Gracias a las mujeres,
a quienes escuchando aprendo.
Hace unos días me
decía una joven mujer que en los últimos tiempos ha estado, según sus propias
palabras, “obsesionada por un hombre”, y agregaba que eso era patológico. Ante su planteamiento yo me quedé preguntándome
si acaso es posible el enamoramiento sin esa especie de obsesión a la que ella
aludía, y que consistía para ella, como sucede
en todos los casos según mi parecer, en estar casi todo el tiempo con un
sentimiento mezcla de desasosiego, ansiedad, infelicidad y felicidad, siempre pensado en esa persona, y
en situaciones imaginarias de posibles encuentros con la misma, en hablar con
ella, en mirarla y esperar que la mire, etc. La mujer “en cuestión” (nunca
mejor dicho), me decía que ella lo consideraba una obsesión patológica porque
se había dado cuenta de que justo ese enamoramiento le había surgido en un
momento en que en realidad ella (que está casada y tiene hijos, pero su
matrimonio está pasando por un período de crisis) estaba intentando buscar
determinado lugar a nivel profesional, buscando que aceptaran determinada
propuesta que de serlo, le permitiría dar un paso más en pos de la realización
de su deseo profesional, el cual fue
quedando postergado en parte debido a la maternidad, ya que sobre ella han
recaído desde que tuvo sus hijos, las tareas vinculadas tanto a su crianza como
al hogar. Más allá de que, como ella misma lo dice, ella es la responsable de esta postergación, porque
en el conflicto entre una parte suya que no quería haber realizado dicha
elección y otra que la conminaba a la
misma, ha triunfado hasta ahora la parte
de sí que la “ha obligado” a elegir priorizando
el rol maternal y de esposa que se ocupa de las tareas del hogar, antes que el
profesional. Y además siente que le sucede algo que no predecía cuando tomó ese
camino, que es la dificultad enorme que está teniendo para poder retomar dicho rol profesional y desarrollarse
en el mismo.
Agregaba que ella
de da cuenta que tiene miedo a triunfar profesionalmente y busca cualquier
excusa para evitar tener que encarar a fondo ese crecimiento profesional que
por otro lado desea, y que en ese
sentido, la obsesión por este hombre le vino como anillo al dedo para
descentrarse de lo que era y debería haber seguido siendo el objetivo principal
en estos momentos, para tener su mente ocupada permanentemente obsesionada con este hombre, y no en la tarea
intelectual y profesional; de hecho
terminó no haciendo nada en ese sentido y dejando pasar esa oportunidad,
sin tampoco haber obtenido satisfacción amorosa alguna con el dueño de su
pensamiento. Es por ese lugar de engaño
o distracción traicionera que ella da a ese enamoramiento que relativiza la
autenticidad del mismo, y la cataloga de obsesión enfermiza.
Otra mujer, más
joven aún que la anterior, que está en pareja pero no está casada y no tiene
hijos pero está pensando en si tenerlos o no porque está –según sus palabras-en
una edad supuestamente apropiada para ello, ya que luego sería ya muy mayor,
según su parecer -y seguramente el parecer general-, me decía también en estos
días que estaba teniendo dificultades muy grandes para desarrollarse
profesionalmente (en otra área totalmente diferente a la de la primer mujer a
que hago referencia en primer término), debido a la situación de crisis, pero
también debido a sus dificultades personales, a su bajo sentimiento de
autoestima , a su inseguridad y casi nula confianza en sí misma entre otras
variables referidas a su contexto e
historia familiar y social. Lo que me
llamó la atención entre otras cosas, es cómo ella pasó en un período de tiempo
relativamente muy corto, a hablar de la posibilidad de maternidad desde el
lugar de la negación rotunda a la misma: “no quiero ser madre, sé si quiero ser
madre, quizás quiero pero no es el momento apropiado porque no tengo casi
trabajo, debería antes desarrollarme profesionalmente”, a estar prácticamente
convencida de que sí iba a hacerlo y se pondrían “cuerpos a la obra”.
Si la maternidad en
el primer caso operaba como vía de impotencia para el desempeño y crecimiento
profesional, en esta otra mujer ¿no
parece estar operando acaso como una
huida ante la imposibilidad del desarrollo profesional? Quizás quedar
embarazada y devenir madre y tener que ocuparse del hijo, sea la posibilidad para
ampararse y justificarse no teniendo que
desarrollarse profesionalmente.
Estas situaciones
me llevan a preguntarme acerca del deseo de las mujeres en el ámbito de la
pulsión de saber y del desempeño y crecimiento profesional y laboral, y su
relación con el deseo maternal y de esposa. Y me hacen reconsiderar la
incidencia de la fuerza que ha tenido en
la educación de las mismas la valorización y el permiso para desempeñar los
roles del segundo orden, en detrimento del de los de primer orden, que
lamentablemente parecen seguir estando permitidos fundamentalmente para los
hombres ya que a ellos no parece generárseles
tanto conflicto entre su desempeño como padre y el laboral profesional,
y si llega el momento de tener que elegir o priorizar uno de ellos , parecería
que tienen menos culpa y menos impedimentos en inclinar la balanza del lado de
lo profesional. Obviamente que a esto coadyuvan muchísimo las diferencias salariales entre hombres y
mujeres, entre otras, ya que si el
hombre sigue siendo el dinero fuerte de la casa, las parejas tenderán, no sin
conflictos y sufrimiento, a tener que elegir que él trabaje fuera del hogar y
ella sea quien se ocupe de los hijos y las tareas del hogar.
