sábado, 1 de agosto de 2015

¿Por qué la violencia de género se da entre los más jóvenes? Una de las posibles respuestas, en algunos casos. Algunos aspectos a tener en cuenta para el cambio.




FLOR DE AMOR DESGAJADA.


Hoy soy una débil flor
de pétalos de amor 
desgajada,
al borde de la pendiente
de un hilo
raíces  de tierra despojadas,
que en la noche creciente
 el viento sin piedad azota,
sombras de tormenta dolientes
sobre mí se ciernen.

Hoy soy esa frágil flor
falta de amor,
ajada,
insoportable desgarro
de angustia
desolada.

(Autora: Anabella Rodríguez)




















“Yo estoy de acuerdo en que un hombre te cele   y no deje que vayas por ahí provocando con ropas atrevidas, porque la mujer debe de ser para el marido,  le debe respeto” .
Al ser cuestionada sobre esta afirmación responde:“es que yo crecí en eso(se ríe), mi padre es gitano  y en casa se piensa así”

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“Mis padres no están de acuerdo en que me haya ido  de   mi casa, en la suya no me aceptan por eso, no me apoyarán en nada, dicen que le hago una daño a mi hijo así, en casa siempre hubo violencia , mi madre aguantó toda la vida, y ellos lo ven bien así, y yo me siento culpable  por lo que estoy haciendo, ¿perjudicaré a mi hijo?   (llora, muy angustiada)
                                                                                                                                                      
Las citas pertenecen  dos mujeres muy jóvenes.


Hay una pregunta que últimamente vengo escuchando de manera reiterada por diferentes vías: notas de prensa, charlas con profesionales de diversas disciplinas, etc. que es: qué estamos haciendo mal como sociedad para que la violencia de género tenga un porcentaje elevado, sino el más elevado, entre parejas jóvenes.

Habitualmente en el intento de encontrar una respuesta, se piensa  en términos de una insuficiente educación tanto en el hogar como en la sociedad en general, y se propone trabajar más en propuestas de tipo preventivo.

Pero, me parece que con frecuencia se olvida que en muchas ocasiones, los chicos y las chicas que se ven envueltos en dicha problemática, aún hoy, sí aunque parezca extraño, aún hoy,  provienen de hogares donde la violencia fue una  forma legítima o “normalizada” de vínculo entre la pareja parental, o si no tal, sí aceptada a veces casi con resignación por la mujer,  por motivos diversos relacionados con su  vulnerabilidad , su falta de empoderamiento en términos afectivos y económicos, y otros determinantes,  que la dejaron en situación de dependencia emocional y económica  respecto del maltratador.

Los jóvenes repiten en su relación de pareja  ese modelo vincular, y es imposible que pueda ser cambiado por charlas y /o talleres educativos solamente. Estos pueden sí, ayudar como punto de partida, para  que los mismos  escuchen y  tomen consciencia de su manera violenta de vincularse y también de que la misma no es “normal”, inevitable, ni la única posible (porque cuando la misma está muy asentada en la personalidad de los sujetos, ni siquiera la perciben en profundidad como algo problemático), de los efectos destructivos  que ella produce en ellos mismos, en el otro integrante de la pareja, y en las consecuencias que esta situación podría acarrearles en el futuro si no intentan modificar su manera de tratarse.  Se necesita partir entonces  de que sean capaces de tomar conciencia “profunda” de su modalidad de vínculo violento y los perjuicios que les genera el mismo. Pero esto no siempre es posible, pues exige la disponibilidad del sujeto para responsabilizarse de esa manera de vincularse, y  poder percibirlo como algo negativo, o sea  algo que le depara un sufrimiento que excede los beneficios que obtiene en dicha relación  –sería hacer de eso un síntoma, en el sentido psicoanalítico del término-lo cual requiere que la persona tenga un nivel intelectual  que le permita la auto-observación y el cuestionamiento reflexivo.

Y esto precisamente no está presente a veces en las personas que viven esta problemática, y más en muchos  jóvenes, que cada vez tienen más dificultad para apalabrar lo pulsional y por tanto sus emociones, y tienden así a  actuarlas  sin pensar.

