domingo, 13 de noviembre de 2016

El “PERO”como indice de la castración o entrada del sujeto en lo simbólico: SEGUNDA PARTE.lA IMPORTANCIA DE LA SUPERVIVENCIA DE QUIEN HACE FUNCIÓN DE SOPORTE DEL OBJETO, PARA LA SIMBOLIZACIÓN.





   
El proceso de entrada en lo simbólico, o de simbolización, del cual el descubrimiento del “pero” da cuenta para  un sujeto,  implica la posibilidad de registrar(inscripción psíquica)  la  presencia simbólico –imaginaria (metafórica) de un  objeto ausente en lo real, por lo tanto se funda sobre la base de la pérdida del objeto real  o de la cosa.

Winnicot dirá que la supervivencia del objeto al que el sujeto agrede o sobre el que vierte sus deseos destructivos, es fundamental para la simbolización. El sujeto necesita   en sus primeros años de vida cuando dicho proceso está recién en construcción, confirmar que el objeto y la vida o supervivencia del mismo fundamentalmente, es independiente de sus propios deseos destructivos, ya que ello permite discriminar la realidad (donde el objeto sigue existiendo) del mundo de la fantasía (donde se lo había destruido) y controlar su ansiedad tanto paranoide que puede implicar el temor a que el otro también lo destruya a él, como la depresiva y fundamentalmente la culpa que da cuenta del dolor ante la pérdida del mismo, y que podría dar lugar a una percepción de sí mismo  como sujeto de absoluta maladad.  Solamente de esta manera es posible, que mientras el sujeto está  viviendo una experiencia dislacentera y de destrucción con el objeto que en esos momentos odia, pueda mantener casi  al mismo tiempo  en su pensamiento de forma preconsciente/incosnciente, la vivencia placentera y el vínculo con  una imagen viva y amable del mismo objeto.

Así, si el objeto puede ser odiado y destruido sin que  muera de verdad en la realidad su pérdida será palusible de ser simbolizada: El objeto es muerto fantasmáticamente pero a la vez conservado vivo,  ya que reaparece en la realidad, y sobre todo no toma represalias contra quien le ha deseado su muerte.En los casos en que este proceso de simbolización aún no se ha llevado a cabo, y la madre real ,o quien hace de apoyatura para que el objeto se constituya como tal , muere , las fantasías de haber dado muerte al objeto se confirman en la realidad  y esto dificulta o impide el proceso de simbolización ya que no hay conservación de la imagen amorosa del objeto sino vivencia de ser abandonado que será seguarmente interpretada en términos de culpabilidad: como yo le odié y desee su muerte o tuve la fantasía de darle muerte, efectivamente eso se hizo  realidad, le maté y soy por tanto  culpable, culpa que en tales casos es eneralmente de tal dimensión que es imposible de elaborar. 

 Joaquín Sabina en una canción dice esto de manera bella y certera: “Jugar por jugar”
 Y jugar por jugar/sin tener que morir o matar/
Conviene entrar penúltimo en la meta
de la vuelta a la infancia en patinete 


y fusilar al rey de los poetas
con balas de juguete
…….

En ese sentido, el caso de la persona que atendía en el centro carcelario a la que hice referencia en la primer parte de este artículo, yo en tanto depositaria de una relación de objeto en la cual él me  agredía y luchaba  contra mí,  persistí en seguir concurriendo y seguir atendiéndolo aún así. Su odio no pudo ni matarme ni hacer que le abandonara, y eso le permitió creer en la supervivencia del objeto y en su amor a pesar y en contra de su odio. Y fundamentalmente le permitió creer que en él no solamente habitaba el odio y la maldad, sino el amor, ya que si no fuera así, ¿cómo y a  santo de qué, podría el otro haberle aguantado? En los casos de desconfianza extrema  respecto al otro, la cual  se presenta en  trastornos asociales severos, siempre se encuentran motivos para sospechar de la persistencia del otro aún es situaciones como esta: viene porque me quiere usar como conejillo de indias, te dicen algunos, o viene porque a usted le sirvo para investigar.  En estos casos,  el sujeto ha vivido en su infancia situaciones en las cuales ha sido tratado de forma excesiva como un objeto de uso por el Otro, y su desconfianza y odio son muchísimo más difíciles de revertir,  cuando no imposibles de subsanar.No era obviamente este el caso de esta persona recluida a la que he aludido.

