En la tertulia artístico-literaria que hemos creado con el
grupo de compañeros del “Teléfono la Esperanza de Asturias”, este mes nos propusimos
leer “La comedia humana” de William Saroyan, obra que me está gustando mucho.
Leyendo los primeros capítulos, me sorprendió el eco de otra obra que también me encanta, el cuento de Raymond Carver en su
segunda versión: “Parece una tontería”.
En “La comedia humana” la situación aparentemente tonta
que me llevó al cuento de Carver es el saludo que sí obtiene el pequeño Ulysses
Marcauley de uno solo de los pasajeros del tren que pasaba por las
inmediaciones del jardín de su casa, el negro que cantando le dice: ¡Me voy a
casa chico! ¡Me voy al sitio de dónde soy!, frases que sintetizan según lo entiendo, el tema de que
trata la novela, ya que están los que no vuelven de la guerra, no vuelven a su
casa en la tierra, pero sí quizás a esa otra casa que a todos nos espera, tierra
donde la ardilla que atrae la atención de Ulysses en la primer línea de la
historia, hace su madriguera. Elección forzosa de la muerte: “la madre tierra
que a todos nos acoge en su seno”, que Freud trabaja magistralmente en “El
motivo de la elección del cofre” (1913) a partir de “El mercader de Venecia” y “El
rey Lear” del fabuloso Shakespeare.
Respecto al cuento de Carver, la primera versión se “El
baño” y sorprende, dado los cambios que el autor introduce entre ambas versiones
del cuento, que justo la primera haya sido la incluida en el libro “De que
hablamos cuando hablamos de amor”, pues a partir de ello, en mi se piensa que
el autor corrigió la misma para hacer entrar el amor en la historia, que como
lo entiendo, estaba más bien ausente en esa primera versión. También el cambio
de título permite apreciar claramente el desplazamiento del acento afectivo del
autor y del cuento, del episodio del baño a aquello que parece una tontería, pero no lo es.
Este reencuentro me hizo recordar que en alguna oportunidad
yo había escrito un comentario acerca de este cuento, el cual desistí de
publicar en mi blog en aquellos momentos por motivos que no corresponde
explicitar acá y que tampoco tengo del todo claros. Sí puedo decir, que esto
que he escrito, y que hoy, pasado ya un tiempo, decido compartir en mi blog, surgió leyendo a
su vez otro libro: “Cuentos para leer en familia” de Jean Grasso Fitzpatrick.
He aquí el fragmento que dio lugar al “escrito”
que presento a continuación.
“Los duendes y las hadas son tan difíciles de ver que,
probablemente no crea en su existencia. Muchas veces las personas que más nos
han ayudado también son así: apenas tenemos conciencia de lo mucho que
significaron para nosotros. En nuestra era de grandes cambios, quizás los hemos
conocido solo por poco tiempo”.
“Parece una
tontería” es una de esas historias que abrigan el alma y nos hacen darnos
cuenta de cómo a veces los gestos o actitudes en apariencia más simples que precisamente “parecen una
tontería”, no solamente no lo son, sino que por el contrario,
son los que calan más profundamente en nuestra interioridad. Y por ello,
pueden llegar a convertirse, valga la redundancia, en el más cálido abrigo
para el alma de alguien que está
viviendo circunstancias difíciles. Y
también, para tomar conciencia de que
hay innumerables ocasiones en nuestra vida cotidiana en que sin darnos
cuenta, nos hemos encontrado con algún duende o alguna hada que nos ha arropado
con sus dones, así como en otras circunstancias, hemos sido nosotros quienes
tal vez, también sin darnos cuenta, hemos hecho de hadas o duendes para otros.