La  manifestación de la agresividad en forma de acting violento da cuenta precisamente de esa imposibilidad de procesar las emociones vía la palabra y el pensamiento. En vez de hablar de su enfado, intentando trasmitir al Otro los motivos del mismo, o de decirle lo que necesita o espera de él, y el porqué cree que necesita o espera lo que espera(qué miedo tiene, que inseguridades), en la persona que actúa de manera violenta  se produce una especie de cortocircuito que incomunica  la zona de la corteza  cerebral que es donde asienta el pensamiento, y  la zona cerebral donde asientan la emociones(sistema límbico: amígdala, hipocampo, etc.); estas no  son entonces procesadas por el mismo y obviamente  tampoco por la palabra (la palabra crea el pensamiento), y la respuesta del sujeto emerge directamente(sin pasar por la corteza cerebral) de la zona emocional del cerebro. Obviamente que la persona aprendió con sus modelos de referencia  a  procesar/actuar de esta manera sus emociones, a no procesarlas vía la palabra, no sabe (porque eso requiere conciencia y pensamiento) muchas veces ni siquiera qué siente (simplemente experimenta  una  inquietud/ansiedad/ angustia a nivel físico, o sea en el cuerpo, y actúa casi como un animal: se defiende atacando /golpeando o huyendo.

Obviamente que hay personas que tienden a procesar su agresividad de manera habitual de esta manera, en todas o casi todas las situaciones, pero hay otros que quizás  han aprendido a controlarla (reprimirla y hacer uso de la misma de otras maneras civilizadas: competir respetando ciertos límite,, ser irónico por ejemplo ), pero que en ocasiones particulares, que actualicen para él  algo del traumatismo originario, pueden no obstante llegar a actuar de manera violenta. Esta posibilidad de ser quienes no somos ni creemos ser dependiendo de a qué circunstancia podamos vernos enfrentados en la vida, es quizás lo que da popularidad al dicho: “nunca se puede decir de esta agua no beberé”. Hay una parte oscura, inaprensible  vía el lenguaje (LO REAL) en nosotros mismos, de la cual nada sabemos y de la que no podemos pensar, y que precisamente nos da miedo pensar que no podemos pensarla, que puede jugarnos una muy mala pasad por lo menos alguna vez en la vida, y esto con suerte (de que no nos atrape el destino), porque la repetición es precisamente que “eso repite”. 

Quizás por este lado pueda buscarse alguna pista para entender algunos de los casos de hombres que matan a sus parejas sin que haya habido ni denuncias ni señales previas de maltrato. Pongamos por ejemplo, un hombre que sorpresivamente se entera que su mujer lo engaña, puede reaccionar matándola sin que antes haya habido un problema de maltrato, porque esa experiencia le remite a él a una similar, anterior, infantil, en la cual no hubo palabras para decir(apalabrar) del impacto   emocional esa primera situación le causó. Repite que tampoco ahora la hay, en ese  desborde de lo pulsional. Sobre  el  porqué de que  este hombre fuera a elegir una mujer que era plausible le “engañara”, siendo que pongamos, su propia madre había engañado a su padre, y eso fue para él traumático, justamente porque eso es la repetición del goce: solo el hombre tropieza tres veces con la misma piedra, o más veces, porque solo él es sujeto “de” y “al” lenguaje.

 Luego de el referido primer requerimiento de “toma profunda de conciencia”, tienen que  estar dispuestos a llevar a cabo un tratamiento que les permita entender en profundidad porque actúan de manera violenta sea él o ella, depende del caso,  y de manera sometida o pasiva el otro o la otra; también  tienen que intentar ver y entender cómo se fue construyendo esta modalidad de vínculo en la historia de cada uno. Cómo  se generó la identificación a  lo que llaman habitualmente el lugar de la víctima o el victimario, (más allá de que yo considero que ambos son víctimas de sus propias pulsiones, aunque obviamente en diferente dimensión, porque si bien es terrible llegar a  morir en manos de el agresor, también lo es  ser un criminal, y más cuando hay hijos de la pareja de por medio. Quizás también esto pueda explicar en parte porque muchos hombres se suicidan luego de dar muerte a la mujer. Un crimen tan terrible solo puede generar una culpa imposible de procesarse y asumirse vía la ley  y el castigo simbólico, la propia muerte es el castigo supremo, y  a la vez la imposibilidad de responsabilizarse del hecho cometido).

Deberán ir  pudiendo entender que cuando el sujeto se encuentra expuesto a una modalidad de vínculo parental  donde de manera regular hay un miembro de la pareja que ejerce una forma de control  violenta sobre el otro miembro de la pareja, e inclusive también sobre los hijos, y el otro miembro se somete y acata todo por inseguridad y/o miedo, al niño o niña se identificaran con una u otra posición predominantemente: lo harán con el agresor o con el lugar de sometido a la misma. En ambos casos se produce una fijación a un goce donde la pulsión destructiva  sin límite produce estragos.
Será necesario que tomen conciencia de los pensamientos y sentimientos que les llevan a actuar de una u otra manera.
 Además, habrán de aceptar que dicho proceso les llevará un tiempo bastante largo.

