miércoles, 28 de enero de 2015



LA PERVERSIÓN DEL DISCURSO CAPITALISTA ACTUAL Y ALGUNOS DE SUS EFECTOS EN LA SUBJETIVIDAD.



"La creación del hombre neo-liberal  ha llevado a una revolución de nuestra economía psíquica consistente en el   desplazamiento de una cultura basada  en la lógica de la neurosis (la represión, la la culpa, la deuda  el sacrificio) a una cultura que promueve la perversión, los desordenes narcisistas y la psicosis ordinaria”.    
                                                                           
"Si el sujeto moderno es Kantiano en la medida que obedece  a la ley que lo obliga a considerar al otro como un fin en sí mismo, la ley Sadiana que ordena gozar empuja al sujeto postmoderno a  considerar al otro como un medio para alcanzar sus fines”.

  “El sujeto perverso y el capitalismo  total” Francisco de la Peña Martínez,                                                                                                     en  “La otra versión del padre: perversiones"; Ed. Ledoria, Toledo, 2004.



 
 Partiré para escribir este texto de una imagen que me golpeó hace bastante tiempo en uno de las emisiones del programa “Callejeros”: un hombre de unos cuarenta y tantos años contaba al periodista su  situación  socio económica y laboral crítica, explicándole  que en unos días no tendría donde vivir porque sobre él y su familia pendía una orden de desahucio. Lo decía desesperado, mientras en su camiseta sobre su pecho se podía ver en letras enormes: “EMPORIO ARMANI”.      
                   
Indudablemente la marca vende, se vende, ya que el Otro actual no la da (no hay don simbólico), y  los sujetos hacen lo imposible por  comprarla  y pagan de más por adquirirla, no solamente por las más o menos cuantiosas cifras que cuesta “estar vestido de marca” (identificación narcisista), sino por las horas trabajadas muchas veces en empleos  que nada tiene que ver con el  deseo de quien muchas veces no tiene más remedio que realizarlos para cubrir necesidades básicas para la supervivencia y estas otras, que no lo son, pero que se han tornado gracias al reforzamiento adecuado, también en necesidades de este mismo orden  para “el ser”. Pagan en empleos que encima  muchas veces están  mal pagados y son llevados a cabo en diversidad de condiciones laborales cada vez  más precarias, y  también a  la larga, lo hacen con desahucios y malestares diversos.

Hoy la identidad se define por el objeto y por la marca, a pesar de las consecuencias a que son llevados en este circuito infernal del consumir para ser, del ser lo que se consume, del ser que se consume o es consumido por el consumo finalmente. Marca solamente imaginaria de pertenencia en coalescencia (que no ex -istencia)  ante la caída de las marcas simbólicas que alojaban al sujeto en el Otro del lazo social  en la época del discurso del Amo. 

Pero, de manera insólita, esta fusión o soldadura del ser con la marca del objeto que vende identidad y la ilusión de pertenencia e inclusión, en el Emporio Armani en este caso, o en cualquier otro, no impide para nada, al contrario(solo le importa en calidad de  consumidor, no está interesado salvaguardarle  como persona), que el sujeto se pueda encontrar en cualquier momento, al decir de un programa televisivo, “con el culo al aire” o “en pelotas”, que viene a ser más pertinente en este caso por cuanto da cuenta de quedar en  la desnudez más radical, caído él mismo como objeto porque esa marca, al contrario de la marca simbólica de antaño forjada en los ideales, en la distancia entre el ser y el deseo del ser, no le sostiene.
   
El problema es cómo, hasta quienes viven en condiciones sociales paupérrimas quieren también tener acceso a esos objetos, porque aún en las peores condiciones, siempre hay medios audiovisuales en cualquier casa, fundamentalmente la televisión, donde la publicidad intenta vender con un mismo mensaje que obviamente no tiene en cuenta las diferencias de  posibilidades adquisitivas de los televidentes, y en la vida cotidiana también los escaparates cumplen esa función de pantalla que atrae al ojo en pos de los objetos. El despersonalizado Mercado, de forma permanente y agresiva, atrae a sus hipnotizadas víctimas a la impulsión de la compra y del “goce ya y como sea”, mimetizando al sujeto con los objetos.