El consuelo a veces es brindado “por”, o encontrado en
personas aparentemente anodinas, o inclusive en personas que nos pueden
producir rechazo, parecer desagradables o con quienes pudimos no haber tenido
un buen vínculo en un primer momento, y cuyas vidas se han cruzado con las
nuestras por pura casualidad y muchas veces además, en forma puntual. En el caso
del cuento, el consuelo es brindado por un pastelero al que una madre había
encargado un pastel de cumpleaños para su hijo. El día del cumpleaños, el hijo
tiene un accidente(es atropellado) y fallece a los pocos días, por lo cual
obviamente la madre no está en condiciones de acordarse ni de tener en cuenta
el encargo realizado, ante el tremendo truomatismo (agujero) que la atraviesa. Por supuesto que sin saber nada de ello, y
molesto porque ella no fue a retirar el pastel ni a pagárselo, el pastelero llama
a la casa reiteradas veces en forma infructuosa, sin darse a conocer.
A partir de este hecho, nos encontramos dos versiones del
cuento, la primera escrita en 1981 que lleva otro título “El baño” publicada en
el libro “De que hablamos cuando hablamos de amor”) y la segunda, la cual motivó primeramente este escrito,
publicada unos años después en su libro “Catedral” titulada “Parece una tontería”.
En la primera versión del cuento, una de las veces en que
el pastelero llama a la casa, la madre
coge el teléfono. Se encontraba
allí con el objetivo de darse
un baño y de descansar un rato de tantos
días en el hospital. La madre, ya con el
chico en coma, pregunta si se trata de Scotty, y el pastelero dice “sí, Scotty,
se trata de Scotty”. Y el cuento culmina ahí. Tendremos que apelar a la otra
versión del cuento para encontrar la
capacidad de empatía y la solidaridad del pastelero que abrigan el alma de
estos padres. ¿Pero acaso en nuestra vida no tenemos muchas veces también que apelar a segundas versiones o a
re-visiones, a re-significaciones y a reescribir capítulos de nuestra historia
que nos permitan reconciliarnos con los
otros, con nosotros mismos y con la vida? Podemos decir que así como el autor
re-escribe el cuento para hacerlo mejor, nosotros como autores de nuestra
propia vida, intentamos también re-escribir nuestra historia y en ocasiones
muchas veces en ese mismo intento por mejorarla.
Pero antes de ello, me interesa repensar los sentidos que
podemos crear a partir de ambas versiones del cuento, los sentidos que dichas
versiones pueden tener como actitudes humanas, esto es, actitudes que todos
podemos tener y seguramente hemos tenido
y tendremos frente a las circunstancias de los otros, e intentar leer algo de
las mismas para conocernos y crecer espiritualmente.
Para hacerlo me
interesa retomar los comentarios
que he encontrado en un blog denominado
“PITO CUATRO La sobremesa de los talleristas de Pablo”, sobre las dos versiones
del cuento, los cuales me parecen interesantes, promoviendo en mi el deseo de entablar con las mismas un
diálogo que espero sea enriquecedor.
En un escrito fechado el 23 de noviembre de 2007, titulado
“Moverse hacia la ternura. Sobre Raymond Carver. por Pablo Ramos” texto que además fue editado
originariamente en http://www.no-retornable.com.ar/reflexiones/0039.html
Pablo Ramos en un fragmento extenso de su escrito que aquí
transcribo dice refiriéndose a la primera versión del cuento, o sea a “El
baño”:
“No hay trucos, porque aunque ella no cae en la cuenta de quién es el que llama, el lector no tiene dudas, por eso el cuento no es malo en lo formal, pero es malo en su razón de ser. No hay hondura, no hay punto de no retorno más allá de la posible muerte de Scotty como circunstancia. Del comentario fuera de lugar del pastelero como circunstancia. Y si uno mide la dimensión teórica del drama (el coma de Scotty, que el pastelero llame y llame por teléfono a la madre diciéndole que Scotty tal o cual cosa) contra el peso emocional que uno siente al terminar de leer (esto es lo que debería haber sentido contra lo que realmente siente) sale defraudado. Sí, ¡defraudado por Raymond Carver!”
