ser tan despiadado como para querer matar a la persona que lo liberara; otro, es el de que tres tentativas fracasadas se recompensan al final, en el cuarto intento.

De acuerdo con la moral de los adultos, cuanto más dura un cautiverio, más agradecido debe estar el prisionero a su liberador. Pero no es este el modo en que el genio lo describe: hallándose confinado en su botella durante los prime­ros cien años, «me dije a mí mismo, "haré rico para toda la vida a quienquiera que me rescate". Pero, transcurrió el siglo entero, y como nadie vino a liberar­me, entré en el segundo centenar diciendo, "revelaré todos los tesoros ocultos de la tierra a quienquiera que me rescate". Pero nadie me puso en libertad, y así transcurrieron cuatrocientos años. Entonces me dije, "colmaré tres deseos a quienquiera que me rescate". Sin embargo, nadie me liberó. Me enfurecí, y con una rabia inmensa decidí, "de ahora en adelante, mataré a quienquiera que me rescate..."».

Esto es exactamente lo que siente el niño que ha sido «abandonado». Primero piensa en lo feliz que será cuando vuelva su madre; o cuando se le ha mandado a su habitación, imagina lo contento que estará cuando se le permita salir, y cómo recompensará a la madre. Pero a medida que va pasando el tiem­po, se enoja cada vez más y llega a fantasear la terrible venganza que caerá sobre aquellos que lo han recluido. El hecho de que, en realidad, pueda sentirse muy feliz cuando se le perdona, no cambia, en absoluto, que sus sentimientos pasaran de recompensar a castigar a aquellos que le causaron daño. Así pues, el modo en que se desarrollan los pensamientos del genio proporciona a la his­toria una verdad psicológica para el niño.
Un ejemplo de esta progresión de sentimientos nos lo da un niño de tres años, cuyos padres estuvieron ausentes durante varias semanas. El niño habla­ba completamente bien antes de que sus padres se fueran, y continuó hacién­dolo con la mujer que cuidaba de él y con otras personas. Pero al regreso de sus padres, no quiso pronunciar una sola palabra, ni a ellos ni a ninguna otra persona durante dos semanas.
Por lo que le había dicho a su cuidadora, estaba muy claro que, durante los primeros días de ausencia de sus padres, había estado esperando su retorno con gran expectación. Sin embargo, a últimos de la primera semana empezó a contar lo enfadado que estaba de que lo hubieran dejado y cómo se las haría pagar a su vuelta. Una semana más tarde, se negó incluso a hablar de sus pa­dres y se ponía sumamente furioso contra cualquier persona que los menciona­ra. Cuando por fin llegaron su padre y su madre, se apartó de ellos silenciosa­mente. A pesar de todos los esfuerzos por llegar a él, el chico se mantenía impasible en su rechazo. Fueron necesarias varias semanas de paciente com­prensión por parte de los padres para que el niño pudiera volver a ser su anti­guo yo. Es evidente que, a medida que transcurría el tiempo, el enfado del niño iba en aumento, y se hizo tan violento y abrumador, que el pequeño llegó a temer que si se dejaba ir destruiría a sus padres o que éstos, en represalia, lo destruirían a él. El negarse a hablar era su defensa: su manera de protegerse, tanto a sí como a sus padres, contra las consecuencias del terrible enojo.

No hay modo de saber si en la lengua original de «El pescador y el genio» existe una expresión similar a la nuestra referente a los sentimientos «controla­dos» De todos modos, la imagen del encierro en una botella fue entonces tan adecuada como lo es ahora para nosotros.En cierta  manera,todos los niños tienen experiencias parecidas a las de este niño de tres años, aunque, normalmente,
Si le contamos a un niño pequeño que otro niño se enfadó tanto con sus padres que, durante dos semanas, no quiso hablar con ellos, su reacción será: «¡Esto es estúpido!». Si intentamos explicarle por qué el chico no habló duran­te dos semanas, el pequeño que nos está escuchando siente, todavía más, que actuar de esta manera es estúpido; y no sólo porque considere que esta acción es disparatada, sino también porque la explicación no tiene sentido para él.

