miércoles, 23 de noviembre de 2016

INTELIGENCIA EMOCIONAL Y PSICOANÁLISIS.




 Que no somos emocionalmente inteligentes es algo que no dejamos de constatar en nosotros mismos y en los otros constantemente cada día, ya que llevamos a cabo multiplicidad de conductas que son autodestructivas y aún sabiendo que lo son, somos incapaces de controlarlas. Cada cual tiene la suya propia, y la misma es percibida muchas veces como una fuerza que sobrepasa al sujeto, a su voluntad y capacidad de decisión o de ponerle coto, aún siendo capaz de percibir los perjuicios que la misma le ocasiona en su vida.  Esa fuerza es para el psicoanálisis la denominada pulsión (de muerte)  o también el goce.

El Psicoanálisis puede ayudarnos a entender porque no somos inteligentes  y puede ayudarnos al menos a  estar advertidos de la tontería constitutiva de la cual en tanto sujetos todos indudablemente somos soporte, y su posible forma de trabajar esa falta que nos hace faltos de inteligencia emocional, requiere de que  nos conozcamos más  a nosotros mismos, solamente así  quizás podamos “irla “controlando” ( a la pulsión desbocada)un poco más.  En este sentido, lo que la inteligencia emocional denomina capacidad de autocontrol, solamente es posible de lograrse `para el psicoanálisis de acuerdo a una ética que implica que el analista y el propio sujeto respeten la subjetividad  o el deseo del sujeto que consulta, y esto implica que pueda ser logrado sabiendo que es lo que le ha llevado al descontrol , sabiendo qué expresa en ese descontrol, y porqué necesita expresarlo de esa manera, lo cual no es para nada lo mismo que intentar el control de la pulsión que se expresa desbordada en una determinada conducta, sometiéndose a pautas de reeducación emocional sin saber como eso se articula, que sentido tiene para esa persona en su vida. 


No es lo mismo realizar dicho control emocional de una manera que de otra, y el resultado tampoco es el mismo aunque pueda parecerlo.En el primer caso el sujeto se conoce a sí mismo y sabe de su padecimiento o síntoma (ya que esa falta estructural constitutiva superpuesta o supuesta a la de la inteligencia emocional, es lo que hace síntomas), y logra saber además de algunos porqué del mismo. Eso hará que esté en mejores condiciones de hacer con eso, aún cuando no pueda controlarlo. Y…en este momento me viene a la mente el libro de una escritora, la cual se analizó durante varios años, que murió de cáncer. En su libro se aprecia precisamente cómo lo real se impone, y el sujeto no siempre puede controlarlo, en este caso el cáncer,el real por excelencia de la muerte, que afecta al cuerpo,  y si bien ella  no puede evitarla, sabe hacer algo pro-vida en medio de eso y aún con eso ya qu hizo fotografías en las cuales recrea la mutilación de su cuerpo,y  escribe un libro que titula nada más y nada menos que “Un final feliz”  refiriéndose a su fin de análisis(Gabriela Liffschitz).

Entonces, retomando nuestra falta,  decíamos que lo que no nos hace inteligentes afectiva o emocionalmente es eso que el psicoanálisis denomina goce, ya que está más allá del principio del placer donde reina la muerte, Thánatos, el cual es inconsciente y por tanto incontralable, aunque puede irse acotando tratando de que donde “ello” (esa fuerza pulsional irrestricta) era,  el sujeto advenga.El goce , reino también para Lacan de lo real, es eso que se hace presente en esa frase tan conocida y por algo tan también repetida,de que solamente el hombre tropieza dos veces con la misma piedra, o quizás en los versos de Baudelaire: volvemos alegres al camino fangoso creyendo nuestras culpas lavar con viles lloros”(“Al lector”)

Yo me he preguntado por qué el refrán alude a que solamente dos veces tropezaría solamente el hombre, cuando en realidad lo hace muchas veces más, insistencia de la pulsión que fija o encadena al sujeto que deviene así objeto merced  a su propio goce, del que nunca parece poder huir o lograr salir.La pulsión en ese sentido es ineducable, porque representa lo que no se puede reducir de la pulsión de muerte. Y Edipo esta ahí para recordárnoslo: su padre Layo hizo todo lo posible para que no se cumpliera el oráculo, pero todo lo que hizo no hizo sino llevarlo a donde no quería ni debería haber sido llevado.