“Es que
a veces no alcanza con que el escritor contemple con la boca abierta o en puro
asombro un zapato viejo o un atardecer, tal cual lo dice Carver. Y es que él
dice “a veces se necesita tan sólo contemplar…” y nosotros leemos “con eso
alcanza, lo hago siempre y listo. No. No es así: no es tan fácil escribir
fácil.
Hay
palabras importantes que Carver hace renacer (en su segunda versión): ternura,
alma, talento, son algunas de ellas. Entonces si no tienes talento y no
escribís con el alma jamás vas a lograr moverte hacia la ternura, y eso es lo
que busca Carver, aún en los cuentos más duros, él mismo lo dice cuando
“medita” sobre la frase de Santa Teresa que tanto le gustaba “las palabras
llevan a las acciones… preparan el alma, la alistan y la mueven a la ternura”.
Entonces
volviendo al cuento “El baño”. La madre vuelve, al hijo le van a hacer mil
estudios, escucha lo que escucha del pastelero y se termina el cuento ¿Qué
cuento? Ningún cuento, porque no le salió, porque así no pasa nada, porque fue
sólo una idea que se publicó”.
Respecto a estos comentarios, estoy en desacuerdo con que el cuento es “malo en su razón de ser”
como dice Pablo Ramos, ya que nos cuenta, mal que nos pese, cómo muchas veces
podemos actuar de manera mezquina, egoísta, rencorosa y vengativa hacia
los demás, especialmente cuando desconocemos sus circunstancias y las nuestras
nos pesan demasiado, incapacitándonos para ponernos imaginariamente en posibles
situaciones en las cuales podría estar
el otro. Tal es el caso del pastelero, que sin saber porqué la madre de Scotty no acudió a retirar el pastel ni avisó nada, da por sentado que ella
actúa de forma negativa o de mala fe “porque
sí”: cree que lo quiso estafar o molestar gratuitamente, o cuando menos, interpretó
el hecho como una falta de consideración para con él y su trabajo y se sintió
con derecho a tomarse revancha mediante
una ¿actitud intimidatoria?
En este sentido el cuento tiene la razón de ser que es contar lo
desagradables que podemos ser los seres humanos a veces, cuando nuestras
circunstancias son las únicas que cuentan y nos movemos impulsivamente por las
mismas, sin tener nuestras emociones educadas en la empatía, o cuando aún teniéndolas relativamente domesticadas, nos topamos con
situaciones que reactivan nuestros
fantasmas inconscientes. En todo caso, lo malo y lo terrible es que a veces
seamos así, que podamos vernos reflejados en esa manera de actuar del
pastelero.
Y precisamente, esa falta de empatía es lo que le reclama en la
segunda versión del cuento la madre, luego de decirle que su hijo fue atropellado y murió: “pero naturalmente usted no tenía porqué
saberlo, ¿verdad? Los pasteleros no tienen que saber todo, ¿verdad, señor
pastelero? , a lo cual más tarde, cuando los padres van a la pastelería, este
responde con una especie de justificación: “simplemente soy un pastelero”.
Tenemos a la madre de Scotty
tremendamente dolida y furiosa por el fallecimiento de su hijo, que ha
encontrado alguien, que en sí no tiene
responsabilidad de lo que le ha sucedido, pero que por la forma insensible en
que actúa cuando ella no va a retirar el pastel, se torna en el foco perfecto
donde poder desplazar y descargar su rabia. Un madre que dado lo dramático de
situación (en vez de haber podido festejar el cumpleaños- nacimiento- de su
hijo, se enfrenta a su muerte), que tal
vez espera del otro un más allá de la
empatía (lo que a veces pedimos cuando le decimos a alguien que si no ha
vivido una determinada situación, no puede saber lo que se siente “realmente” en
la misma), y que se encuentra con todo lo contrario, una actitud marcadamente
hostil.