Las mayoría de las
mujeres han sido educadas para tener ese miedo a triunfar en el ámbito público
o profesional, y desautorizadas para hacerlo, inclusive en muchos casos no
solamente por la identificación con madres que sostenían esa posición
ocupándose ellas prácticamente solas de los hijos y de de las tareas domésticas,
(lo cual genera además culpa en las hijas por hacer aquello que sus madres no
pudieron), sino por los propios discursos materno y paterno. En ese sentido es
muy común escuchar decir a las mujeres, que sus padres, a veces más uno que
otro, a veces ambos en una misma familia, valoraban más al o a los hermanos varones que a ellas. Todo lo
que hacía y hace ese o esos hermanos varones es “palabra santa” como me decía
una joven, y “a mí mi madre me sugiere
que le haga caso a él que de lo profesional sabe… cuando él en sí de mi profesión
no sabe nada porque se dedica a otra
cosa, y esa hiper- confianza hacia él y
desconfianza y devaluación comparativa permanente de ellos hacia mi
persona, me ha minado mi autoestima toda
la vida”, y una vez minada la autoestima para el crecimiento profesional,
solamente parece quedar permitido y aplaudido el rol maternal.
Obviamente que
bajo el término “miedo a triunfar” podemos ubicar el miedo a triunfar por sobre
los propios padres que todo neurótico suele tener, a veces dependiendo del
permiso inconsciente dado por estos
progenitores para que el hijo los supere profesionalmente o en otros ámbitos(poder ser madre/padre, tener o no su
casa u otros bienes, etc. un mejor o diferente trabajo, etc.), así como también
el permiso que esa hija o hijo pueda darse para superar o ir más allá de
los padres, aunque paradójicamente,
mientras la vivencia sea de que se está superando o intentando superar a los
mismos, posiblemente la culpa inconsciente impida dicho crecimiento ya que en
última instancia, que un hijo o hija crezca
es correlativo a que el padre envejezca y muera, y el florecimiento de
los hijos va de la mano del envejecimiento y decrepitud de los padres; de ahí
la culpa por crecer asentada en la fantasía de que: “mi crecimiento los mata”. Para
salir de este conflicto y eliminar la culpa quizás sea necesario sacar el
conflicto del ámbito de la competencia,
que es el de la superación de uno sobre otro, para reubicarlo en el de la
diferencia. Así crecer no será “ir más allá que”, “superar a” los padres, sino
hacer, a- ser diferente que ellos.
Oro aspecto que me hace pensar, es el término
crecimiento o desarrollo, que algunas mujeres utilizan refiriéndose a esa
imposibilidad o impedimentos de triunfar en lo profesional, pero no, o no
tanto, al rol maternal; parecería que la
maternidad no está asociada a un rol adulto, a un crecimiento, o si lo está no
parecería que sirva o sea considerado socialmente útil, valioso ni extrapolable
ese aprendizaje que ellas obtienen como
madres para el desempeño de otras tareas en el ámbito profesional. Quizás se
deba en parte a que ese trabajo que es la maternidad queda por fuera de la
lógica del intercambio simbólico
del dinero, en esta sociedad en
que el valor de una tarea se mide siempre
en estos términos, quedando entonces el término “crecimiento” asimilado a crecimiento
económico y a tareas donde se acrecienta el capital; el llamado “capital humano”,
a pesar del intento de asimilarlo vía denominación como vemos, al juego de la
economía neoliberal , no parece sin embargo tener la misma importancia, ya que esta
labor tan importante para la conservación de la especie y la conformación de
sujetos sociales( sujetos que estén habilitados para poder convivir en una
sociedad sin destruirse a sí mismos , al otro ni a la propia sociedad) parece
carecer de valor y cada vez más. Sin embargo, ser
madre y desempeñar bien las tareas inherentes a la maternidad exigen de una
madurez considerable, y además implica un crecimiento muy importante para las mujeres,
que toda mujer es capaz de reconocer cuando se convierte en madre , y que hay que valorar y ayudarlas a valorar
independientemente de que el pago a esa labor no sea de orden monetario y sin
pretender que lo sea a mi manera de ver,
ya que si llegamos a ese punto, habremos definitivamente eliminado el amor y con
ello el don de la vida.
La tarea del
terapeuta en estas situaciones es ayudar a que las mujeres sean capaces de
liberase de “los complejos” (*) para elegir
conforme a su deseo: el ser o no ser madre, anteponer o no la labor
maternal ante la profesional o esta ante la otra en determinados momentos de su
historia vital, sin sentirse culpables y sin que su elección termine
obedeciendo solamente a determinaciones inconscientes que las llevan al sufrimiento
al tenerse que enfrentar a conflictos que
muchas veces viven como irresolubles. Se trata de ofrecer un espacio para
pensarse y haciendo consciente lo
inconsciente poder resolver los mismos.
(*) Complejo (del latín complectere:
abrazar, abarcar; participio perfecto: complexum) es un término que
indica un conjunto que totaliza, engloba o abarca una serie de partes
individuales (hechos, ideas, fenómenos, procesos). Se utiliza en forma general
en psicología
para indicar la integración de vivencias o experiencias individuales en una
experiencia de conjunto o totalizadora. El concepto es utilizado principalmente
en las escuelas psicológicas y enfoques dinámicos o analíticos y mucho menos en
los enfoques conductuales.
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