jueves, 5 de junio de 2014

¡MAMÁ LÉEME, UN CUENTO!


¿Que pide el niño o la niña cuando pide que le lean un cuento? 

Pide antes que nada que le lean o lo/la lean a él/ella (lée-me) Que lean, que le hablen  acerca de su deseo y del deseo de la madre y del padre por él o por ella, del deseo que dio origen a su concepción, de sus sentimientos positivos y negativos, de sus miedos, de sus conflictos, etc. como una manera de ser ayudado para tomar contacto con los mismos y poder elaborarlos.
O como le dice poéticamente la Psicoanalista Carmen Gallano en un excelente trabajo: pide saber de aquello que solo el artista a través de su obra hace saber, lo in-sabido en el Otro” (“De lo in -sabido que hace saber”)

Respecto al tema del inicio de los cuentos, pero que remite también al inicio de la vida, lo que está en juego en muchos cuentos es el deseo de  los padres por ese hijo o hija, lo cual responde al “como fue que todo comenzó”. Pregunta por el origen que todo niño se hace, y por el deseo de los padres en juego en su nacimiento.   ¿Y no es así que comienzan la mayoría  de los cuentos de hadas?  Tomemos el cuento de Blancanieves, que dice en la versión más próxima a la original  algo así como:

Era un crudo día de invierno, y los copos de nieve caían del cielo como blancas plumas. La Reina cosía junto a una ventana, cuyo marco era de ébano. Y como mientras cosía miraba caer los copos, con la aguja se pinchó un dedo, y tres gotas de sangre fueron a caer sobre la nieve. El rojo de la sangre se destacaba bellamente sobre el fondo blanco, y ella pensó: "¡Ah, si pudiera tener una hija que fuere blanca como nieve, roja como la sangre y negra como el ébano de esta ventana!". No mucho tiempo después le nació una niña que era blanca como la nieve, sonrosada como la sangre y de cabello negro como la madera de ébano; y por eso le pusieron por nombre Blancanieves. Pero al nacer ella, murió la Reina.

O el de “La bella durmiente” (fragmentos)

En otros tiempos había un rey y una reina, cuya tristeza porque no tenían hijos era tan grande que no puede ponderarse. Fueron a beber todas las aguas del mundo, hicieron votos, emprendieron peregrinaciones, pero no lograron ver sus deseos realizados, hasta que, por último, quedó encinta la reina y dio a luz una hija. La esplendidez del bateo no hay medio de describirla, y fueron madrinas de la princesita todas las hadas que pudieron hallar en el país, y siete fueron, con el propósito de que cada una de ellas le concediera un don, como era costumbre entre las hadas en aquel entonces; y por este medio tuvo la princesa todas las perfecciones imaginables…

Cuando cada cual se estaba sentando a la mesa, vieron entrar a un hada muy vieja que no había sido invitada porque hacía más de cincuenta años que no salía de una torre y la creían muerta o hechizada…
Entretanto, las hadas comenzaron a conceder sus dones a la princesita. La primera le otorgó el don de ser la persona más bella del mundo, la siguiente el de tener el alma de un ángel, la tercera el de poseer una gracia admirable en todo lo que hiciera, la cuarta el de bailar a las mil maravillas, la quinta el de cantar como un ruiseñor, y la sexta el de tocar toda clase de instrumentos musicales a la perfección. Llegado el turno de la vieja hada, ésta dijo, meneando la cabeza, más por despecho que por vejez, que la princesa se pincharía la mano con un huso*, lo que le causaría la muerte.

En la versión que yo leía de pequeña de Blancanieves, la reina deseaba que los labios de su hija fueran tan rojos como la gota de sangre, su piel tan blanca como la nieve y su cabello tan negro como el ébano de su ventana.

Pero en fin, a los efectos de mi comentario lo que importa ahora es como se juega el deseo de una madre respecto al nacimiento de una hija en este caso, y cómo de alguna manera los cuentos se dirigen de manera  inconsciente al origen y al deseo de los padres que estuvo en juego en el propio origen del niño o niña. Es a partir de una falta en el Otro que  se desea, y en este cuento la misma esta maravillosamente dicha simbólicamente en la referencia a la crudeza del invierno y la blancura de la nieve. ¿Cómo hacer menos cruda esa falta constitutiva en nosotros, cómo vestir ese invierno que nos habita y hacer aceptable su  frialdad mortífera de nieve? ¿Cómo sobrevivir de alguna manera a la muerte que anida en nuestro propio ser desde el origen?