 
Un niño no puede aceptar conscientemente que su rabia pueda dejarlo sin habla, o que pueda llegar a querer destruir a aquellas personas de las que él mismo depende para su propia existencia. Comprender esto significaría tener que aceptar el hecho de que sus emociones pueden dominarlo hasta el punto de llegar a perder el control sobre ellas, cosa que no deja de ser un pensamiento bastante angustioso. La idea de que en nuestro interior puedan existir fuerzas que se hallan más allá del alcance de nuestro control es demasiado amenazado­ra como para que se tome en consideración, no solamente para un niño.

Cuanto más intensos son los sentimientos de un niño, más evidente resulta que la acción sustituye a la comprensión. Puede haber aprendido a expresarse de otra manera con la ayuda del adulto, aunque tal como él lo ve, la gente no llora porque está triste, sino que simplemente llora. La gente no pega ni destru­ye, ni tampoco deja de hablar a causa de un enfado; sino que simplemente ac­túa de este modo. Es posible que el niño haya aprendido que puede aplacar a los adultos explicándoles su acción: «Lo hice porque estaba furioso». Sin embargo, esto no cambia el hecho de que el niño no experimente la ira como ira, sino solamente como un impulso de pegar, de destruir, de guardar silencio. Únicamente después de la pubertad empezamos a reconocer nuestras emociones por lo que son, sin actuar inmediatamente de acuerdo con ellas o desear hacerlo.

Los procesos inconscientes del niño se hacen comprensibles para él sólo mediante imágenes que hablen directamente a su inconsciente. Los cuentos de hadas evocan imágenes que realizan esta función. Al igual que el niño no piensa «cuando vuelva mi madre, seré feliz», sino «le daré algo», el genio se dice a sí mismo «haré rico a quienquiera que me rescate». Al igual que el niño tam­poco piensa «estoy tan furioso que podría matar a esta persona», sino «cuan­do le vea, le mataré», el genio dice «mataré a quienquiera que me rescate». Si una persona real piensa o actúa de este modo, semejante idea despierta de­masiada ansiedad como para poder comprenderla. Pero el niño sabe que el ge­nio es un personaje imaginario, y por lo tanto puede permitirse el lujo de cono­cer lo que motiva al genio, sin que esto le obligue a hacer referencia directa a sí mismo.

Al crear fantasías en torno a la historia —si no lo hace, el cuento de hadas pierde gran parte de su impacto—, el niño se va familiarizando poco a poco con la manera en que el genio reacciona ante la frustración y el encarcelamien­to, y da un importante paso que le llevará a observar reacciones paralelas en su propia persona. Puesto que lo que presenta al niño estos patrones de con­ducta no es más que un cuento de hadas del país del nunca jamás, la mente del pequeño puede oscilar hacia adelante y hacia atrás entre «es verdad, así es como uno actúa y reacciona» y «es todo mentira, no es más que un cuento», según esté más o menos preparado para reconocer estos mismos procesos en su propia persona.
Y lo más importante, puesto que el cuento de hadas garantiza una solución feliz, es que el niño no tiene por qué temer que su inconsciente salga a la luz gracias al contenido de la historia, ya que sabe que, descubra lo que descubra, «vivirá feliz para siempre».

Las exageraciones fantásticas de la historia, como la de estar «embotellado» durante siglos, hacen plausibles y aceptables reacciones que no lo serían en absoluto si se presentaran en situaciones más realistas, como la ausencia de los padres. Para el niño, la ausencia de sus progenitores parece una eternidad, y este es un sentimiento que permanece invariable aunque la madre le explique que sólo estuvo fuera media hora. Así pues, las exageraciones fantásticas de los cuentos de hadas dan a la historia una apariencia de verdad psicológica, mientras que las explicaciones realistas parecen psicológicamente falsas, aun­que en realidad sean ciertas.

«El pescador y el genio» ilustra por qué el cuento simplificado y censurado pierde todo su valor. Si observamos la historia desde el exterior, puede parecer harto innecesario hacer que los sentimientos del genio experimenten un cam­bio, desde el deseo de recompensar a la persona que lo libere hasta la decisión de castigarla. La historia podía haber sido simplemente la de un genio malva­do que quería matar a su liberador, quien, a pesar de ser un frágil ser humano, se las arregla para ser más astuto que el poderoso espíritu. Pero, simplificado de esta manera, el cuento se convierte en una historia de miedo con un final feliz, sin ninguna verdad psicológica. Es precisamente el cambio del genio de desear- recompensar a desear-castigar lo que permite al niño conectar empáticamente con la historia. Ya que el cuento describe tan verídicamente lo que ocu­rrió en la mente del genio, la idea de que el pescador pueda engañarlo también resulta real. Al eliminar estos elementos, aparentemente insignificantes, el cuento de hadas pierde su sentido más profundo, haciéndose, a la vez, poco interesan­te para el niño.