  
EL AMOR Y EL ODIO.

El amor no va sin el odio hasta tal punto que Lacan inventó un neologismo para hablar de ello la odioenamoración (Seminario 20 AUN). Esta coexistencia del odio y el amor tampoco paso desapercibida para Freud que intorodujo la cuestión con el témino ambivalencia. Tanto el odio como el amor son estructurales a la fromación del yo, y por consiguiente, inevitables en la especie humana.
El amor y el odio no son pulsiones ni pertenecen al registro de las mismas, las pulsiones pertenecen al orden sexual, el amor y el odio pertenecen al campo del narcisismo, al campo del yo.

Mientras el amor está en relación con lo placentero,para lo cual expulsa y se conforma expulsando a lo displacentero:Este exterior que produce displacer es odiado, y cuando este exterior se encarna en otros, el odio lleva inevitablemente a la tentación de destruir ,de suprimir o destruir a ese otro que constituye una privación para su satisfacción sexual opara sus necesidades de conservación.El verdadero prototipo de la relación de odio no procede de la vida sexual, sino de la lucha del yo por su confirmación y afirmación. En al estructuración de la persona humana el odio aparece antes que el amor.

La capacidad de simbolización se juega en la relación amor-odio/ vida/muerte o supervivencia /destrucción del objeto. Y en esa relación amor-odio será fundamental como decía eso que Donald Winnicott  trabaja de manera formidable,  que es la supervivencia y permanecia de la persona que oficia como soporte del objeto cuando es odiado y fantasmáticamente atacado, y todo sujeto más requierirá  de ambas,cuanto más feroz sea el odio y la destructividad real o fantaseada dirigida al mismo, si se quiere brindar al sujeto la posibilidad de recuperarse, recueparar lo que Winnicott denomina la “confianza básica”en el mundo y en el Otro, cuya base es la seguridad del amor parental incondicional , esto es que se lo amará y cuidará sea como sea, haga lo que haga .  Solamente su recuperación permite a un sujeto reparar  en su fantasía el daño imaginariamente eralizado al objeto y repararse y perdonarse) a sí mismo por haberlo hecho en los momentos en que odiaba al objeto.

Otra psicoanalista, Mealnie Klein va a palntaer el tema en los siguientes términos. Dira que en la 'posición depresiva' , que es una constelación mental que sucede a la posición primera, que denomina esquizoparanoide, en el desarrollo del niño, y cuyo comienzo se estima en el segundo semestre de vida, el recién nacido que va adquiriendo madurez física y emocional comienza a integrar sus percepciones fragmentadas de los padres, y a la vez alcanza un sentido más integrado del yo. Al unir sentimientos conflictivos de amor y odio y comprender que la persona odiada y la persona amada son una misma se llega a un sensación máxima de culpa, y con el tiempo a un deseo de reparación. En el curso de la niñez temprana e intermitentemente durante la adultez se retorna a la posición depresiva. En estos sucesivos pasajes se producen nueva y mas refinadas elaboraciones de la misma.


La expresión 'posición esquizoparanoide' por el contrario, que sería temporal y evolutivamente   anterior a la depresiva, describe un estado mental primitivo o temprano en que el yo se siente desintegrado. Esta posición se refiere a una constelación de ansiedades, defensas y relaciones con el objeto interno y externo que Klein considera característica de los primeros meses de vida de un recién nacido y que varía a lo largo de la vida. La principal característica de la posición esquizoparanoide es la escisión, tanto del yo como del objeto, en lo malo y lo bueno, donde en el comienzo la integración entre ellos es escasa o nula.