Deseando e creando parece ser la respuesta, cociendo (podría ser bordando, tejiendo o cualquier actividad sublimatoria) sobre ese agujero de lo real que  por su propia crudeza origina el deseo. Creando ahí  un objeto-hija en este caso (puede ser un objeto artístico, literario, etc.) que oficie de costura para esa  hendidura del origen, una costura hecha de hilos-palabras que  hilvanen una historia donde nuestro deseo encarnado en  esa niña, en una hija o hijo, o  en otro objeto, pueda habitar.

En el caso de “La bella durmiente” también hay unos padres que están en falta, tristes por desear y no poder alcanzar el objeto hijo de sus anhelos, y que intentan por todos los medios tener ese hijo o hija tan deseado/a hasta que lo logran. El escritor, ex profeso o quizás sin tener consciencia de  por qué lo hace, enumera y destaca todos los esfuerzos que hicieron estos padres para tener a su hija, y de esta manera dirige al corazón afectivo del niño lector, el mensaje de que hay algo que en psicoanálisis llamamos  el deseo (inconsciente), que está en el origen de su nacimiento(del del niño y también del escritor como escritor),así como en el de toda creación, y que  para crear un hijo o lo que sea, hay que desear y persistir a pesar de los obstáculos que puede encontrar nuestros deseo para su realización. 

Esa  hija, como sucede muchas veces en nuestras vidas, es esperada con amor y deseada con multiplicidad de dones, paradoja mediante, ya que precisamente se le otorga lo que en realidad se le pide, lo que se espera de ella. Se le demanda (esto es el concepto de demanda en psicoanálisis) que sea o tenga  todos esos dones que otorgan los padres, dones que en el cuento brindan las hadas, ya que invariablemente en ese punto del don al hijo o hija, los padres devienen invariable y  verdaderamente hadas, como certeramente lo dice el cuento. Es el niño o la niña en verdad la donada o donado, donado o donada a la vida, los padres le donan la vida y la vida les dona a ellos un hijo. Y el don del amor a los padres que el hijo es, o se hace ser,  o acepta ser más bien, de acuerdo a lo que aquellos le demandan que sea, es el don del amor de los padres.
 Pero también y ya desde el origen, desde el nacimiento de la niña, la muerte está presente, aunque ningún padre quiera jamás  invitarla a la fiesta que es la vida de un hijo o una hija. Aunque se la prefieran olvidar, aunque no la hayan invitado, ella se convida al festín.

Y ahí el “genio” maravilloso del escritor salva  al niño de la desolación, con la creación de otra hada que salvando a la princesita  de la muerte, tan solo la hará dormir durante cientos de años. Ello tiene como función aminorar el impacto que implica especialmente para un niño saber que aún comenzando, su vida lleva ya desde el inicio a la muerte en su seno, y aunque no sabemos  si el escritor lo hace consciente o inconscientemente , podemos animarnos a decir, que al hacerlo de manera inconsciente se está dirigiendo  con esta defensa y sin saberlo, a su propio niño y adulto impactado por la muerte, y es gracias  a ese “saber hacer” fundado en su inconsciente, que es capaz de ser un buen escritor, pues a partir de sí mismo, sabe modular -con lo que dice y lo que no, con los recursos técnicos que utiliza-, el nivel de angustia que el yo infantil puede soportar sin desbaratar el placer del niño por la lectura. 

  No obstante, como diría Freud hablando del disfraz del sueño, el disfraz en este caso es muy parecido a lo que esconde (“solo caerá en un sueño profundo que durará cien años), pero esa diferencia aunque sutil y pequeña, así como en el sueño permite el no despertar al soñante, en el cuento hace posible el no despertar al lector: permitirle seguir leyendo. Hacer que el niño se angustie sí, y pueda reconocerse, dolerse, representarse en su ser mortal que ya sabe que es, (aunque haga o parezca que no lo supiera), pero que la angustia que ello le genera no lo desborde, al punto de que el cuento no pueda cumplir su función de ayudarle a leer y elaborar sus  “complejos” (en este caso el tema de la propia mortalidad)

Complejo, no en el sentido vulgar del término, sino (del latín complectere: abrazar, abarcar; participio perfecto: complexum) es un término que indica un conjunto que totaliza, engloba o abarca una serie de partes individuales (hechos, ideas, fenómenos, procesos). Se utiliza en forma general en psicología para indicar la integración de vivencias o experiencias individuales en una experiencia de conjunto o totalizadora. El concepto es utilizado principalmente en las escuelas psicológicas y enfoques dinámicos o analíticos y mucho menos en los enfoques conductuales.

