¿Que pide el niño o la niña cuando
pide que le lean un cuento?
Pide antes que nada que le lean o lo/la lean a
él/ella (lée-me) Que lean, que le hablen acerca de su deseo y del deseo de la madre y
del padre por él o por ella, del deseo que dio origen a su concepción, de sus
sentimientos positivos y negativos, de sus miedos, de sus conflictos, etc. como
una manera de ser ayudado para tomar contacto con los mismos y poder
elaborarlos.
O como le dice poéticamente la Psicoanalista Carmen Gallano en un
excelente trabajo: pide saber de aquello que solo el artista a través de su
obra hace saber, lo in-sabido en el Otro” (“De lo in -sabido que hace saber”)
Respecto al tema del inicio de los
cuentos, pero que remite también al inicio de la vida, lo que está en juego en
muchos cuentos es el deseo de los padres
por ese hijo o hija, lo cual responde al “como fue que todo comenzó”. Pregunta
por el origen que todo niño se hace, y por el deseo de los padres en juego en
su nacimiento. ¿Y no es así que comienzan la mayoría de los cuentos de hadas? Tomemos el cuento de Blancanieves, que dice en
la versión más próxima a la original algo así como:
“Era un crudo día de invierno, y los copos de nieve caían del cielo como
blancas plumas. La Reina cosía junto a una ventana, cuyo marco era de ébano. Y
como mientras cosía miraba caer los copos, con la aguja se pinchó un dedo, y
tres gotas de sangre fueron a caer sobre la nieve. El rojo de la sangre se
destacaba bellamente sobre el fondo blanco, y ella pensó: "¡Ah, si pudiera
tener una hija que fuere blanca como nieve, roja como la sangre y negra como el
ébano de esta ventana!". No mucho tiempo después le nació una niña que era
blanca como la nieve, sonrosada como la sangre y de cabello negro como la
madera de ébano; y por eso le pusieron por nombre Blancanieves. Pero al nacer
ella, murió la Reina.
O el de “La bella
durmiente” (fragmentos)
“En otros
tiempos había un rey y una reina, cuya tristeza porque no tenían hijos era tan
grande que no puede ponderarse. Fueron a beber todas las aguas del mundo,
hicieron votos, emprendieron peregrinaciones, pero no lograron ver sus deseos
realizados, hasta que, por último, quedó encinta la reina y dio a luz una hija.
La esplendidez del bateo no hay medio de describirla, y fueron madrinas de la
princesita todas las hadas que pudieron hallar en el país, y siete fueron, con
el propósito de que cada una de ellas le concediera un don, como era costumbre
entre las hadas en aquel entonces; y por este medio tuvo la princesa todas las
perfecciones imaginables…
Cuando cada cual se estaba
sentando a la mesa, vieron entrar a un hada muy vieja que no había sido
invitada porque hacía más de cincuenta años que no salía de una torre y la
creían muerta o hechizada…
Entretanto, las hadas
comenzaron a conceder sus dones a la princesita. La primera le otorgó el don de
ser la persona más bella del mundo, la siguiente el de tener el alma de un
ángel, la tercera el de poseer una gracia admirable en todo lo que hiciera, la
cuarta el de bailar a las mil maravillas, la quinta el de cantar como un
ruiseñor, y la sexta el de tocar toda clase de instrumentos musicales a la
perfección. Llegado el turno de la vieja hada, ésta dijo, meneando la cabeza,
más por despecho que por vejez, que la princesa se pincharía la mano con un
huso*, lo que le causaría la muerte.
En la versión que yo leía de pequeña de
Blancanieves, la reina deseaba que los labios de su hija fueran tan rojos como
la gota de sangre, su piel tan blanca como la nieve y su cabello tan negro como
el ébano de su ventana.
Pero en fin, a los efectos de mi comentario lo
que importa ahora es como se juega el deseo de una madre respecto al nacimiento
de una hija en este caso, y cómo de alguna manera los cuentos se dirigen de
manera inconsciente al origen y al deseo
de los padres que estuvo en juego en el propio origen del niño o niña. Es a
partir de una falta en el Otro que se
desea, y en este cuento la misma esta maravillosamente dicha simbólicamente en
la referencia a la crudeza del invierno y la blancura de la nieve. ¿Cómo hacer
menos cruda esa falta constitutiva en nosotros, cómo vestir ese invierno que
nos habita y hacer aceptable su frialdad
mortífera de nieve? ¿Cómo sobrevivir de alguna manera a la muerte que anida en
nuestro propio ser desde el origen?
