viernes, 6 de marzo de 2015

DE “LA COMEDIA HUMANA” DE WILLIAM SAROYAN A “PARECE UNA TONTERÍA” DE RAYMOND CARVER.


En la tertulia artístico-literaria que hemos creado con el grupo de compañeros del “Teléfono la Esperanza de Asturias”, este mes nos propusimos leer “La comedia humana” de William Saroyan, obra que me está gustando mucho. Leyendo los primeros capítulos, me sorprendió el eco de otra obra que también  me encanta, el cuento de Raymond Carver en su segunda versión: “Parece una tontería”.

En “La comedia humana” la situación aparentemente tonta que me llevó al cuento de Carver es el saludo que sí obtiene el pequeño Ulysses Marcauley de uno solo de los pasajeros del tren que pasaba por las inmediaciones del jardín de su casa, el negro que cantando le dice: ¡Me voy a casa chico! ¡Me voy al sitio de dónde soy!, frases que  sintetizan según lo entiendo, el tema de que trata la novela, ya que están los que no vuelven de la guerra, no vuelven a su casa en la tierra, pero sí quizás a esa otra casa que a todos nos espera, tierra donde la ardilla que atrae la atención de Ulysses en la primer línea de la historia, hace su madriguera. Elección forzosa de la muerte: “la madre tierra que a todos nos acoge en su seno”, que Freud trabaja magistralmente en “El motivo de la elección del cofre” (1913) a partir de “El mercader de Venecia” y “El rey Lear” del fabuloso Shakespeare.                                                           

Respecto al cuento de Carver, la primera versión se “El baño” y sorprende, dado los cambios que el autor introduce entre ambas versiones del cuento, que justo la primera haya sido la incluida en el libro “De que hablamos cuando hablamos de amor”, pues a partir de ello, en mi se piensa que el autor corrigió la misma para hacer entrar el amor en la historia, que como lo entiendo, estaba más bien ausente en esa primera versión. También el cambio de título permite apreciar claramente el desplazamiento del acento afectivo del autor y del cuento, del episodio del baño a aquello que parece una tontería,  pero no lo es.                                                                            

Este reencuentro me hizo recordar que en alguna oportunidad yo había escrito un comentario acerca de este cuento, el cual desistí de publicar en mi blog en aquellos momentos por motivos que no corresponde explicitar acá y que tampoco tengo del todo claros. Sí puedo decir, que esto que he escrito, y que hoy, pasado ya un tiempo,  decido compartir en mi blog, surgió leyendo a su vez otro libro: “Cuentos para leer en familia” de Jean Grasso Fitzpatrick.
 He aquí el fragmento que dio lugar al “escrito” que presento a continuación.


“Los duendes y las hadas son tan difíciles de ver que, probablemente no crea en su existencia. Muchas veces las personas que más nos han ayudado también son así: apenas tenemos conciencia de lo mucho que significaron para nosotros. En nuestra era de grandes cambios, quizás los hemos conocido solo por poco tiempo”.    
                 
                     

“Parece una tontería” es una de esas historias que abrigan el alma y nos hacen darnos cuenta de cómo  a veces los gestos o  actitudes en apariencia más  simples que precisamente “parecen una tontería”, no solamente no lo son, sino que por el  contrario,  son los que calan más profundamente en nuestra interioridad. Y por ello, pueden llegar a convertirse, valga la redundancia, en el más cálido abrigo para  el alma de alguien que está viviendo circunstancias difíciles.  Y también, para tomar conciencia de que  hay innumerables ocasiones en nuestra vida cotidiana en que sin darnos cuenta, nos hemos encontrado con algún duende o alguna hada que nos ha arropado con sus dones, así como en otras circunstancias, hemos sido nosotros quienes tal vez, también sin darnos cuenta, hemos hecho de hadas o duendes para otros.

El consuelo a veces es brindado “por”, o encontrado en personas aparentemente anodinas, o inclusive en personas que nos pueden producir rechazo, parecer desagradables o con quienes pudimos no haber tenido un buen vínculo en un primer momento, y cuyas vidas se han cruzado con las nuestras por pura casualidad y muchas veces además, en forma puntual. En el caso del cuento, el consuelo es brindado por un pastelero al que una madre había encargado un pastel de cumpleaños para su hijo. El día del cumpleaños, el hijo tiene un accidente(es atropellado) y fallece a los pocos días, por lo cual obviamente la madre no está en condiciones de acordarse ni de tener en cuenta el encargo realizado, ante el tremendo truomatismo (agujero) que la atraviesa.  Por supuesto que sin saber nada de ello, y molesto porque ella no fue a retirar el pastel ni a pagárselo, el pastelero llama a la casa reiteradas veces en forma infructuosa, sin darse a conocer.