POR QUÉ  UNA TOMA DE CONCIENCIA DEL VÍNCULO VIOLENTO NO ES SUFICIENTE PARA CAMBIARLO.

 Las identificaciones que sostienen la forma en que cada sujeto internalizó el control o no de su agresividad se estructura de una determinada manera para cada cual,  y el sujeto actúa desde las mismas con escaso margen de posibilidad de no repetir de forma muy similar, dicho patrón, aun queriendo conscientemente no hacerlo.   

Me explico: cada persona aprende a controlar su agresividad y destructividad en relación a sí mismo y a los otros en la infancia, de acuerdo a lo que el Otro social (encarnado en cada madre y padre, maestros, etc.) marca como límite a la misma. Dicho límite a la agresividad pulsional es siempre internalizado de forma diferente por cada sujeto dependiendo en parte de lo que ese Otro enseñe (y acá sí es fundamental en este papel de  la educación, tanto la  familiar como la escolar), y de lo que el sujeto “elija –“elección forzada” dirá Lacan porque la libertad es limitada) hacer con esa enseñanza- tanto en términos de contenido como de forma; así internaliza qué es lo que está o no permitido hacerse a sí mismo  y hacerle al otro, hasta dónde puede ejercer su agresividad consigo mismo y hasta dónde con  el otro, aprehenderá  lo que es “malo”, y por tanto no debe permitirse que el niño se haga a sí mismo ( los niños también se dañan a  sí mismos) ni le haga  a  otros, y también  la  forma  en que  es trasmitido por los educadores e internalizado ese límite. En este sentido, muchas veces sucede que se pretende enseñar a un niño a no pegar, pegándole (“te voy a hacer lo mismo que el hiciste a tu hermano”,  o “cada vez que pegues yo te pego a ti, a ver si te gusta”  es algo que puede escucharse a veces) con el agregado de “a ver si te gusta”. Claro que sí, dirá el niño, me gusta, porque si el mismo ya está obteniendo goce al pegar al otro- como daría cuenta su conducta de pegar en aquellos casos en que la misma es excesiva-, si se le pega como recurso a intentar que contenga su agresividad, lo que se hace es alimentar y fijar sus pulsiones sádicas, por lo tanto fijarlo más en esa forma de goce. El límite brilla por la ausencia ahí, y la forma de goce  que se quiere prohibir termina en realidad  por  fortalecerse (el superyo que en vez de operar como prohibición, pide goce, como dice Lacan).

También en el  recurso al miedo, a la humillación o  al castigo(puede ser físico o no, proporcionado o desproporcionado, arbitrario o justo, etc.) los cuales dependiendo de su cualidad  pueden  producir efectos negativos en la personalidad del niño, futuro adulto con problemas de control de su agresividad, que le lleven a protagonizar situaciones de violencia sea del tipo que sea la misma: psicológico y/o física, y dar lugar al  fortalecimiento de sentimientos de odio y resentimiento,  de vergüenza y humillación,  o deseos de venganza, que podrán ser reprimidos en mayor o menor medida en algunos casos, o  expresados en otros, en  “actuaciones”(acting out pues no hay suficiente control pulsional) donde se haga experimentar a otros esos mismos sentimientos.
Ese control de la agresividad se apoya obviamente en pensamientos, en ideas: básicamente no se pega porque se hace daño al otro. El sujeto lo puede saber, pero aún así tener ganas de dañarlo por diferentes motivos, por eso es una tarea ardua y compleja enseñar el control de la agresividad: se trata de no permitirla sin utilizar para lograr que el niño la controle,  recursos que le dañen psicológicamente, como ser el chantaje, el miedo, los castigos desproporcionados y/o arbitrarios, las amenazas, los golpes, los insultos, el avergonzar, el devaluar.
En los casos de violencia ese control normativo dado por la educación no se produce, seguramente porque los “métodos” utilizados para pretender “educar” son los anteriormente nombrados, aunque a veces también puede suceder que directamente al niño se le deje hacer simplemente, sin establecer el “no”, o inclusive en algunos casos que la conducta violenta le sea estimulada: “dale una paliza, la próxima vez se lo pensarán antes de meterse contigo”

La dificultad que pueden tener los adultos para realizar a sociabilización del niño y de su agresividad radica en que la misma requiere decir  “eso no se hace”,  o sea,  hacerlo con palabras (no con golpes) pero tampoco con cualquier palabra, ya que cuando se dicen palabras que hacen mella en la imagen de sí mismo (autoestima) del sujeto se está también incurriendo en violencia, en este caso psicológica. En este sentido también los discursos machacones a veces tan inevitables implican violencia: eres tonto, cuantas veces te lo he dicho, cuantas te lo tengo que decir para que lo entiendas, siempre haces lo mismo, no aprendes más. 
  