Más bien, lo que ella habría
querido, como lo atestigua el mecanismo
de negación al que recurre como defensa (“los pasteleros no tienen porque saberlo todo”) es que el
otro hubiese sabido TODO, que el pastelero, o quien estuviera a tiro, hubiera podido sentir en forma
idéntica lo que ella siente, y aún tal vez, aunque pueda parecer “loco”, saber
lo que podría suceder para haberlo podido evitar, o incluso que fuese al
pastelero al que le hubiese sucedido el haber perdido a su hijo.
Y en su desesperación recurre defensivamente también
a la ironía y la devaluación, la cual es aceptada por el pastelero que le
confirma que él es simplemente un pastelero, como si dijera que a un
pastelero no se le puedo pedir otra cosa (sensibilidad, empatía y menos que sea
adivino de lo que iba a suceder), que es un ser humano que no sabe mucho del
alma humana, sí de hacer pasteles. De hecho en el
cuento hay elementos descriptivos que caracterizan al pastelero como
alguien burdo, “primitivo”.
La madre de Scotty le supone al
pastelero sin conocerlo características que lo definen como alguien burdo,
grosero, desagradable: y como parece
obvio de alguien así no se puede esperar sensibilidad ni empatía, y la actitud
del pastelero en la primera versión del cuento responde exactamente a esa imagen a modo de profecía auto-cumplida.
Y su rabia la lleva además a insultarlo y a desearle
el destino de su hijo: “quisiera matarlo
-dijo Ann- verlo muerto”, que hubiese sido él quien sufriera ese destino-que por
lo insensible, por lo burdo se lo merecía - en vez de su hijo. Esta frase no solamente es la manifestación del deseo de
no estar viviendo esa situación y de que fuese otro el afectado, sino que tal
vez vehiculiza además la ley del talión y una creencia popular de que las
personas insensibles ante un hecho que es doloroso para otro, solamente pasando
por la misma experiencia o situación puede aprender a ponerse en el lugar de
ese otro.
La
madre de Scotty también actúa en forma desmesurada llevada por su dolor
pidiendo al otro algo imposible, que actúe como un ser sobrehumano, y el
pastelero le dice que él es solamente un
pastelero, un ser humano.
Y de alguna manera esa versión insensible del
pastelero es verdad, y de otra no lo es,
como claramente queda demostrado en la segunda versión del cuento. En esta primera, el autor sí nos deja con esa versión
burda, insensible del pastelero, pero le da la posibilidad de redimirse en la
segunda versión. Obviamente que era imposible que el pastelero supiera lo que
había sucedido, y no es eso lo que la
madre de Scotty le reclama, sino que
hubiera actuado con empatía, que hubiese
podido imaginar situaciones que la justificaran teniendo en cuenta, por lo menos para empezar, que ninguna madre,
porque sí o para perjudicar a otro, deja de retirar algo tan especial como un pastel para
el cumpleaños de un hijo.
El cuento nos muestra, a través
de una lupa, como muchas veces actuamos
centrados solamente en nosotros mismos, en nuestras necesidades afectivas insatisfechas
que nos llevan a guiarnos solo o predominantemente por los fantasmas inconscientes que son
actualizados a partir de aquellas, en nuestro encuentro con los otros.
Y cuando
digo necesidades afectivas, no me estoy refiriendo a que el pastelero se haya
molestado simplemente porque perdió tiempo haciendo el pastel y dinero porque
no se lo vendió a la madre del chico, sino que hablo de la respuesta que él
interpretó que recibía frente a lo que
en psicoanálisis Lacan llama la demanda de amor que dirigimos en principio al
Otro primario (la madre) pero que reformulamos con los otros con quienes nos
relacionamos: ¿qué me quiere el otro?
En la actitud del pastelero podemos leer
que su interpretación puede haber sido
algo así como: el otro me quiere joder, me dejó plantado con el pastel y ni se
molestó en avisarme, lo cual constituye
una afrenta al narcisismo ya que parecería que el otro no valoró ni su tiempo, ni el dinero que
invirtió en hacer el pastel, y por tanto
no se sintió valorado como persona. Y
siempre que ello sucede, en términos
psicológicos podemos decir que el cerebro racional es tomado, secuestrado por
el cerebro emocional, ya no pudo el pastelero pensar: plantearse otras
posibilidades, otras explicaciones
posibles para lo sucedido, leer o interpretar algunos datos fundamentales que
le habrían llevado a relativizar la situación. La rabia y el deseo de
reivindicación y de venganza se
apoderaron de él.