Pero hoy en día no se lee demasiado a los niños, y quizás menos los cuentos clásicos pues muchos padres consideran que estas historias son anticuadas para nuestra época , o que incluso son demasiado crudas porque plantean el tema de la muerte , la rivalidad, los celos, envidia, en fin, todo los sentimientos normales negativos de los seres humanos. Y muchas veces cuando sí se lo hace, se da con versiones de los cuentos totalmente diferentes de la original que generalmente cercenan de la historia lo que para la construcción del psiquismo infantil es lo fundamental, como por ejemplo el comienzo de los cuentos entre otros aspectos. Eso sucede precisamente con algunas versiones de estos dos cuentos  a que he hecho referencia, algunos comienzan planteando ya de entrada que:

“Había una vez una niña muy guapa y muy buena llamada Blancanieves  que cuando pequeña su madre murió y su padre volvió a casarse”.

 En esta versión, se pierde la constelación de deseo-además de la belleza y la tensión que sí crea el verdadero comienzo de la historia- que dio origen al nacimiento de la hija (y del sujeto psíquico) como si ello no significara nada para la historia en cuestión. Pero hay que tener en cuenta que esta historia es- diferencias personales mediante- la historia de cada cual que lee el cuento cuando lo está leyendo, y es muy diferente la lectura que psíquicamente se hace del sujeto del inconsciente cuando el niño lee el cuento en la versión original, que en otra modificada sin ningún cuidado ni acierto de cara a diferentes criterios u objetivos que nada tienen que ver con lo que verdaderamente anima al ser que habita en cada cuento y se dirige a cada lector. Cuando se hacen esa modificaciones,  no se respeta ni considera para nada que el escritor hace su obra a partir de ese agujero, de un vacío que opera como una línea de fuerza(pulsional) que dirige y guía su deseo por senderos que él mismo muchas veces desconoce, o conoce a medias, porque el deseo es inconsciente. Y que hace que incluso él mismo, tenga a veces que doblegar(respecto a lo que escribe o cómo lo escribe)lo que le dice su conciencia, para no desviarse como a veces estaría tentado de hacerlo, del camino que le indica ese Otro aliado a la pulsión. Y así seguir, como suelen decir ellos, el camino que le señala  la propia historia o cada personaje.

 (En este sentido, hasta el género en que el escritor escribe es pedido por algo del orden de la pulsión cada vez, y la calidad artística de la obra en cuestión dependerá de si el escritor es capaz de dotar de palabras y de la forma  certeras  a eso pulsional que le empuja y mueve, y le mueve  a su acto de escritura, para lo cual  ha de estar preparado con algo del orden de lo técnico: su estudio, su disponibilidad de recursos literarios; o sea, tener  internalizados  los medios técnicos que mejor se ajusten para dar salida de la forma más justa o verdadera posible a dicho goce..

Por ello la versión original de una obra es fundamental, porque hasta en el nombre que se le ha dado, se puede palpar la verdad que está en juego, lo cual implicaría decir que no hay más versión, que la única versión (verdadera) es  la original. Porque es la que de manera  certera y única surge de ese caldero de fuego de las pulsiones (como le llamaba Freud) y crea tanto al sujeto escritor como a su obra. Se trata de la  verdad que ese acto de escritura  escribe, o que en ese acto de escritura se escribe. Una verdad que es primariamente la  suya, pero que deviene la de cada lector por tocar el punto de vacío que nos hace  ser simplemente humanos. 
“El decir del poeta es un acto que revela nuestra condición, que no es sino la de nuestra falta original, nuestro poco ser” (Octavio Paz, “la casa de la Presencia”)

¡Nótese la similitud del acto del escritor con el acto psicoanalítico!:

