de pétalos de amor
desgajada,
de un hilo
raíces de tierra despojadas,
que en la noche creciente
el viento sin piedad
azota,
sombras de tormenta dolientes
sobre mí se ciernen.
Hoy soy esa frágil flor
falta de amor,
ajada,
insoportable desgarro
de angustia
desolada.
(Autora:
Anabella Rodríguez)
“Yo estoy de acuerdo en que un hombre te cele y no deje que vayas por ahí provocando con
ropas atrevidas, porque la mujer debe
de ser para el marido, le debe respeto” .
Al
ser cuestionada sobre esta afirmación responde:“es que yo crecí en eso(se ríe), mi padre es
gitano y en casa se piensa así”
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“Mis padres no están de acuerdo en que me haya
ido de mi casa, en la suya no me aceptan por eso, no me apoyarán en nada, dicen que le
hago una daño a mi hijo así, en casa siempre hubo violencia , mi madre aguantó toda la vida, y ellos lo
ven bien así, y yo me siento culpable por lo que estoy haciendo, ¿perjudicaré a mi hijo? (llora, muy angustiada)
Las citas pertenecen dos mujeres muy jóvenes.
Hay una
pregunta que últimamente vengo escuchando de manera reiterada por diferentes
vías: notas de prensa, charlas con profesionales de diversas disciplinas, etc.
que es: qué estamos haciendo mal como sociedad para que la violencia de género
tenga un porcentaje elevado, sino el más elevado, entre parejas jóvenes.
Habitualmente en el intento de encontrar una
respuesta, se piensa en términos de una
insuficiente educación tanto en el hogar como en la sociedad en general, y se
propone trabajar más en propuestas de tipo preventivo.
Pero, me parece que con frecuencia se olvida que
en muchas ocasiones, los chicos y las chicas que se ven envueltos en dicha
problemática, aún hoy, sí aunque parezca extraño, aún hoy, provienen de hogares donde la violencia fue
una forma legítima o “normalizada” de
vínculo entre la pareja parental, o si no tal, sí aceptada a veces casi con
resignación por la mujer, por motivos
diversos relacionados con su
vulnerabilidad , su falta de empoderamiento en términos afectivos y
económicos, y otros determinantes, que
la dejaron en situación de dependencia emocional y económica respecto del maltratador.
Los jóvenes repiten en su relación de pareja ese modelo vincular, y es imposible que pueda
ser cambiado por charlas y /o talleres educativos solamente. Estos pueden sí, ayudar
como punto de partida, para que los
mismos escuchen y tomen consciencia de su manera violenta de
vincularse y también de que la misma no es “normal”, inevitable, ni la única
posible (porque cuando la misma está muy asentada en la personalidad de los
sujetos, ni siquiera la perciben en profundidad como algo problemático), de los
efectos destructivos que ella produce en
ellos mismos, en el otro integrante de la pareja, y en las consecuencias que
esta situación podría acarrearles en el futuro si no intentan modificar su
manera de tratarse. Se necesita partir
entonces de que sean capaces de tomar
conciencia “profunda” de su modalidad de vínculo violento y los perjuicios que
les genera el mismo. Pero esto no siempre es posible, pues exige la
disponibilidad del sujeto para responsabilizarse de esa manera de vincularse,
y poder percibirlo como algo negativo, o
sea algo que le depara un sufrimiento
que excede los beneficios que obtiene en dicha relación –sería hacer de eso un síntoma, en el sentido
psicoanalítico del término-lo cual requiere que la persona tenga un nivel
intelectual que le permita la
auto-observación y el cuestionamiento reflexivo.
Y esto precisamente no está presente a veces
en las personas que viven esta problemática, y más en muchos jóvenes, que cada vez tienen más dificultad
para apalabrar lo pulsional y por tanto sus emociones, y tienden así a actuarlas
sin pensar.