A partir de este hecho, nos encontramos dos versiones del cuento, la primera escrita en 1981 que lleva otro título “El baño” publicada en el libro “De que hablamos cuando hablamos de amor”) y la segunda,  la cual motivó primeramente este escrito, publicada unos años después en su libro “Catedral”  titulada “Parece una tontería”.

En la primera versión del cuento, una de las veces en que el pastelero llama a la casa,  la madre coge el teléfono. Se encontraba  allí  con el objetivo de darse un  baño y de descansar un rato de tantos días en el hospital. La madre, ya con  el chico en coma, pregunta si se trata de Scotty, y el pastelero dice “sí, Scotty, se trata de Scotty”. Y el cuento culmina ahí. Tendremos que apelar a la otra versión del cuento para  encontrar la capacidad de empatía y la solidaridad del pastelero que abrigan el alma de estos padres. ¿Pero acaso en nuestra vida no tenemos muchas veces  también que apelar a segundas versiones o a re-visiones, a re-significaciones y a reescribir capítulos de nuestra historia que nos permitan  reconciliarnos con los otros, con nosotros mismos y con la vida? Podemos decir que así como el autor re-escribe el cuento para hacerlo mejor, nosotros como autores de nuestra propia vida, intentamos también re-escribir nuestra historia y en ocasiones muchas veces en ese mismo intento por mejorarla.

Pero antes de ello, me interesa repensar los sentidos que podemos crear a partir de ambas versiones del cuento, los sentidos que dichas versiones pueden tener como actitudes humanas, esto es, actitudes que todos podemos tener y seguramente  hemos tenido y tendremos frente a las circunstancias de los otros, e intentar leer algo de las mismas para conocernos y crecer espiritualmente.

Para hacerlo me  interesa  retomar los comentarios que  he encontrado en un blog denominado “PITO CUATRO La sobremesa de los talleristas de Pablo”, sobre las dos versiones del cuento, los cuales me parecen interesantes, promoviendo  en mi el deseo de entablar con las mismas un diálogo que espero sea enriquecedor.

En un escrito fechado el 23 de noviembre de 2007, titulado “Moverse hacia la ternura. Sobre Raymond Carver. por Pablo Ramos” texto que además fue editado originariamente en http://www.no-retornable.com.ar/reflexiones/0039.html

Pablo Ramos en un fragmento extenso de su escrito que aquí transcribo dice refiriéndose a la primera versión del cuento, o sea a “El baño”:  

“No hay trucos, porque aunque ella no cae en la cuenta de quién es el que llama, el lector no tiene dudas, por eso el cuento no es malo en lo formal, pero es malo en su razón de ser. No hay hondura, no hay punto de no retorno más allá de la posible muerte de Scotty como circunstancia. Del comentario fuera de lugar del pastelero como circunstancia. Y si uno mide la dimensión teórica del drama (el coma de Scotty, que el pastelero llame y llame por teléfono a la madre diciéndole que Scotty tal o cual cosa) contra el peso emocional que uno siente al terminar de leer (esto es lo que debería haber sentido contra lo que realmente siente) sale defraudado. Sí, ¡defraudado por Raymond Carver!”

“Es que a veces no alcanza con que el escritor contemple con la boca abierta o en puro asombro un zapato viejo o un atardecer, tal cual lo dice Carver. Y es que él dice “a veces se necesita tan sólo contemplar…” y nosotros leemos “con eso alcanza, lo hago siempre y listo. No. No es así: no es tan fácil escribir fácil.
Hay palabras importantes que Carver hace renacer (en su segunda versión): ternura, alma, talento, son algunas de ellas. Entonces si no tienes talento y no escribís con el alma jamás vas a lograr moverte hacia la ternura, y eso es lo que busca Carver, aún en los cuentos más duros, él mismo lo dice cuando “medita” sobre la frase de Santa Teresa que tanto le gustaba “las palabras llevan a las acciones… preparan el alma, la alistan y la mueven a la ternura”.
Entonces volviendo al cuento “El baño”. La madre vuelve, al hijo le van a hacer mil estudios, escucha lo que escucha del pastelero y se termina el cuento ¿Qué cuento? Ningún cuento, porque no le salió, porque así no pasa nada, porque fue sólo una idea que se publicó”.