 Haciendo una acotación al margen, diré que me he acordado ahora mismo de un cuento para niños (también PARA adultos) maravilloso que fue uno de los preferidos de mi hija cuando pequeña, de la escritora Gabriela Keselman: “¡TE LO HE DICHO 100 VECES!”,  que de alguna manera juega con este tema, modificando al hacerlo el sentido destructivo de tienen estas frases en la educación e un niño, recuperando o inaugurando para las mismas un sentido ligado a Eros.

 Dejando ya la acotación, poner límites además requiere inexorablemente de que las personas que lo hagan estén envestidas de autoridad ante el menor: que sean dignas de su respeto y que su palabra sea confiable. Y para ello es necesario, que haya una coherencia mínima entre lo que se dice y lo que se hace. Si un padre dice; no se insulta, no se pega  pero él le pega al niño o a la madre, el niño hará lo mismo que él, o elegirá el papel del que es pegado o insultado  y lo permite, y no porque pretenda ser un desobediente, sino porque  se produce una identificación imprescindible con un lugar de objeto u otro: el que pega o el que es pegado, pego o me pegan , pego o me dejo/hago pegar, y esto por razones limitantes del lenguaje.

Muchas veces el discurso  por  el que estos jóvenes están moldeados, es retomado a veces hasta de manera bastante  consciente como en la primera cita que acompaña el inicio de este texto, teniendo la mujer dificultades, o directamente como en este caso, imposibilidad, de cuestionar el discurso parental ,con él que en realidad, manifiesta total acuerdo. En estos casos es muy difícil, cuando no imposible realizar un trabajo de cambio, porque ella nada quiere cambiar y aun habiendo denunciado al maltratador en algunos casos, la mujer vuelve con él o elige nuevamente como pareja a un hombre  que concuerde con su manera de pensar respecto a la mujer, al hombre y a las relaciones entre ambos. Muchas veces este “perfil” de mujer utiliza los recursos que se brindan para ayudar en esta problemática, de manera provisional, sin que haya un cambio subjetivo que implique ir saliendo realmente de una modalidad de vínculo violento.

En otros casos, como por ejemplo el de la segunda cita, al mujer tienen conciencia de lo negativo de la situación y desea y apuesta por el cambio, pero el mismo es difícil y s ele presenta como un camino en el que deberá vencer muchísimos obstáculos para tener éxito: cuestionar profundamente la ideología familiar, perder el vínculo con sus padres a nivel simbólico y real , dependiendo en cada caso de la posible flexibilidad de los mismos,  vencer la culpa que hacer esto genera ,los sentimientos de traición ,y al culpa que es permanentemente inducida por los propios padres  haciéndola creer que perjudica así a su hijo. Debatirse entre una doble culpa: hacia los padres y hacia el hijo, y seguir su camino hacia la libertad, no es tarea nada fácil, y requerirá de muchos apoyos y trabajo psicológico personal. Si a  la falta a veces total de apoyo familiar,  y a la culpa, le agregamos  que la mujer en cuestión no tiene trabajo, tiene muy pocos estudios y formación, no tiene donde vivir ni cómo sostener su sustento y el de su hijo, la dificultad se agiganta porque la vivencia de vulnerabilidad, de  desamparo, de impotencia y miedo por ella y su hijo/ hijos  es tan devastadora, que lleva  muchas veces a que la misma se dé por vencida  y decida volver con el maltratador.
Es precisamente esa vivencia lo que la hace “volver” donde más que el goce en ese modo de vínculo, lo que repite es la vulnerabilidad, el no estar empoderada respecto de si misma.

Por eso es importante  considerar como  fundamental en la educación de las niñas  el ayudarlas a ser menos vulnerables.



Este  aspecto lo dejaré para desarrollar en otro texto, donde abordaré si puede hacerse, cómo y cuáles son las limitaciones que tal propuesta puede tener.

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