La
manifestación de la agresividad en forma de acting violento da cuenta
precisamente de esa imposibilidad de procesar las emociones vía la palabra y el
pensamiento. En vez de hablar de su enfado, intentando trasmitir al Otro los
motivos del mismo, o de decirle lo que necesita o espera de él, y el porqué
cree que necesita o espera lo que espera(qué miedo tiene, que inseguridades),
en la persona que actúa de manera violenta
se produce una especie de cortocircuito que incomunica la zona de la corteza cerebral que es donde asienta el pensamiento,
y la zona cerebral donde asientan la emociones(sistema
límbico: amígdala, hipocampo, etc.); estas no son entonces procesadas por el mismo y
obviamente tampoco por la palabra (la
palabra crea el pensamiento), y la respuesta del sujeto emerge directamente(sin
pasar por la corteza cerebral) de la zona emocional del cerebro. Obviamente que
la persona aprendió con sus modelos de referencia a
procesar/actuar de esta manera sus emociones, a no procesarlas vía la
palabra, no sabe (porque eso requiere conciencia y pensamiento) muchas veces ni
siquiera qué siente (simplemente experimenta
una inquietud/ansiedad/ angustia a
nivel físico, o sea en el cuerpo, y actúa casi como un animal: se defiende
atacando /golpeando o huyendo.
Obviamente que hay personas que tienden a
procesar su agresividad de manera habitual de esta manera, en todas o casi
todas las situaciones, pero hay otros que quizás han aprendido a controlarla (reprimirla y
hacer uso de la misma de otras maneras civilizadas: competir respetando ciertos
límite,, ser irónico por ejemplo ), pero que en ocasiones particulares, que
actualicen para él algo del traumatismo
originario, pueden no obstante llegar a actuar de manera violenta. Esta
posibilidad de ser quienes no somos ni creemos ser dependiendo de a qué
circunstancia podamos vernos enfrentados en la vida, es quizás lo que da
popularidad al dicho: “nunca se puede decir de esta agua no beberé”. Hay una
parte oscura, inaprensible vía el
lenguaje (LO REAL) en nosotros mismos, de la cual nada sabemos y de la que no
podemos pensar, y que precisamente nos da miedo pensar que no podemos pensarla,
que puede jugarnos una muy mala pasad por lo menos alguna vez en la vida, y
esto con suerte (de que no nos atrape el destino), porque la repetición es
precisamente que “eso repite”.
Quizás por este lado pueda buscarse alguna pista
para entender algunos de los casos de hombres que matan a sus parejas sin que
haya habido ni denuncias ni señales previas de maltrato. Pongamos por ejemplo,
un hombre que sorpresivamente se entera que su mujer lo engaña, puede
reaccionar matándola sin que antes haya habido un problema de maltrato, porque
esa experiencia le remite a él a una similar, anterior, infantil, en la cual no
hubo palabras para decir(apalabrar) del impacto emocional esa primera situación le causó.
Repite que tampoco ahora la hay, en ese
desborde de lo pulsional. Sobre el porqué
de que este hombre fuera a elegir una
mujer que era plausible le “engañara”, siendo que pongamos, su propia madre
había engañado a su padre, y eso fue para él traumático, justamente porque eso
es la repetición del goce: solo el hombre tropieza tres veces con la misma
piedra, o más veces, porque solo él es sujeto “de” y “al” lenguaje.
Luego
de el referido primer requerimiento de “toma profunda de conciencia”, tienen que estar dispuestos a llevar a cabo un
tratamiento que les permita entender en profundidad porque actúan de manera
violenta sea él o ella, depende del caso, y de manera sometida o pasiva el otro o la
otra; también tienen que intentar ver y
entender cómo se fue construyendo esta modalidad de vínculo en la historia de
cada uno. Cómo se generó la
identificación a lo que llaman
habitualmente el lugar de la víctima o el victimario, (más allá de que yo
considero que ambos son víctimas de sus propias pulsiones, aunque obviamente en
diferente dimensión, porque si bien es terrible llegar a morir en manos de el agresor, también lo
es ser un criminal, y más cuando hay
hijos de la pareja de por medio. Quizás también esto pueda explicar en parte
porque muchos hombres se suicidan luego de dar muerte a la mujer. Un crimen tan
terrible solo puede generar una culpa imposible de procesarse y asumirse vía la
ley y el castigo simbólico, la propia
muerte es el castigo supremo, y a la vez
la imposibilidad de responsabilizarse del hecho cometido).
Deberán ir
pudiendo entender que cuando el sujeto se encuentra expuesto a una
modalidad de vínculo parental donde de
manera regular hay un miembro de la pareja que ejerce una forma de control violenta sobre el otro miembro de la pareja,
e inclusive también sobre los hijos, y el otro miembro se somete y acata todo
por inseguridad y/o miedo, al niño o niña se identificaran con una u otra
posición predominantemente: lo harán con el agresor o con el lugar de sometido
a la misma. En ambos casos se produce una fijación a un goce donde la pulsión
destructiva sin límite produce estragos.