En estos momentos recuerdo algunas situaciones de madres con una relación conflictiva con sus hijas o hijos , conflictiva que en algunos casos obedecía en gran parte  a que ese hijo o hija no había sido deseado por diversos motivos.El niño siempre  percibe inconscientemente el rechazo de la madre  o del padre o la ausencia o poca fuerza de su deseo, y responde de la misma manera obviamente, manifiestando de diferentes formas su propio rechazo a la misma(ya que en estoa casos se trataba en todos, del no deseo de la madre) ya desde los primeros días. En este sentido,  los bebés no expresan ninguna conducta de rechazo a nada proveniente del Otro materno, si no perciben antes de forma inconsciente   un rechazo de parte de la misma, que puede a su vez ser inconsciente  y no voluntario muchas veces , y estar determinado por conflictos incosncientes de la madre, la que conscientemente no le  rechaza, ni desea rechazar para nada a su hijo.


En estos casos que estoy recordando, se daba que los bebes lloraban muchas horas al día, rechazaban el pecho , y tenían a su madre agotada y agobiada.Al crecer , las conductas de  oposicionismo a la madre eran cada vez más en cantidad  y en frecuecia; las madres tendían a responder embargadas por el odio,  diciéndoles cosas tales como: te voy a dejar en un centro…, me voy  a ir , ya que no me quieres, o en algunos casos, los propios niños decían que serían ellos los que se irían ed casa,  y las madres en vez de responder desde un lugar de contención y autoridad , les decían:  ¡pues vete!,  y hasta les abrían la puerta de la  casa poniéndole un bolso con sus cosas.Obviamente que no iban a dejar que eso sucediera , pero estaban  muy dolidas por lo que vivían como una total indiferencia de sus hijas o hijos para con ellas y habían perdido la capacidad de ubicarse en un rol amoroso.

Se producen fallas o el fracaso de  la instauración de la confianza básica desde el inicio, ya que su principal requerimiento que es la  aceptación incondicional del niño falla desde antes de nacer si fue rechazado desde el momento mismo en que ella se entera de su embarazo, al estar ausente o ser conflictivo (muy ambivalente)el deseo de la madre dirigido hacia el mismo. Y no se trata de que la madre sea culpable o deba sentirse como tal, sino de responsabilizarse de su historia de deseo en relación a ese  hijo o esa hija, de entender lo que  ha sucedido y por qué  ha surgido el rechazo o desencuentro,  para  reorientar y alimentar su amor maternal,  que en la mayor parte de los casos, está también presente. 

 Esta falla de la confianza básica también se puede  se apreciar claramente en niños o jóvenes con problemas graves del orden del llamado trastorno de personalidad antisocial, y a veces en niños que han sido adoptados luego de haber vivido situaciones  de abandono y rechazo a veces reiteradas: en ese sentido, lo peor , el mayor daño que puede hacérsele a un niño ,y especialmente al que ha sido adoptado que ya ha sufrido un abandono,  es rechazarlo o abandonarlo nuevamente por sus conductas agresivas o francamente destructivas en algunos casos, ya que la vivencia de maldad y odio que son adjudicadas al mismo, y catalogadas como in-soportables en la  medida en que el adulto en cuestión “lo devuelva” a la institución  o lugar desde donde lo adoptó , es ilimitada, y el niño abandonado a una imagen de sí mismo exclusivamente mala o de odio y destructividad,entrará en una escalada auto y heteroagresiva sin  más fin que la de su propia muerte o destrucción, y la de los otros. 