Sin ser consciente de ello, el niño se regocija por la lección que el cuento de hadas da a aquellos que ostentan el poder y pueden «embotellarlo y controlarlo». Hay numerosas historias infantiles modernas en las que un niño logra engañar a un adulto. Pero, por ser demasiado directas, estas historias no ofre­cen, en la imaginación, ningún alivio en cuanto a la situación de tener que estar siempre bajo el dominio del poder adulto; por otra parte, asustan al niño, cuya seguridad reside en el hecho de que el adulto es más maduro que él, y puede protegerle tranquilamente.

El ser más astuto que un genio o un gigante tiene mayor validez que hacer lo mismo con un adulto. Si se le dice al niño que puede aprovecharse de alguien como sus padres, se le ofrece un pensamiento agradable, pero, al mismo tiem­po, se le provoca ansiedad, pues si puede ocurrir esto, entonces el niño no está suficientemente protegido por estas personas tan bobas. Sin embargo, como el gigante es un personaje imaginario, el niño puede fantasear con la idea de engañarle hasta el punto de lograr, no sólo dominarlo, sino destruirlo, no de­jando por esto de considerar a los adultos reales como sus protectores.

El cuento de «El pescador y el genio» tiene algunas ventajas sobre las histo­rias de Jack («Jack, el matador de gigantes», «Jack y las habichuelas mágicas»). Al enterarse por el relato de que el pescador no es sólo un adulto sino un padre de familia, el niño aprende implícitamente, a través de la historia, que su padre puede ser amenazado por fuerzas superiores a él, pero que es tan as­tuto que consigue vencerlas. Según este cuento, el niño puede obtener provecho de estos dos mundos. Puede identificarse con el papel del pescador e imaginar­se a sí mismo burlando al gigante. También puede colocar a su padre en el pa­pel de pescador e imaginar que él es un espíritu que puede amenazarle, sabien­do no obstante que, al final, vencerá el padre.
Un importante aspecto de «El pescador y el genio», aunque aparentemente insignificante, es que el pescador tiene que pasar por tres intentos fracasados antes de atrapar la tinaja en la que se encuentra el genio. Sería más fácil empe­zar la historia pescando ya la funesta botella, pero este elemento explica al niño, sin moralizar, que uno no debe esperar el éxito al primer, al segundo, ni al ter­cer intento. Las cosas no se consiguen tan fácilmente como uno se imagina o desearía. A una persona menos perseverante, los tres primeros intentos del pes­cador la hubieran hecho desistir, ya que cada esfuerzo le llevaba a obtener co­sas cada vez peores. El importante mensaje de que uno no debe detenerse, a pesar del fracaso inicial, está implícito en la mayoría de fábulas y cuentos de hadas. El mensaje es efectivo, siempre que sea transmitido, no como moraleja o exigencia, sino de un modo casual, que muestre que la vida es así. Además, el hecho mágico de dominar al gigantesco genio no se da sin esfuerzo o astucia: esta es una buena razón para agudizar la mente y seguir esforzándose, sea cual sea la tarea emprendida.

Otro detalle que puede parecer igualmente insignificante, pero cuya supresión debilitaría también el impacto de la historia, es el paralelismo que hay en­tre los cuatro esfuerzos del pescador, coronados finalmente por el éxito, y las cuatro etapas por las que pasa la creciente ira del genio, presentando el proble­ma crucial que la vida nos plantea a todos nosotras: el de estar dominados por nuestras emociones o por nuestra razón.
En términos psicoanalíticos, dicho conflicto simboliza la difícil batalla que todos hemos de librar: ¿Debemos ceder al principio del placer, que nos lleva a conseguir la satisfacción inmediata de nuestros deseos o a recurrir a la vio­lenta venganza por nuestras frustraciones, incluso en aquellas personas que no tienen nada que ver; o deberíamos renunciar a vivir bajo el influjo de estos impulsos y procurar una vida regida por el principio de la realidad, según el cual tenemos que estar dispuestos a aceptar muchas frustraciones si queremos obtener recompensas duraderas? El pescador, al no permitir que sus decepcio­nantes capturas le desanimaran y le impidieran continuar con sus esfuerzos, eligió el principio de la realidad, que le proporcionó el éxito final.”




viernes, 11 de noviembre de 2016

El “PERO”como indice de la castración o entrada del sujeto en lo simbólico.