Será necesario que tomen conciencia de los
pensamientos y sentimientos que les llevan a actuar de una u otra manera.
Además, habrán de aceptar que dicho proceso
les llevará un tiempo bastante largo.
POR QUÉ UNA
TOMA DE CONCIENCIA DEL VÍNCULO VIOLENTO NO ES SUFICIENTE PARA CAMBIARLO.
Las
identificaciones que sostienen la forma en que cada sujeto internalizó el
control o no de su agresividad se estructura de una determinada manera para
cada cual, y el sujeto actúa desde las
mismas con escaso margen de posibilidad de no repetir de forma muy similar,
dicho patrón, aun queriendo conscientemente no hacerlo.
Me
explico: cada persona aprende a controlar su agresividad y destructividad en
relación a sí mismo y a los otros en la infancia, de acuerdo a lo que el Otro
social (encarnado en cada madre y padre, maestros, etc.) marca como límite a la
misma. Dicho límite a la agresividad pulsional es siempre internalizado de
forma diferente por cada sujeto dependiendo en parte de lo que ese Otro enseñe
(y acá sí es fundamental en este papel de
la educación, tanto la familiar
como la escolar), y de lo que el sujeto “elija –“elección forzada” dirá Lacan
porque la libertad es limitada) hacer con esa enseñanza- tanto en términos de
contenido como de forma; así internaliza qué es lo que está o no permitido
hacerse a sí mismo y hacerle al otro,
hasta dónde puede ejercer su agresividad consigo mismo y hasta dónde con el otro, aprehenderá lo que es “malo”, y por tanto no debe permitirse
que el niño se haga a sí mismo ( los niños también se dañan a sí mismos) ni le haga a
otros, y también la forma
en que es trasmitido por los
educadores e internalizado ese límite. En este sentido, muchas veces sucede que
se pretende enseñar a un niño a no pegar, pegándole (“te voy a hacer lo mismo
que el hiciste a tu hermano”, o “cada
vez que pegues yo te pego a ti, a ver si te gusta” es algo que puede escucharse a veces) con el
agregado de “a ver si te gusta”. Claro que sí, dirá el niño, me gusta, porque
si el mismo ya está obteniendo goce al pegar al otro- como daría cuenta su
conducta de pegar en aquellos casos en que la misma es excesiva-, si se le pega
como recurso a intentar que contenga su agresividad, lo que se hace es
alimentar y fijar sus pulsiones sádicas, por lo tanto fijarlo más en esa forma
de goce. El límite brilla por la ausencia ahí, y la forma de goce que se quiere prohibir termina en realidad por
fortalecerse (el superyo que en vez de operar como prohibición, pide
goce, como dice Lacan).
También en el recurso al miedo, a la humillación o al castigo(puede ser físico o no, proporcionado
o desproporcionado, arbitrario o justo, etc.) los cuales dependiendo de su
cualidad pueden producir efectos negativos en la personalidad
del niño, futuro adulto con problemas de control de su agresividad, que le
lleven a protagonizar situaciones de violencia sea del tipo que sea la misma:
psicológico y/o física, y dar lugar al fortalecimiento de sentimientos de odio y
resentimiento, de vergüenza y
humillación, o deseos de venganza, que
podrán ser reprimidos en mayor o menor medida en algunos casos, o expresados en otros, en “actuaciones”(acting out pues no hay
suficiente control pulsional) donde se haga experimentar a otros esos mismos
sentimientos.
Ese control de la agresividad se apoya
obviamente en pensamientos, en ideas: básicamente no se pega porque se hace
daño al otro. El sujeto lo puede saber, pero aún así tener ganas de dañarlo por
diferentes motivos, por eso es una tarea ardua y compleja enseñar el control de
la agresividad: se trata de no permitirla sin utilizar para lograr que el niño
la controle, recursos que le dañen
psicológicamente, como ser el chantaje, el miedo, los castigos
desproporcionados y/o arbitrarios, las amenazas, los golpes, los insultos, el
avergonzar, el devaluar.