Las conductas agresivas en este contesto han de entenderse como manifestación normal del agravio que el niño ha sentido al ser rechazado u odiado, ya sea que haya sido o no abandonado en la realidad, ya que se puede abandonar iguamente a un hijo estando los padres presentes ( los casos mas graves que llegan a veces a la justicia  se encuadran en lo que se denomina violencia por omisión de asistencia, pero hay muchas formas de indiferencia y no contención que dañan el niño psicológicamente , que  llevan a  cabo algunos padres por sus propias dificultades psicológicas, que no son registrados ni aún percibidos como tales) 

Esa manifestación de enfado del niño por ser abandonado emocionalmente o agraviado de diferentes fromas, ha de ser autorizado a expresarse  tratando obviamente de que al hacerlo y en la forma de hacerlo no dañe a los otros; si en cambio, se lo reprime o aún se le castiga o abandona como forma de castigo,  el resentimiento y el odio hacia el otro y hacia sí mismo por no lograr ser entendido, irán in crescendo en una espiral de retroalimentación negativa  infinita… hasta la muerte.
Recuerdo ahora para terminar, que quien trabaja este tema de forma maravillosa  a partir de un cuento: “El pescador y el genio” es el psicoanalista Bruno Bettelheim en “Psicoanálisis de los  cuentos de hadas”(*)






  

(*) Dice así “El pescador y el genio» relata cómo un pobre pescador lanza la red al mar cuatro veces. Primero coge un asno muerto, la segunda vez un jarro lleno de arena y lodo. Al tercer intento consigue todavía menos que en los anteriores: cascos y vidrios rotos. A la cuarta vez, el pescador saca una tinaja de cobre. Al abrirla, brota una enorme nube que se materializa en un gigantesco genio que amenaza con matarle, a pesar de las súplicas del pescador. Éste se salva gracias a sus engaños: burla al genio dudando, en voz alta, de que aquel enor­me ser pudiera estar dentro de aquella diminuta vasija; de este modo, le obliga a que vuelva a meterse en la tinaja para demostrar que era cierto. Entonces el pescador tapa y precinta rápidamente la tinaja y la arroja de nuevo al mar.

Este mismo tema puede aparecer en otras culturas bajo una versión en la que el malvado personaje se materializa en un gigantesco y feroz animal que amenaza con devorar al héroe, que, a no ser por su astucia, no tiene medios para enfrentarse a su adversario. Entonces, el héroe medita en voz alta, dicien­do que para un espíritu tan poderoso debe ser muy sencillo convertirse en una enorme criatura, pero que, seguramente, le resultaría imposible transformarse en un animal pequeño, como un pájaro o un ratón. Este llamamiento a la vani­dad del espíritu dicta su propia sentencia. Para demostrar que no hay nada imposible para él, el malvado espíritu se convierte en un minúsculo animal, al que el héroe puede derrotar fácilmente.
La historia de «El pescador y el genio» es más rica en mensajes ocultos que otras versiones de este mismo tema, pues contiene detalles importantes que no siempre se encuentran en las demás versiones. Un aspecto es el relato de cómo el genio llegó a ser tan despiadado como para querer matar a la persona que lo liberara; otro, es el de que tres tentativas fracasadas se recompensan al final, en el cuarto intento.

De acuerdo con la moral de los adultos, cuanto más dura un cautiverio, más agradecido debe estar el prisionero a su liberador. Pero no es este el modo en que el genio lo describe: hallándose confinado en su botella durante los prime­ros cien años, «me dije a mí mismo, "haré rico para toda la vida a quienquiera que me rescate". Pero, transcurrió el siglo entero, y como nadie vino a liberar­me, entré en el segundo centenar diciendo, "revelaré todos los tesoros ocultos de la tierra a quienquiera que me rescate". Pero nadie me puso en libertad, y así transcurrieron cuatrocientos años. Entonces me dije, "colmaré tres deseos a quienquiera que me rescate". Sin embargo, nadie me liberó. Me enfurecí, y con una rabia inmensa decidí, "de ahora en adelante, mataré a quienquiera que me rescate..."».