“El antecedente de lo que es en Lacan el acto psicoanalítico aparece en Freud en "Psicopatología de la vida cotidiana", del lado del acto fallido. Los actos fallidos no son inocentes, son interpretables y tienen significaciones, es decir, están coordenados a lo simbólico. En este sentido son distintos de un hacer. Son interpretables, al igual que los sueños. El acto, tiene que ver con la determinación de un comienzo, con algo nuevo, y con un cambio de posición en el sujeto, que es una renovación. No hay acto sin Otro - es decir, sin las coordenadas simbólicas en juego - para ir más allá de ese Otro. En el momento del acto, no hay Otro ni hay Sujeto. El acto excede la articulación significante, hay acto donde la cadena significante falla. Cada acto tiene relación con la verdad e implica la puesta en juego de la función paterna bordeando el vacío del objeto a. En el acto se repite el significante que representa al sujeto, es donde el significante estaría más cerca de representarse a sí mismo”(“Introducción al acto analítico” una excelente presentación de  Mariana Davidovich, EFBA que sugiero leer), se encuentra en internet.

Pero hoy en día hay una prisa en todos los ámbitos  por simplificar, por hacer todo más superfluo, más veloz, más concreto. “Se trata de ir al grano” y dejarse de darle vueltas a los temas, con lo que se desvirtúa la función del lenguaje, de la palabra  y el  desarrollo del pensamiento. Se apunta en muchas actividades, a dar todo casi digerido, y en lo posible a darlo visualizado pues se considera que  así  se entiende mejor, o se supone  de que  si se complejiza un texto los niños no tendrán tiempo ni paciencia para releerlo hasta que lo entiendan. Se pretende también que ha de quedar todo entendido y sabido, todo claro, todo comprendido y que sea repetido tal cual por los niños. Eso implica muchas veces obtener buenas calificaciones en la escuela  por un aprender memorístico. Se cercena así la relación del lector, o del educando, con la falta, con el vacío, con el saber a medias, que es lo único que puede mantener viva la llama del deseo (o como dicen ahora, la motivación) y la curiosidad, y dar lugar a la creación. Si está todo dicho, todo es tan claro, concreto y de una única manera, no hay lugar para crear, para cada cual se apropie a su manera (con afecto, dejándose afectar por lo que lee o aprende), y de una manera que le sea útil de cara a su ser persona y no solamente a su ser alumno, futuro trabajador y consumidor doblegado bajo el peso de Otro que lo goza exprimiéndole su subjetividad.



—Y ahora, ¿qué? —dijo Otomar, cuando Teodoro se calló repentinamente—. ¿Esto es todo? ¿Ésta es la explicación que das? ¿Qué fue de Fernando, del Profesor X, de la bella cantante, del oficial ruso?
¿No os he dicho de antemano que sólo era un fragmento lo que os iba a ofrecer? Aparte de eso, me parece que la historia del Turco parlante ya desde el principio fue esbozada de una manera fragmentaria. Quiero decir que la fantasía del lector o del oyente, al recibir poderosos impulsos, puede desplegarse luego a su voluntad.
—A esto deberá añadirse —continuó diciendo Otomar—que a nuestro Teodoro desde siempre le ha gustado mucho avivar poderosamente nuestra fantasía con toda suerte de extravagantes historias, para luego interrumpirlas bruscamente. Llegará un día en que todos se quejarán de sus mistificaciones. Hay que reconocer que desde hace tiempo toda su obra aparece de modo fragmentario. A veces, lee segundas partes sin preocuparse del principio ni del final, y en las representaciones sólo ve el segundo y el tercer actos, y así por el estilo.
—Aún conservo esta tendencia —dijo Teodoro—. No hay cosa que más me contraríe cuando leo un relato o una novela que ver el suelo en el que se edifica ese mundo fantástico, barrido al final, con una escoba histórica, que deja todo limpio, sin un granito, sin una mota de polvo, que no hay posibilidad alguna cuando se regresa a casa de sentir ni siquiera deseos de mirar entre las cortinas. En cambio, el fragmento de una historia ingeniosa impresiona mi alma de tal modo que da pie a la fantasía para tomar impulso, y el goce es más duradero. ¡A quién no le habrá pasado eso con la joven morena de Goethe!... A mí, sobre todo, ese fragmento de Goethe, del maravilloso cuento donde relata lo de la mujercita que lleva al viajero en una cajita, ¡siempre me ha producido un placer indescriptible!”
(Fragmento final de “Los autómatas” de  E.T.A. Hoffmann)







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