En los casos de violencia ese control
normativo dado por la educación no se produce, seguramente porque los “métodos”
utilizados para pretender “educar” son los anteriormente nombrados, aunque a
veces también puede suceder que directamente al niño se le deje hacer
simplemente, sin establecer el “no”, o inclusive en algunos casos que la
conducta violenta le sea estimulada: “dale una paliza, la próxima vez se lo
pensarán antes de meterse contigo”
La dificultad que pueden tener los adultos
para realizar a sociabilización del niño y de su agresividad radica en que la
misma requiere decir “eso no se hace”, o sea, hacerlo
con palabras (no con golpes) pero tampoco con cualquier palabra, ya que
cuando se dicen palabras que hacen mella en la imagen de sí mismo (autoestima)
del sujeto se está también incurriendo en violencia, en este caso psicológica.
En este sentido también los discursos machacones a veces tan inevitables
implican violencia: eres tonto, cuantas veces te lo he dicho, cuantas te lo
tengo que decir para que lo entiendas, siempre haces lo mismo, no aprendes más.
Haciendo una acotación al margen, diré que me he acordado ahora mismo de
un cuento para niños (también PARA adultos) maravilloso que fue uno de los
preferidos de mi hija cuando pequeña, de la escritora Gabriela Keselman: “¡TE
LO HE DICHO 100 VECES!”, que de alguna
manera juega con este tema, modificando al hacerlo el sentido destructivo de
tienen estas frases en la educación e un niño, recuperando o inaugurando para
las mismas un sentido ligado a Eros.
Dejando
ya la acotación, poner límites además requiere inexorablemente de que las
personas que lo hagan estén envestidas de autoridad ante el menor: que sean
dignas de su respeto y que su palabra sea confiable. Y para ello es necesario,
que haya una coherencia mínima entre lo que se dice y lo que se hace. Si un
padre dice; no se insulta, no se pega
pero él le pega al niño o a la madre, el niño hará lo mismo que él, o
elegirá el papel del que es pegado o insultado
y lo permite, y no porque pretenda ser un desobediente, sino porque se produce una identificación imprescindible
con un lugar de objeto u otro: el que pega o el que es pegado, pego o me pegan
, pego o me dejo/hago pegar, y esto por razones limitantes del lenguaje.
Muchas veces el discurso por el
que estos jóvenes están moldeados, es retomado a veces hasta de manera
bastante consciente como en la primera
cita que acompaña el inicio de este texto, teniendo la mujer dificultades, o
directamente como en este caso, imposibilidad, de cuestionar el discurso
parental ,con él que en realidad, manifiesta total acuerdo. En estos casos es
muy difícil, cuando no imposible realizar un trabajo de cambio, porque ella
nada quiere cambiar y aun habiendo denunciado al maltratador en algunos casos,
la mujer vuelve con él o elige nuevamente como pareja a un hombre que concuerde con su manera de pensar respecto
a la mujer, al hombre y a las relaciones entre ambos. Muchas veces este “perfil”
de mujer utiliza los recursos que se brindan para ayudar en esta problemática, de
manera provisional, sin que haya un cambio subjetivo que implique ir saliendo
realmente de una modalidad de vínculo violento.
En otros casos,
como por ejemplo el de la segunda cita, al mujer tienen conciencia de lo negativo
de la situación y desea y apuesta por el cambio, pero el mismo es difícil y s
ele presenta como un camino en el que deberá vencer muchísimos obstáculos para
tener éxito: cuestionar profundamente la ideología familiar, perder el vínculo
con sus padres a nivel simbólico y real , dependiendo en cada caso de la
posible flexibilidad de los mismos, vencer la culpa que hacer esto genera ,los
sentimientos de traición ,y al culpa que es permanentemente inducida por los
propios padres haciéndola creer que
perjudica así a su hijo. Debatirse entre una doble culpa: hacia los padres y
hacia el hijo, y seguir su camino hacia la libertad, no es tarea nada fácil, y
requerirá de muchos apoyos y trabajo psicológico personal. Si a la falta a veces total de apoyo familiar, y a la culpa, le agregamos que la mujer en cuestión no tiene trabajo,
tiene muy pocos estudios y formación, no tiene donde vivir ni cómo sostener su
sustento y el de su hijo, la dificultad se agiganta porque la vivencia de
vulnerabilidad, de desamparo, de impotencia
y miedo por ella y su hijo/ hijos es tan
devastadora, que lleva muchas veces a
que la misma se dé por vencida y decida
volver con el maltratador.
Es
precisamente esa vivencia lo que la hace “volver” donde más que el goce en ese
modo de vínculo, lo que repite es la vulnerabilidad, el no estar empoderada
respecto de si misma.
Por eso es
importante considerar como fundamental en la educación de las niñas el ayudarlas a ser menos vulnerables.
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