Esto es exactamente lo que siente el niño que ha sido «abandonado». Primero piensa en lo feliz que será cuando vuelva su madre; o cuando se le ha mandado a su habitación, imagina lo contento que estará cuando se le permita salir, y cómo recompensará a la madre. Pero a medida que va pasando el tiem­po, se enoja cada vez más y llega a fantasear la terrible venganza que caerá sobre aquellos que lo han recluido. El hecho de que, en realidad, pueda sentirse muy feliz cuando se le perdona, no cambia, en absoluto, que sus sentimientos pasaran de recompensar a castigar a aquellos que le causaron daño. Así pues, el modo en que se desarrollan los pensamientos del genio proporciona a la his­toria una verdad psicológica para el niño.
Un ejemplo de esta progresión de sentimientos nos lo da un niño de tres años, cuyos padres estuvieron ausentes durante varias semanas. El niño habla­ba completamente bien antes de que sus padres se fueran, y continuó hacién­dolo con la mujer que cuidaba de él y con otras personas. Pero al regreso de sus padres, no quiso pronunciar una sola palabra, ni a ellos ni a ninguna otra persona durante dos semanas.
Por lo que le había dicho a su cuidadora, estaba muy claro que, durante los primeros días de ausencia de sus padres, había estado esperando su retorno con gran expectación. Sin embargo, a últimos de la primera semana empezó a contar lo enfadado que estaba de que lo hubieran dejado y cómo se las haría pagar a su vuelta. Una semana más tarde, se negó incluso a hablar de sus pa­dres y se ponía sumamente furioso contra cualquier persona que los menciona­ra. Cuando por fin llegaron su padre y su madre, se apartó de ellos silenciosa­mente. A pesar de todos los esfuerzos por llegar a él, el chico se mantenía impasible en su rechazo. Fueron necesarias varias semanas de paciente com­prensión por parte de los padres para que el niño pudiera volver a ser su anti­guo yo. Es evidente que, a medida que transcurría el tiempo, el enfado del niño iba en aumento, y se hizo tan violento y abrumador, que el pequeño llegó a temer que si se dejaba ir destruiría a sus padres o que éstos, en represalia, lo destruirían a él. El negarse a hablar era su defensa: su manera de protegerse, tanto a sí como a sus padres, contra las consecuencias del terrible enojo.

No hay modo de saber si en la lengua original de «El pescador y el genio» existe una expresión similar a la nuestra referente a los sentimientos «controla­dos» De todos modos, la imagen del encierro en una botella fue entonces tan adecuada como lo es ahora para nosotros.En cierta  manera,todos los niños tienen experiencias parecidas a las de este niño de tres años, aunque, normalmente,
Si le contamos a un niño pequeño que otro niño se enfadó tanto con sus padres que, durante dos semanas, no quiso hablar con ellos, su reacción será: «¡Esto es estúpido!». Si intentamos explicarle por qué el chico no habló duran­te dos semanas, el pequeño que nos está escuchando siente, todavía más, que actuar de esta manera es estúpido; y no sólo porque considere que esta acción es disparatada, sino también porque la explicación no tiene sentido para él.

 
Un niño no puede aceptar conscientemente que su rabia pueda dejarlo sin habla, o que pueda llegar a querer destruir a aquellas personas de las que él mismo depende para su propia existencia. Comprender esto significaría tener que aceptar el hecho de que sus emociones pueden dominarlo hasta el punto de llegar a perder el control sobre ellas, cosa que no deja de ser un pensamiento bastante angustioso. La idea de que en nuestro interior puedan existir fuerzas que se hallan más allá del alcance de nuestro control es demasiado amenazado­ra como para que se tome en consideración, no solamente para un niño.

Cuanto más intensos son los sentimientos de un niño, más evidente resulta que la acción sustituye a la comprensión. Puede haber aprendido a expresarse de otra manera con la ayuda del adulto, aunque tal como él lo ve, la gente no llora porque está triste, sino que simplemente llora. La gente no pega ni destru­ye, ni tampoco deja de hablar a causa de un enfado; sino que simplemente ac­túa de este modo. Es posible que el niño haya aprendido que puede aplacar a los adultos explicándoles su acción: «Lo hice porque estaba furioso». Sin embargo, esto no cambia el hecho de que el niño no experimente la ira como ira, sino solamente como un impulso de pegar, de destruir, de guardar silencio. Únicamente después de la pubertad empezamos a reconocer nuestras emociones por lo que son, sin actuar inmediatamente de acuerdo con ellas o desear hacerlo.