Sino todos, muchos podemos haber sido, o
llegar a ser el pastelero, en menor o mayor medida, en alguna ocasión. Y ello
ya nos ha llevado o llevará a presuponer
intenciones al otro, negativas como en este caso, o no tanto, y en función de ellas a veces a tener actitudes
injustas, equivocadas con los otros, o en otras, precisamente a que nos estafan
o toman el pelo por confiar demasiado en las buenas intenciones de los demás.
Seguramente, también hayamos gente que en enfrentados a la misma
situación habríamos pensado, y por tanto actuado, de forma diferente en la
medida en que lo sucedido no reactivara en nosotros algún “complejo inconsciente” (en el sentido
psicoanalítico del término y no en el vulgar). Hubiéramos podido pensar
que tal vez a la mujer le sucedió algo
grave y por eso no pudo venir ni llamar, y máxime cuando el encargo no recogido
era de algo muy importante para una madre como es el pastel de cumpleaños de un
hijo. Algunos tal vez hasta hubieran intentado también llamar a la casa de la
madre del chico, pero con una actitud más de interés, curiosidad o preocupación
que de reivindicación, como parece ser
el caso.
Intentando darle otra lectura a
lo que sostiene Ramos respecto a que el
primer cuento “es malo en su razón de
ser”, diré que en otro sentido sí puedo
estar de acuerdo con él, y no únicamente por lo que dice acerca de que “no
hay hondura, no hay punto de no retorno más allá de la posible muerte de Scotty
como circunstancia”, sino porque cuando actuamos de la manera en que actúa el
pastelero, no hay hondura espiritual, afectiva en nosotros mismos, en nuestra
historia o en nuestros pequeños cuentos cotidianos, y por lo tanto, tampoco tenemos punto de
retorno, porque con ese tipo de
actitudes, estamos más cerca de la
muerte que de la vida y del amor.
En cambio, cuando actuamos como el pastelero
lo hace en la segunda versión, segundo cuento o ¿segunda parte o continuación del primer cuento?,
es todo lo contrario. Asistimos a la capacidad
extraña que es la empatía y que nos permite salir-nos hacia el encuentro
con el otro, estando a la vez (o más
bien, habiendo sido capaces de haber estado) tan metidos con nosotros mismos;
presencia de Eros, el único que permite
hacer de esos pequeños cuentos nuestros de cada día, ¡grandes cuentos!
Carver se reconcilia con el pastelero, y nos
permite reconciliarnos a nosotros con él (con él y con el pastelero) y con
nosotros mismos, y con nuestra ¿humanidad?, de esa manera nos impide también
que –contrariamente a como lo siente Pablo Ramos- nos sintamos defraudados,
tanto por el autor como con nosotros mismos: escribe una segunda versión del
cuento, en el que el impedimento del baño reparador a la madre de Scotty en el
primer cuento se transforma en una escena que da cuenta de actitud de profundo
amparo que no es ninguna tontería y que
a mí me emocionó muchísimo.
Dice P.
Ramos refiriéndose a la segunda versión del cuento.
Pero toda obra está viva mientras su escritor esté vivo, dice Carver, y unos años después, cuando sale el notable libro Catedral, reescribe el cuento “El baño”, lo titula, “Parece una tontería” y lo convierte en una verdadera obra maestra.