Respecto a estos comentarios, estoy en desacuerdo con  que el cuento es “malo en su razón de ser” como dice Pablo Ramos, ya que nos cuenta, mal que nos pese, cómo muchas veces podemos actuar de manera mezquina, egoísta, rencorosa y vengativa   hacia los demás, especialmente cuando desconocemos sus circunstancias y las nuestras nos pesan demasiado, incapacitándonos para ponernos imaginariamente en posibles situaciones en las cuales  podría estar el otro. Tal es el caso del pastelero, que sin saber  porqué la madre de Scotty no acudió a retirar  el pastel ni avisó nada, da por sentado que ella actúa de forma  negativa o de mala fe “porque sí”: cree que lo quiso estafar o molestar gratuitamente, o cuando menos, interpretó el hecho como una falta de consideración para con él y su trabajo y se sintió con derecho a tomarse revancha  mediante una ¿actitud intimidatoria? 

En este sentido el cuento  tiene la razón de ser que es contar lo desagradables que podemos ser los seres humanos a veces, cuando nuestras circunstancias son las únicas que cuentan y nos movemos impulsivamente por las mismas, sin tener  nuestras emociones educadas en  la empatía, o cuando aún teniéndolas  relativamente domesticadas, nos topamos con situaciones que  reactivan nuestros fantasmas inconscientes. En todo caso, lo malo y lo terrible es que a veces seamos así, que podamos vernos reflejados en esa manera de actuar del pastelero.

 Y precisamente, esa falta de empatía es lo que le reclama en la segunda versión del cuento la madre, luego de decirle  que su hijo fue atropellado y murió: “pero naturalmente usted no tenía porqué saberlo, ¿verdad? Los pasteleros no tienen que saber todo, ¿verdad, señor pastelero? , a lo cual más tarde, cuando los padres van a la pastelería, este responde con una especie de justificación: “simplemente soy un pastelero”.

Tenemos a la madre de Scotty tremendamente dolida y furiosa por el fallecimiento de su hijo, que ha encontrado alguien, que  en sí no tiene responsabilidad de lo que le ha sucedido, pero que por la forma insensible en que actúa cuando ella no va a retirar el pastel, se torna en el foco perfecto donde poder desplazar y descargar su rabia. Un madre que dado lo dramático de situación (en vez de haber podido festejar el cumpleaños- nacimiento- de su hijo, se enfrenta a su muerte), que  tal vez espera del otro un más allá de la empatía (lo que a veces pedimos cuando le decimos a alguien que si no ha vivido una determinada situación, no puede saber lo que se siente “realmente” en la misma), y que se encuentra con todo lo contrario, una actitud marcadamente hostil.

 Más bien, lo que ella habría querido, como lo atestigua el mecanismo de negación al que recurre como defensa (“los pasteleros no tienen porque saberlo todo”) es que el otro hubiese sabido TODO, que el pastelero, o quien estuviera  a tiro, hubiera podido sentir en forma idéntica lo que ella siente, y aún tal vez, aunque pueda parecer “loco”, saber lo que podría suceder para haberlo podido evitar, o incluso que fuese al pastelero al que le hubiese sucedido el haber perdido a su hijo. 

 Y en su desesperación recurre defensivamente también a la ironía y la devaluación, la cual es aceptada por el pastelero que le confirma que  él es simplemente  un pastelero, como si dijera que a un pastelero no se le puedo pedir otra cosa (sensibilidad, empatía y menos que sea adivino de lo que iba a suceder), que es un ser humano que no sabe mucho del alma humana, sí de hacer pasteles. De hecho en el cuento hay elementos descriptivos que caracterizan al pastelero como alguien  burdo, “primitivo”.

La madre de Scotty le supone al pastelero sin conocerlo características que lo definen como alguien burdo, grosero, desagradable:   y como parece obvio de alguien así no se puede esperar sensibilidad ni empatía, y la actitud del pastelero en la primera versión del cuento responde exactamente a esa imagen  a modo de profecía auto-cumplida.