A raíz de estar trabajando con niños que presentan una problemática con la normatización,  recordé una situación clínica y un tema del que hace muchos años tengo pendiente escribir. He decidido hacerlo ahora. 

La  psicología habla de esta  problemática en términos fundamentalmente de “puesta de límites”, pero a mi entender  esta forma de denominarla, torna un tanto supefluo  un proceso es construcción psíquica que es fundamental en términos estructurales para cualquier sujeto, en cuanto atañe a la internalización de la ley simbólica.Entiendo que este proceso marca y nunca mejor dicho,  la entrada de todo sujeto en el lenguaje y en la cultura, marca que para inscribirse requiere mucho más que la “puesta de límites”como algo exterior  que cualquiera podría hacer con un poco de consejos de supernanny. Quiero decir con esto, que no basta con ese tipo de consejos o técnicas de reaprendizaje, si la estructura familiar inconsciente  que acoge a un sujeto (hijo) no funciona ya acorde a un orden simbólico, no está construida en base a es marca, más allá de que este orden  simbólico obviamente nunca funciona a la perfección;  en ese sentido, sus fallas constituten las diversas  dificultades parentales en la puesta de normas.

El tema en cuestión es el siguiente.

Parto del hecho de que nunca se me había ocurrido pensar en el “pero” y su implicación para los humanos en tanto  sujetos de lenguaje, hasta hace ya muchos años, cuando  trabajando en del Instituto Nacional de Criminología estuve llevando  a cabo un tratamiento psicológico con un hombre recluído en el centro carcelario donde yo desempeñaba mi labor.
Durante varios  meses mantuvimos encuentros con  finalidad terapéutica con este hombre; en los mismos, mis intervenciones habían consistido fundamentalmente en intentar  ayudarle a  incorporar lo que yo en aquel entonces pensaba en términos de capacidad de  relativización de su pensamiento y de su  manera de sentir,  ya que su forma de percibir el mundo, en blanco o negro, sin medias tintas, hacía que concibiera a las personas y  a las situaciones de forma dicotómica: como totalmente malas no pudiendo rescatar en ellas  absolutamente nada bueno , o como totalmente buenas, llegando en este caso a una   idealización ilimitada.Esto hacía que en sus relaciones con personas y situaciones oscilara tajante y dramáticamente una y otra vez, del odio al amor, sin poder lograr la menor síntesis de los objetos de identificación, ni obviamente de su pensamiento. Relaciones que aún y prescisamente por esta imposibilidad sintética, comenzaban en una especie de exaltación de las bondades y maravillas del objeto en cuestión al que dirigía su libido, objeto idealizado  al extremo de ser vivido como sin falta, y que terminaban cuando la falta era constatada (porque obviamente no hay nadie perfecto o completo), la mayor parte de las veces en rupturas  desgarradoras  plagadas de odio, resentimiento  y  desconfianza  profunda. 

Esta persona, no podía, como diría Freud  realizar la denominada “mezcla pulsional” que permite sostener el juego de la ambivalencia amor-odio tanto hacia el objeto como  hacia sí mismo.

He de decir que en el proceso terapéutico , muchas veces sentía que “violentaba su pensamiento o su manera de pensar”   ya que “le forzaba” casi podría decirse,  a  pensar de otra forma, intentando que  disminuyera  la dicotomía del mismo, Digo forzaba, porque yo sentía hasta corporalmente la fuerza, la tensión del conflicto mental del sujeto, al intervenir tratando de desbaratar la escisión,y me preguntaba, no sin cierta preocupación y temor a dañar o perjudicarle  en vez de ayudarle,  si estaría haciendo lo correcto y qué lugar tenía yo en la relación transferencial con él, y qué lugar tenía él, ya que esa posición de “marcar” demarcar al sujeto no es la forma de trabajo que una realiza habitualmente en su consulta particular, obviamente porque las problemáticas que traen las personas que consultan  son de otro orden. 