El quid de la cuestión  está en del lenguaje, que al nombranos nos da la vida, pero a la vez se cobra su cuota de muerte: si el significante o el símbolo mata la cosa, también nosotros al ser nombrados, somos al unísono alumbrados y asesinados, o perdidos por el significante que nos nombra, al punto que  “yo” nunca más coincidirá con yo. Para responder a  la pregunta quien soy o quien eres, no basta una sola palabra, incluso un aparentemente mismo nombre, Pedro por ejemplo,  no será el mismo ni para sí mismo ni para quien así le ha nombrado, ni para otros Pedros de otras familias,  y solo será definible caso por caso en función de otros significantes que quienes así le nombraron asocien a dicho nombre.Nunca hay un solo Pedro, Pedro nunca será ni siquiera igual a sí mismo(signo en Saussure) Yo soy el Otro, el yo perdido en los nombres del Otro del lenguaje (padres, cultura) .

Quizás ese tropiezo del hombre al que aludimos se deba al intento de volver a unir el significado con el significante de manera biunívica como quería Sausurre , a hacer coincidir o superponer/se  el sujeto con su objeto, hacer coincidir el goce consigo mismo sin la mediación de la palabra.La palabra es precisamente la que media merced al deseo entre el sujeto y su goce.Si elimino esa distancia(castración) donde solamente puedo  gozar del objeto pulsional que me brinda placer(limitado obviamente) por la vía metonímica el objeto del deseo , habré tropezado con la misma piedra, lo real.El traumatismo, el agujero traumático donde yo mismo caigo, donde no soy, donde no soy yo.Lo único que posibilita no tropezar-me ( tropezar conmigo mismo) es mantener la distancia entre el yo y el Otro, el sujeto y el objeto,y ahí la importancia del falo como significante de la falta en su función de ordenador. 

En este sentido, simpre que pienso este tema me viene a la mente el símil con las cintas transportadoras de los aeropuestos,  donde se trata de una banda sin principio ni final , donde las valijas van pasando , y una puede ser capaz de darse cuenta de cuando la cinta está dando una segunda vuelta o más , porque vuelve a ver malestas que ya había visto en la primera vuelta; pero si una se imagina que todas las maletas fuesen idénticas, y estuviesen puestas de la misma manera sobre la banda, cómo podríamos delimitar donde está el inicio del pasaje y donde el final, no podríamos  diferenciar  las primeras de las últimas,ni de las intermedias, salvo si en el límite nos colocaran por ejemplo una maleta roja; pues esa maleta roja sería como el falo que  nos permite ordenarnos y saber donde comienza la cinta de nuestra vida y si bien no exactamente el final, la muerte,sí ordenarnos de cara a un pasado-presente y futuro, futuro donde ubicamos convencionalmente a la misma.
El tropiezo es que nos saquen la maleta roja, que perdamos el falo y la distancia o separación que el instituye para nosotros entre vida y muerte, y vida muerte ahí se hacen idénticas,es esa dualidad la que nos lleva a tropezar dos veces:con la  piedra y la misma piedra con-fundir piedra con piedra, el símbolo con lo simbolizado, confundir vida=muerte, y solamente la terceridad del falo permite diferenciar piedra de piedra, distanciar y postergar el encuentro de la piedra consigo misma, o el encuentro del sujeto del inconsciente , y por tanto del lenguaje, con el objeto que el mismo es para sí mismo a nivel de la pulsión.

O quizás la solución es hacer de la piedra, hacer con la piedra algo pro vida, eso es, hacer donde la muerte, donde el tropiezo o del tropiezo, vida, lo que Lacan propone al final del análisis, la identificación al síntoma. 



PARA FINALIZAR, DOS BELLOS POEMAS .



Piedra negra sobre una  piedra blanca. CÉSAR VALLEJO 


Me moriré en París con aguacero,
un día del cual tengo ya el recuerdo.
Me moriré en París ?y no me corro?
tal vez un jueves, como es hoy, de otoño.

Jueves será, porque hoy, jueves, que proso
estos versos, los húmeros me he puesto
a la mala y, jamás como hoy, me he vuelto,
con todo mi camino, a verme solo.

César Vallejo ha muerto, le pegaban
todos sin que él les haga nada;
le daban duro con un palo y duro

también con una soga; son testigos
los días jueves y los huesos húmeros,
la soledad, la lluvia, los caminos.





 Y  DE ANTONIO  PEREIRA  "lA PIEDRA"














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