Y  su rabia la lleva además a insultarlo y a desearle  el destino de su hijo: “quisiera matarlo -dijo Ann- verlo muerto”, que hubiese sido él quien sufriera ese destino-que por lo insensible, por lo burdo se lo merecía - en vez de su hijo. Esta frase  no solamente es la manifestación del deseo de no estar viviendo esa situación y de que fuese otro el afectado, sino que tal vez vehiculiza además la ley del talión y una creencia popular de que las personas insensibles ante un hecho que es doloroso para otro, solamente pasando por la misma experiencia o situación puede aprender a ponerse en el lugar de ese otro. 
La madre de Scotty también actúa en forma desmesurada llevada por su dolor pidiendo al otro algo imposible, que actúe como un ser sobrehumano, y el pastelero le dice que él es solamente  un pastelero, un ser humano.

 Y de alguna manera esa versión insensible del pastelero es verdad, y de otra  no lo es, como claramente queda demostrado en la segunda versión del cuento. En esta  primera, el autor sí nos deja con esa versión burda, insensible del pastelero, pero le da la posibilidad de redimirse en la segunda versión. Obviamente que era imposible que el pastelero supiera lo que había sucedido, y no es eso lo que  la madre  de Scotty le reclama, sino que hubiera  actuado con empatía, que hubiese podido imaginar situaciones que la justificaran teniendo en cuenta, por  lo menos para empezar, que ninguna madre, porque sí o para perjudicar a otro, deja de  retirar algo tan especial como un pastel para el cumpleaños de un hijo.

El cuento nos muestra, a través de una lupa, como muchas  veces actuamos centrados solamente en nosotros mismos, en nuestras necesidades afectivas insatisfechas que nos llevan a guiarnos solo o predominantemente  por los fantasmas inconscientes que son actualizados a partir de aquellas, en nuestro encuentro con los otros. 

Y cuando digo necesidades afectivas, no me estoy refiriendo a que el pastelero se haya molestado simplemente porque perdió tiempo haciendo el pastel y dinero porque no se lo vendió a la madre del chico, sino que hablo de la respuesta que él interpretó que recibía frente  a lo que en psicoanálisis Lacan llama la demanda de amor que dirigimos en principio al Otro primario (la madre) pero que reformulamos con los otros con quienes nos relacionamos: ¿qué me quiere el otro? 

En la actitud del pastelero podemos leer que  su interpretación puede haber sido algo así como: el otro me quiere joder, me dejó plantado con el pastel y ni se molestó en avisarme,  lo cual constituye una afrenta al narcisismo ya que parecería que el otro  no valoró ni su tiempo, ni el dinero que invirtió en hacer el pastel,  y por tanto no se sintió  valorado como persona. Y siempre que  ello sucede, en términos psicológicos podemos decir que el cerebro racional es tomado, secuestrado por el cerebro emocional, ya no pudo el pastelero pensar: plantearse otras posibilidades,  otras explicaciones posibles para lo sucedido, leer o interpretar algunos datos fundamentales que le habrían llevado a relativizar la situación. La rabia y el deseo de reivindicación y de  venganza se apoderaron de él.

 Sino todos, muchos podemos haber sido, o llegar a ser el pastelero, en menor o mayor medida, en alguna ocasión. Y ello ya nos ha llevado o llevará  a presuponer intenciones al otro, negativas como en este caso, o no tanto, y  en función de ellas a veces a tener actitudes injustas, equivocadas con los otros, o en otras, precisamente a que nos estafan o toman el pelo por confiar demasiado en las buenas intenciones de los demás.

Seguramente, también  hayamos gente que en enfrentados a la misma situación habríamos pensado, y por tanto actuado, de forma diferente en la medida en que lo sucedido no reactivara en nosotros  algún “complejo inconsciente” (en el sentido psicoanalítico del término y no en el vulgar). Hubiéramos podido pensar que  tal vez a la mujer le sucedió algo grave y por eso no pudo venir ni llamar, y máxime cuando el encargo no recogido era de algo muy importante para una madre como es el pastel de cumpleaños de un hijo. Algunos tal vez hasta hubieran intentado también llamar a la casa de la madre del chico, pero con una actitud más de interés, curiosidad o preocupación que  de reivindicación, como parece ser el caso.

Intentando darle otra lectura a lo que sostiene Ramos respecto  a que el primer cuento “es malo en su razón de ser”, diré que en otro sentido sí puedo estar de acuerdo con él, y no únicamente por lo que dice acerca de que “no hay hondura, no hay punto de no retorno más allá de la posible muerte de Scotty como circunstancia”, sino porque cuando actuamos de la manera en que actúa el pastelero, no hay hondura espiritual, afectiva en nosotros mismos, en nuestra historia o en nuestros pequeños cuentos cotidianos,  y por lo tanto, tampoco tenemos punto de retorno,  porque con ese tipo de actitudes,  estamos más cerca de la muerte que de la vida y del amor.