Este mandato super-yoico feroz, en aquellos casos en que las personas no tienen los medios económicos para acceder a la compra de los mismos(o aquellos que sí los tienen pero siempre quieren más), se lleva por delante muchas veces toda barrera ética, y así en pos de estos objetos hay a quienes no les importa ya robar, matar, prostituirse; la desesperación por el consumo de la promesa del goce absoluto del objeto, quiebra el pacto social fomentando individualismo y la competencia despiadada, pues ya no hay Dios ni Padre que promueva ley de prohibición alguna, en cuyo nombre y por amor el sujeto deba estar dispuesto a resignar su goce pulsional.

En otros casos, entre quienes no sobrepasan esa barrera, se presenta el odio y la gama de afectos y sentimientos que van en su línea: la envidia, la frustración, la rabia y el resentimiento. Verse privado de los objetos de goce, suponer que los que lo tienen gozan y gozan  más, o sea gozan sin falta, provoca sufrimiento. Y aunque es un engaño esa creencia en la completud o total satisfacción, los sujetos en esta lógica del consumo  lo desconocen. Y así,  a quienes sí pueden acceder, los mantiene funcionando adictos a la rueda del consumo, en la creencia de que si este objeto no es suficiente para otorgarle el placer del placer,  siempre habrá otro pronto a ser ofrecido, que ¡ahora sí! me otorgará la plena satisfacción. Todo consiste en perfeccionar el objeto (más rápido, con más funciones, etc.). y así enganchados sin cejar en su re-negación  de la falta siguen de la ilusión a la desilusión, de la euforia a la depresión, del síndrome de abstinencia al entusiasmo de la  nueva adquisición, y de ahí de nuevo vuelta al bajón, y así ad infinitum, siempre cuando dejen algún lapso de tiempo entre cada compra y la siguiente, pues puede que para no sentir  el bajón no paren nunca (ese aceleramiento sin pausa es lo promueve precisamente el tipo de “música” que habitualmente hay en los locales de venta).

Y a quienes no pueden acceder a los mismos, los hace sentirse injustamente excluidos del goce que suponen supremo, simples espectadores del goce de los otros en-vide-ando y maldiciendo a quienes si creen que pueden acceder al Paraíso, desconociendo que es solo de artificio, y ni aún así cumple bien su oficio, porque somos seres en falta, caídos del supuesto y solo  imaginario lugar celestial. La defensa  que algunas de estas  personas pueden anteponer ante tales sentimientos, para soportar y hacer menos dolorosa su privación, puede ser la devaluación de esos objetos o del acceso a los mismos, como hacía la zorra en el cuento de “La zorra y las uvas” para auto-convencerse que no se perdía nada que valiera la pena; cuando ello no es posible, seguramente la bilis negra  corroerá su alma y sus vínculos.

Otra posibilidad, es encontrarse en un lugar en el  que aún pudiendo contar con los  medios económicos  para acceder a los objetos, la persona sea capaz de  resistir la tentación del desenfreno y adquirirlos de manera discriminada,  en base  a un consumo responsable tanto consigo mismo/a , como con los otros y con el medio, lo cual  requiere el ejercicio de la libertad, única que permite el  poder de decidir, y eso implica ser capaz de pensar, y esta capacidad precisamente es la que se encuentra muy disminuida ante la colonización que de ella ha hecho el funcionamiento del mercado actual.