Me preguntaba  por qué él seguía viniendo, y sin falta a nuestra entrevista semanal, siendo que tenía total libertad para venir o no hacerlo, si más bién parecía batallar la mayor parte del tiempo contra mis intervenciones.  En este sentido, es importante aclarar que no venía por lograr algún otro beneficio en el sistema, que no fuera el que se desprendriera del trabajo terapéutico mismo; para asegurar que así fuera,  quedaba acordado en las primeras entrevistas, que mi labor en este aspecto, estaba al margen del  programa de diagnóstico y tratamiento estipulado  por el Instituto de Criminología del cual dependíamos en tanto profesionales (*)



Así, este hombre venía,  aunque muchas veces se molestaba conmigo y  remarcaba su franca oposición llevándome la contraria, y  negándose  la mayor parte de las veces  a aceptar mis intervenciones.  Yo me cuestionaba  si acaso no lo estaba tratando como a un “objeto” , y no como un sujeto,que es la posición que los analistas intentan favorecer en la cura, (más allá de que el sujeto se pueda posicionar al inicio de cuaquier cura como objeto); aunque a la vez tenía también muy claro,que  lo que estaba llevando a cabo no  era una cura psicoanalítica  del orden de las que  llevaba a cabo en el consultorio,  no solamente por que el ámbito es totalmente diferente, sino precisamente porque lo es porque  las problemáticas que aquejan a las personas que allí se encuentran, son diferentes a las de los neuróticos que son los que generalmente concurren a consulta. Y precisamente, se trata de posiciones casi opuestas, mientras el neurótico sufre de lo efectos sintomáticos que el acatamiento de la ley le genera, muchas de estas personas que se encuentran en establecimientos de este tipo, sufren de los  efectos no –sintomáticos, sino más bien en la esfera del actuar (acting out, pasajes al acto), que les genera el no poder o querer acatarla.












De alguna manera yo trabajaba  forzando la instauración de la castración simbólica en el sujeto, y muchas veces me cuestionaba si estaría procediendo bien  terapéuticamente; pero como no se me ocurría de que otra forma podía hacerlo, seguía trabajando en esa línea.Hasta que empiezo de a poco, a constatar que esa forma de intervención produce efectos: su escisión va lentamente diluyéndose, y ya el sujeto  no presenta la misma contundencia en su dicotomía.

Sucede entonces, que en esa transferencia conmigo, con algo de mi saber por él supuesto  acerca de lo que le sucede, comienza a leer libros de autoayuda(de Louise Hay) que le solicita  a su madre que  le traiga cuando viene de visita, y en una oportunidad me dice muy asombrado y maravillado como quien ha hecho un gran descubrimiento - logrando contagiarme su estado de plenitud: estuve leyendo “Como puede sanar su vida “ y sabe que me di cuenta de una cosa que nunca nunca había visto, que nunca me había fijado que existía , aunque ni yo puedo creerlo,  ni usted  va a creerlo,  que existe  el  “pero”, la palabra “pero”.  Que uno puede decir me gusta pero…, esto es bueno pero…

El “pero” , conjunación advesativa  está definida en el diccionario como un “enlace que une dos oraciones o sintagmas cuyos significados se contraponen,se restringen o se limitan “, supone una afirmación  y su negacióna a medias  al mismo tiempo,  lo que exige que  el objeto sea concebido como no todo:  no todo bueno, no todo malo. Lo que hace posible ese enlace (símbolo) entre dos juicios contrapuestos o esa integración a medias o relativización de los opuestos, es la metáfora.

QUÉ SE NECESITA PARA LLEGAR AL “PERO” QUE INDICA LA CASTRACIÓN.  Quedará para ser abordado en la segunda parte de este trabajo. 