 En cambio, cuando actuamos como el pastelero lo hace en la segunda versión, segundo cuento o  ¿segunda parte o continuación del primer cuento?, es todo lo contrario. Asistimos a la capacidad  extraña que es la empatía y que nos permite salir-nos hacia el encuentro con el otro, estando  a la vez (o más bien, habiendo sido capaces de haber estado) tan metidos con nosotros mismos; presencia de Eros,  el único que permite hacer de esos pequeños cuentos nuestros de cada día, ¡grandes cuentos!

 Carver se reconcilia con el pastelero, y nos permite reconciliarnos a nosotros con él (con él y con el pastelero) y con nosotros mismos, y con nuestra ¿humanidad?, de esa manera nos impide también que –contrariamente a como lo siente Pablo Ramos- nos sintamos defraudados, tanto por el autor como con nosotros mismos: escribe una segunda versión del cuento, en el que el impedimento del baño reparador a la madre de Scotty en el primer cuento se transforma en una escena que da cuenta de actitud de profundo amparo que no es ninguna tontería y que  a mí me emocionó muchísimo.

Dice P. Ramos refiriéndose a  la  segunda versión del cuento.

Pero toda obra está viva mientras su escritor esté vivo, dice Carver, y unos años después, cuando sale el notable libro Catedral, reescribe el cuento “El baño”, lo titula, “Parece una tontería” y lo convierte en una verdadera obra maestra.
Lo extiende: la madre recibe más llamados del pastelero, Scotty muere, el pastelero insiste “Scotty, lo tengo listo para usted, se ha olvidado de Scotty” La madre lo insulta, minutos atrás acaba de enterrar a su hijo, ni ella, ni el lector ─atrapado ahora sí en el sentimiento de ella─ pueden entender que categoría de enfermo es este tipo. Pero la genialidad es que el lector está unos segundos por delante en comprensión que la protagonista, Carver nos regala esto, pero no abusa y unas líneas más adelante, enseguida, ella cae en la cuenta. Fácil: la torta, el nombre, el número de teléfono “Hijo de puta” grita, y el marido la lleva a la pastelería.
 Y ahora lo bueno, el pastelero no los quiere atender, ironías, soberbia. Finalmente les abre. Hay un momento de dudas, parece que va a haber violencia. El pastelero admite que llamó, que el pastel se está poniendo rancio, dice que si quiere se lo deja a mitad de precio. Y ¿saben como se dice mi hijo murió?:
“Mi hijo ha muerto –dijo Ann con un tono frío y cortante─. El lunes por la mañana lo atropelló un coche. Hemos estado con él hasta que murió. Pero naturalmente usted no tenía porqué saberlo, ¿verdad? Los pasteleros no tienen que saber todo, ¿verdad, señor pastelero? Pero Scotty ha muerto. ¡Ha muerto, hijo de puta!”
Y todo el dolor del universo empieza a llover sobre los personajes y a través de ellos sobre el lector, que ya está emocionalmente preparado (preparado por el escritor) para vivir el momento estético más sublime que el arte nos puede dar (a mi gusto), que es cuando la literatura, LA LITERATURA, se hace presente y dice “acá estoy”:
“…el pastelero dejó el rodillo de amasar en el mostrador… los miró y meneó la cabeza despacio…sacó sillas de debajo del mostrador….
_siéntese ustedes, por favor.
_ Quisiera matarlo- dijo Ann_ verlo muerto”
Ellos se sientan, él se sienta con ellos.
“─Permítanme decirles cuanto lo siento ─dijo el pastelero apoyando los codos en la mesa─ Sólo Dios sabe cuánto lo lamento. Escuchen. Sólo soy un pastelero…”
Sí, dice eso: “Soy sólo un pastelero…”. Una tontería. Parece una tontería. “…en momentos como estos comer puede parecer una tontería…”
El cuento sigue. Él les ofrece bollos, y ellos se quedan. Se hace de día y ni piensan en irse, mientras el pastelero les da de probar y de oler y les sirve más y más café.
Yo sólo soy un pastelero. ¿Le agregarían el adjetivo “simple” a “pastelero”?. No es
minimalismo, es talento”

Y finalmente los padres escuchando también las razones del pastelero para su proceder  innoble, compañía, conversación, bollos calientes y café, calidez de la  que aún al alba el  alma de estos padres no quiere marcharse.




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