Pero independientemente de cuál sea la forma en que las personas se posicionen frente a  esa impulsión(actuación) al goce, ya sea que lo satisfagan supuestamente respetando las “normas” ( porque muchos de esos objetos han sido ya realizados violando importantes normas- trabajo infantil, explotación, etc.), que se defiendan de él, que lo satisfagan violando toda norma, no deja de ser una perversión del sistema que se promueva ese goce sin límite para todos  sin crear las condiciones mínimas  para que algo de la  satisfacción del mismo sea posible. Por el contrario, cada vez hay más desempleo y ello implica que cada vez más personas se sienten  excluidas del acceso a los objetos que supuestamente hacen posible la satisfacción, por lo que están sometidas a un doble engaño: creer que esos objetos la brindan, y creer que no la obtienen porque no tienen las condiciones laborales y  socio-económicas para acceder a los objetos que permitirían alcanzarla. 

Obviamente el goce no está,  ni estará, ni tiene por qué estar bien o justamente distribuido; y encima nunca hay “el goce”, sino que hay “los goces”: oral, anal,  escópico o de la mirada, invocante o del oído, para el psicoanálisis. Y si bien esto no ha sido así en toda la historia de la humanidad, porque no hay medida, no se puede medir, en épocas anteriores el pacto social intentaba regular basándose en el ideal de justicia, democracia y libertad una distribución de las condiciones que posibilitaran acceder a esos objetos de goce, supuestamente de manera más equitativa. 

Ahora ya no, mientras quienes tienen mayor  acceso a los objetos de consumo, y cada vez  más, los otros, los desarrapados del mundo al decir de Paulo Freire, quienes no lo tienen, se los somete a idéntica presión sobre su ser pulsional, pero al mismo tiempo se les reducen y quitan los medios  que permiten acceder a ellos dentro de los permisos (ya no puede siquiera llamárselas normas) que otorga  el sistema: cada vez trabajan más horas por menos dinero, cada vez hay quienes intentan pasar de  los convenios colectivos, cada vez las empresas pueden trasladarse de un lugar a otro según sus conveniencias y  sus ganas,  etc., y lo que es peor, se deja fuera de combate a  la principal arma para poder  tener la libertad de pensar y  sentir que se la tiene, única que permite el ejercicio libre de una verdadera elección: la educación crítica, la educación como ejercicio de la libertad.

Aunque las personas creen que están siendo libres de elegir, solo eligen y aún relativamente el objeto que consumen, y digo relativamente ya que muchas veces no pueden decidir porque no logran conjugar en un solo objeto las cualidades de los tantos que atiborran sus sentidos, y poder elegir implica estar capacitado para resignar algo para ganar lo otro, lo cual es imposible cuando nada se quiere perder. Tampoco están muchas veces en condiciones de  decidir en qué cantidad  consumen los mismos.

Y finalmente el sistema  castiga tanto a quienes no se incluyen en la rueda del trabajo  y del consumo, como a quienes no pudiendo hacerlo,  o mantenerse en la del trabajo( que es el que brinda los medios para intercambiar el dinero por los objetos en cuestión), optan por forzar su entrada de manera ilegal en la del segundo. Pero eso sí, solo en forma más severa  o principalmente a  los sin nombre  o los nadie, como les llama Eduardo Galeano.


Los nadie.

"Sueñan las pulgas con comprarse un perro y sueñan los nadies con salir de pobres, que algún mágico día llueva de pronto la buena suerte, que llueva a cántaros la buena suerte; pero la buena suerte no llueve ayer, ni hoy, ni mañana, ni nunca, ni en llovizna cae del cielo la buena suerte, por mucho que los nadies la llamen y aunque les pique la mano izquierda, o se levanten con el pie derecho, o empiecen el año cambiando de escoba.
Los nadies: los hijos de nadie, los dueños de nada.
Los nadies: los ningunos, los niguneados, corriendo la liebre, muriendo la vida, jodidos, rejodidos:
Que no son, aunque sean.
Que no hablan idiomas, sino dialectos.
Que no profesan religiones, sino supersticiones.
Que no hacen arte, sino artesanías.
Que no practican cultura, sino folklore.
Que no son seres humanos, sino recursos humanos.
Que no tienen cara, sino brazos.
Que no tienen nombre, sino número.
Que no figuran en la historia universal, sino en la crónica roja de la prensa local.
Los nadies, que cuestan menos que la bala que los mata".

(El libro de los abrazos).








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