Lo extiende: la madre recibe más llamados del pastelero, Scotty muere, el pastelero insiste “Scotty, lo tengo listo para usted, se ha olvidado de Scotty” La madre lo insulta, minutos atrás acaba de enterrar a su hijo, ni ella, ni el lector ─atrapado ahora sí en el sentimiento de ella─ pueden entender que categoría de enfermo es este tipo. Pero la genialidad es que el lector está unos segundos por delante en comprensión que la protagonista, Carver nos regala esto, pero no abusa y unas líneas más adelante, enseguida, ella cae en la cuenta. Fácil: la torta, el nombre, el número de teléfono “Hijo de puta” grita, y el marido la lleva a la pastelería.
Y ahora lo bueno, el pastelero no los quiere
atender, ironías, soberbia. Finalmente les abre. Hay un momento de dudas, parece
que va a haber violencia. El pastelero admite que llamó, que el pastel se está
poniendo rancio, dice que si quiere se lo deja a mitad de precio. Y ¿saben como
se dice mi hijo murió?:
“Mi hijo ha muerto –dijo Ann con un tono frío y cortante─. El lunes por la mañana lo atropelló un coche. Hemos estado con él hasta que murió. Pero naturalmente usted no tenía porqué saberlo, ¿verdad? Los pasteleros no tienen que saber todo, ¿verdad, señor pastelero? Pero Scotty ha muerto. ¡Ha muerto, hijo de puta!”
Y todo el dolor del universo empieza a llover sobre los personajes y a través de ellos sobre el lector, que ya está emocionalmente preparado (preparado por el escritor) para vivir el momento estético más sublime que el arte nos puede dar (a mi gusto), que es cuando la literatura, LA LITERATURA, se hace presente y dice “acá estoy”:
“…el pastelero dejó el rodillo de amasar en el mostrador… los miró y meneó la cabeza despacio…sacó sillas de debajo del mostrador….
“Mi hijo ha muerto –dijo Ann con un tono frío y cortante─. El lunes por la mañana lo atropelló un coche. Hemos estado con él hasta que murió. Pero naturalmente usted no tenía porqué saberlo, ¿verdad? Los pasteleros no tienen que saber todo, ¿verdad, señor pastelero? Pero Scotty ha muerto. ¡Ha muerto, hijo de puta!”
Y todo el dolor del universo empieza a llover sobre los personajes y a través de ellos sobre el lector, que ya está emocionalmente preparado (preparado por el escritor) para vivir el momento estético más sublime que el arte nos puede dar (a mi gusto), que es cuando la literatura, LA LITERATURA, se hace presente y dice “acá estoy”:
“…el pastelero dejó el rodillo de amasar en el mostrador… los miró y meneó la cabeza despacio…sacó sillas de debajo del mostrador….
_siéntese
ustedes, por favor.
_
Quisiera matarlo- dijo Ann_ verlo muerto”
Ellos
se sientan, él se sienta con ellos.
“─Permítanme
decirles cuanto lo siento ─dijo el pastelero apoyando los codos en la mesa─
Sólo Dios sabe cuánto lo lamento. Escuchen. Sólo soy un pastelero…”
Sí, dice eso: “Soy sólo un pastelero…”. Una tontería. Parece una tontería. “…en momentos como estos comer puede parecer una tontería…”
El cuento sigue. Él les ofrece bollos, y ellos se quedan. Se hace de día y ni piensan en irse, mientras el pastelero les da de probar y de oler y les sirve más y más café.
Yo sólo soy un pastelero. ¿Le agregarían el adjetivo “simple” a “pastelero”?. No es
Sí, dice eso: “Soy sólo un pastelero…”. Una tontería. Parece una tontería. “…en momentos como estos comer puede parecer una tontería…”
El cuento sigue. Él les ofrece bollos, y ellos se quedan. Se hace de día y ni piensan en irse, mientras el pastelero les da de probar y de oler y les sirve más y más café.
Yo sólo soy un pastelero. ¿Le agregarían el adjetivo “simple” a “pastelero”?. No es
minimalismo, es talento”
Y finalmente los padres
escuchando también las razones del pastelero para su proceder innoble, compañía,
conversación, bollos calientes y café, calidez de la que aún al alba el alma de estos padres no
quiere marcharse.
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