 









Para terminar unos intentos de poemas que hice pensando el PERO:







PERO


Que no tienes muy buena fama,
que  a casi todo sacas las ganas,
que casi siempre invades las camas,
que casi nadie tu nombre aclama
aunque todos  hacen de tu  excusa el vale,
que dejas la promesa extinta
cuando toda empresa pintas
 a media tinta,
que anulas la algarabía
que en la primera parte de la frase habría/abría
y la reviertes
y la conviertes en contravía
en el pesar de una letanía,
que al final todo deseo detendría, extinguiría
o dejaría en el tren la vía;
que eres como una ola
que se torna  siempre a deshora:
en la orilla una en vano espera
 y tú te vuelves antes que llegas,
dejando pies en la arena
de tu ausencia de anhelo llenos,
que con tus peros aguas la fiesta,
que con tus peros la fiesta en vela queda
o a media vela
como algún hombre: promete ¡vuela!
y cuando a veces la hora llega
se cae la vela
se apaga pronto
¡antes que quema!
o igual se queda en duermevela,
o cual mujer que en mascarada bien sabe hacer,
más cuando llega la de verdad
la hora de la verdad,
el pero invade la intimidad,
que  a veces, con tanto pero la vida frenas,
que sí te quiero,
que sí que quiero
pero no puedo,
que sí te quiero
pero no sé, no es el momento
¡vaya qué cuentos!,
que estuvo bien
pero podría
haber estado
mejor,
que eres muy guay
pero quizás…
falta algo más,
que a tanto pero anclados
 en el pasado
hay muchos barcos que han naufragado,
se aúna el recuerdo
de aquel o aquellos besos
sus pendidos a dos palmos
del labio henchido pero frustrado
de tanto quiero por el pero refrenado,
o aquel te quiero
o aquel me  gustas
agarrotado en la lengua injusta,
seca y cobarde
¡¿aún hoy te angustia?!,
traiciona el pero aquel deseo
que por ser la primera noche
¿ y si queda feo?
 y arrinconados en aquel coche
mató el derroche y el desvarío,
que sí que quiero
¡pero no en el coche!
 y tampoco en el porche
¡y no esta noche!
¡¿qué pensaría de mí este hombre?!
¡vaya que corte!,
o aquella caricia rediviva
en mano de la nostalgia suspendida
si una pudiera volver atrás
el tiempo  
¡ah! ¡cuántos peros ya no pondría!
lo adversativo eliminaría
y otra vida tal vez escribiería
¡y viviería!


LA CONTRACARA DEL PERO.

Sé que no mola,
que a todo el mundo
partes
de la vida inmola,
más si no fuera por su existencia
medio no habría
en nuestra experiencia,
locos
todos seríamos
tomados por la certeza,
o todo blanco o todo negro,
¡¿más dónde quedan los grises perlas?!,
¡¿dónde ponernos las tristes medias?!
¡¿cómo salvam… salvarnos
la Tierra Media?!
placentero o  no placentero
bueno o malo
sano o enfermo
loco o cuerdo
cobarde o valiente
solo el pero permite encontrar remedio
el justo medio,
 juntos odio y amor
 comparecen,
peca de injusta la inquisición
 más si no fuera por su actuación
no habría reprobación,
acusación,
inculpación,
ni juicio de atribución
que relativizara su decisión,
más tampoco habría  aquiescencia
suplencia,
ni sugerencia,
ni compasión
ni arrepentimiento
ni perdón.







   (* )aclaro que como profesionales teníamos determinadas tareas asignadas de forma obligatoria, pero nos dejaban la libertad de realizar propuestas que consideraramos beneficiosas para las personas allí recluidas, y esta tarea la realizaba yo de forma más bien suplementaria que complementaria(porque iba “a contra funcionamiento” habitual del sistema carcelario),  como una iniciativa personal porque a mi me interesaba hacerlo. Obviamente que los posibles cambios favorables  de la persona  recluida que aceptaba participar de esta propuesta de trabajo personal, serían constatados en las evaluaciones o diagnósticos  que estaban programados desde la institución,  y a partir de dicho cambios seguramente cada cual  podría obtener  beneficios,  como por ejemplo  cambio de etapa a un régimen más abierto, o salidas domiciliarias. Pero lo esencial , que estaba claramente establecido, era que el solo hecho de participar de mi propuesta no le garantizaba por la sola participación ningún beneficio a nivel institucional, era un trabajo como por fuera, pensando en su subjetividad, en el afuera, en su salida al mundo, y de ese mundo de alguna manera.(obviamente que desde el punto de vista  institucional e ideológico, social y político este doble  funcionamiento o legalidadad daría para mucho hablar ,discutir y escribir, pero ésta no es ahora mi finalidad). Tengo, conjuntamente con una colega, un  trabajo realizado sobre estas cuestiones: “El rol del psicólogo en el ámbito carcelario: ¿un lugar de trabajo posible?”