Los procesos inconscientes del niño se hacen comprensibles para él sólo mediante imágenes que hablen directamente a su inconsciente. Los cuentos de hadas evocan imágenes que realizan esta función. Al igual que el niño no piensa «cuando vuelva mi madre, seré feliz», sino «le daré algo», el genio se dice a sí mismo «haré rico a quienquiera que me rescate». Al igual que el niño tam­poco piensa «estoy tan furioso que podría matar a esta persona», sino «cuan­do le vea, le mataré», el genio dice «mataré a quienquiera que me rescate». Si una persona real piensa o actúa de este modo, semejante idea despierta de­masiada ansiedad como para poder comprenderla. Pero el niño sabe que el ge­nio es un personaje imaginario, y por lo tanto puede permitirse el lujo de cono­cer lo que motiva al genio, sin que esto le obligue a hacer referencia directa a sí mismo.

Al crear fantasías en torno a la historia —si no lo hace, el cuento de hadas pierde gran parte de su impacto—, el niño se va familiarizando poco a poco con la manera en que el genio reacciona ante la frustración y el encarcelamien­to, y da un importante paso que le llevará a observar reacciones paralelas en su propia persona. Puesto que lo que presenta al niño estos patrones de con­ducta no es más que un cuento de hadas del país del nunca jamás, la mente del pequeño puede oscilar hacia adelante y hacia atrás entre «es verdad, así es como uno actúa y reacciona» y «es todo mentira, no es más que un cuento», según esté más o menos preparado para reconocer estos mismos procesos en su propia persona.
Y lo más importante, puesto que el cuento de hadas garantiza una solución feliz, es que el niño no tiene por qué temer que su inconsciente salga a la luz gracias al contenido de la historia, ya que sabe que, descubra lo que descubra, «vivirá feliz para siempre».

Las exageraciones fantásticas de la historia, como la de estar «embotellado» durante siglos, hacen plausibles y aceptables reacciones que no lo serían en absoluto si se presentaran en situaciones más realistas, como la ausencia de los padres. Para el niño, la ausencia de sus progenitores parece una eternidad, y este es un sentimiento que permanece invariable aunque la madre le explique que sólo estuvo fuera media hora. Así pues, las exageraciones fantásticas de los cuentos de hadas dan a la historia una apariencia de verdad psicológica, mientras que las explicaciones realistas parecen psicológicamente falsas, aun­que en realidad sean ciertas.

«El pescador y el genio» ilustra por qué el cuento simplificado y censurado pierde todo su valor. Si observamos la historia desde el exterior, puede parecer harto innecesario hacer que los sentimientos del genio experimenten un cam­bio, desde el deseo de recompensar a la persona que lo libere hasta la decisión de castigarla. La historia podía haber sido simplemente la de un genio malva­do que quería matar a su liberador, quien, a pesar de ser un frágil ser humano, se las arregla para ser más astuto que el poderoso espíritu. Pero, simplificado de esta manera, el cuento se convierte en una historia de miedo con un final feliz, sin ninguna verdad psicológica. Es precisamente el cambio del genio de desear- recompensar a desear-castigar lo que permite al niño conectar empáticamente con la historia. Ya que el cuento describe tan verídicamente lo que ocu­rrió en la mente del genio, la idea de que el pescador pueda engañarlo también resulta real. Al eliminar estos elementos, aparentemente insignificantes, el cuento de hadas pierde su sentido más profundo, haciéndose, a la vez, poco interesan­te para el niño.

Sin ser consciente de ello, el niño se regocija por la lección que el cuento de hadas da a aquellos que ostentan el poder y pueden «embotellarlo y controlarlo». Hay numerosas historias infantiles modernas en las que un niño logra engañar a un adulto. Pero, por ser demasiado directas, estas historias no ofre­cen, en la imaginación, ningún alivio en cuanto a la situación de tener que estar siempre bajo el dominio del poder adulto; por otra parte, asustan al niño, cuya seguridad reside en el hecho de que el adulto es más maduro que él, y puede protegerle tranquilamente.

El ser más astuto que un genio o un gigante tiene mayor validez que hacer lo mismo con un adulto. Si se le dice al niño que puede aprovecharse de alguien como sus padres, se le ofrece un pensamiento agradable, pero, al mismo tiem­po, se le provoca ansiedad, pues si puede ocurrir esto, entonces el niño no está suficientemente protegido por estas personas tan bobas. Sin embargo, como el gigante es un personaje imaginario, el niño puede fantasear con la idea de engañarle hasta el punto de lograr, no sólo dominarlo, sino destruirlo, no de­jando por esto de considerar a los adultos reales como sus protectores.

El cuento de «El pescador y el genio» tiene algunas ventajas sobre las histo­rias de Jack («Jack, el matador de gigantes», «Jack y las habichuelas mágicas»). Al enterarse por el relato de que el pescador no es sólo un adulto sino un padre de familia, el niño aprende implícitamente, a través de la historia, que su padre puede ser amenazado por fuerzas superiores a él, pero que es tan as­tuto que consigue vencerlas. Según este cuento, el niño puede obtener provecho de estos dos mundos. Puede identificarse con el papel del pescador e imaginar­se a sí mismo burlando al gigante. También puede colocar a su padre en el pa­pel de pescador e imaginar que él es un espíritu que puede amenazarle, sabien­do no obstante que, al final, vencerá el padre.
Un importante aspecto de «El pescador y el genio», aunque aparentemente insignificante, es que el pescador tiene que pasar por tres intentos fracasados antes de atrapar la tinaja en la que se encuentra el genio. Sería más fácil empe­zar la historia pescando ya la funesta botella, pero este elemento explica al niño, sin moralizar, que uno no debe esperar el éxito al primer, al segundo, ni al ter­cer intento. Las cosas no se consiguen tan fácilmente como uno se imagina o desearía. A una persona menos perseverante, los tres primeros intentos del pes­cador la hubieran hecho desistir, ya que cada esfuerzo le llevaba a obtener co­sas cada vez peores. El importante mensaje de que uno no debe detenerse, a pesar del fracaso inicial, está implícito en la mayoría de fábulas y cuentos de hadas. El mensaje es efectivo, siempre que sea transmitido, no como moraleja o exigencia, sino de un modo casual, que muestre que la vida es así. Además, el hecho mágico de dominar al gigantesco genio no se da sin esfuerzo o astucia: esta es una buena razón para agudizar la mente y seguir esforzándose, sea cual sea la tarea emprendida.

Otro detalle que puede parecer igualmente insignificante, pero cuya supresión debilitaría también el impacto de la historia, es el paralelismo que hay en­tre los cuatro esfuerzos del pescador, coronados finalmente por el éxito, y las cuatro etapas por las que pasa la creciente ira del genio, presentando el proble­ma crucial que la vida nos plantea a todos nosotras: el de estar dominados por nuestras emociones o por nuestra razón.
En términos psicoanalíticos, dicho conflicto simboliza la difícil batalla que todos hemos de librar: ¿Debemos ceder al principio del placer, que nos lleva a conseguir la satisfacción inmediata de nuestros deseos o a recurrir a la vio­lenta venganza por nuestras frustraciones, incluso en aquellas personas que no tienen nada que ver; o deberíamos renunciar a vivir bajo el influjo de estos impulsos y procurar una vida regida por el principio de la realidad, según el cual tenemos que estar dispuestos a aceptar muchas frustraciones si queremos obtener recompensas duraderas? El pescador, al no permitir que sus decepcio­nantes capturas le desanimaran y le impidieran continuar con sus esfuerzos, eligió el principio de la realidad, que le proporcionó el éxito final.”




1 comentario:

  1. Una preciosa lección de psicoanálisis, a partir de un cuento infantil.Enhorabuena, Anabella.

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