Deseando e creando parece ser la respuesta,
cociendo (podría ser bordando, tejiendo o cualquier actividad sublimatoria)
sobre ese agujero de lo real que por su
propia crudeza origina el deseo. Creando ahí un objeto-hija en este caso (puede ser un
objeto artístico, literario, etc.) que oficie de costura para esa hendidura del origen, una costura hecha de hilos-palabras
que hilvanen una historia donde nuestro
deseo encarnado en esa niña, en una hija
o hijo, o en otro objeto, pueda habitar.
En el caso de “La bella durmiente” también hay
unos padres que están en falta, tristes por desear y no poder alcanzar el
objeto hijo de sus anhelos, y que intentan por todos los medios tener ese hijo
o hija tan deseado/a hasta que lo logran. El escritor, ex profeso o quizás sin
tener consciencia de por qué lo hace, enumera
y destaca todos los esfuerzos que hicieron estos padres para tener a su hija, y
de esta manera dirige al corazón afectivo del niño lector, el mensaje de que
hay algo que en psicoanálisis llamamos el deseo (inconsciente), que está en el origen
de su nacimiento(del del niño y también del escritor como escritor),así como en
el de toda creación, y que para crear un
hijo o lo que sea, hay que desear y persistir a pesar de los obstáculos que
puede encontrar nuestros deseo para su realización.
Esa hija,
como sucede muchas veces en nuestras vidas, es esperada con amor y deseada con
multiplicidad de dones, paradoja mediante, ya que precisamente se le otorga lo
que en realidad se le pide, lo que se espera de ella. Se le demanda (esto es el
concepto de demanda en psicoanálisis) que sea o tenga todos esos dones que otorgan los padres,
dones que en el cuento brindan las hadas, ya que invariablemente en ese punto
del don al hijo o hija, los padres devienen invariable y verdaderamente hadas, como certeramente lo
dice el cuento. Es el niño o la niña en verdad la donada o donado, donado o
donada a la vida, los padres le donan la vida y la vida les dona a ellos un
hijo. Y el don del amor a los padres que el hijo es, o se hace ser, o acepta ser más bien, de acuerdo a lo que
aquellos le demandan que sea, es el don del amor de los padres.
Pero
también y ya desde el origen, desde el nacimiento de la niña, la muerte está
presente, aunque ningún padre quiera jamás invitarla a la fiesta que es la vida de un
hijo o una hija. Aunque se la prefieran olvidar, aunque no la hayan invitado,
ella se convida al festín.
Y ahí el “genio” maravilloso del escritor salva al niño de la desolación, con la creación de
otra hada que salvando a la princesita
de la muerte, tan solo la hará dormir durante cientos de años. Ello
tiene como función aminorar el impacto que implica especialmente para un niño saber
que aún comenzando, su vida lleva ya desde el inicio a la muerte en su seno, y
aunque no sabemos si el escritor lo hace
consciente o inconscientemente , podemos animarnos a decir, que al hacerlo de
manera inconsciente se está dirigiendo
con esta defensa y sin saberlo, a su propio niño y adulto impactado por
la muerte, y es gracias a ese “saber
hacer” fundado en su inconsciente, que es capaz de ser un buen escritor, pues a
partir de sí mismo, sabe modular -con lo que dice y lo que no, con los recursos
técnicos que utiliza-, el nivel de angustia que el yo infantil puede soportar
sin desbaratar el placer del niño por la lectura.
No obstante, como diría Freud hablando del
disfraz del sueño, el disfraz en este caso es muy parecido a lo que esconde
(“solo caerá en un sueño profundo que durará cien años), pero esa diferencia aunque
sutil y pequeña, así como en el sueño permite el no despertar al soñante, en el
cuento hace posible el no despertar al lector: permitirle seguir leyendo. Hacer
que el niño se angustie sí, y pueda reconocerse, dolerse, representarse en su
ser mortal que ya sabe que es, (aunque haga o parezca que no lo supiera), pero
que la angustia que ello le genera no lo desborde, al punto de que el cuento no
pueda cumplir su función de ayudarle a leer y elaborar sus “complejos” (en este caso el tema de la propia
mortalidad)
Complejo, no en el sentido
vulgar del término, sino (del
latín complectere: abrazar,
abarcar; participio perfecto: complexum)
es un término que indica un conjunto que totaliza, engloba o abarca una serie
de partes individuales (hechos, ideas, fenómenos, procesos). Se utiliza en
forma general en psicología para
indicar la integración de vivencias o experiencias individuales en una
experiencia de conjunto o totalizadora. El concepto es utilizado principalmente
en las escuelas psicológicas y enfoques dinámicos o analíticos y mucho menos en
los enfoques conductuales.
Pero hoy en día no se lee demasiado a los niños,
y quizás menos los cuentos clásicos pues muchos padres consideran que estas
historias son anticuadas para nuestra época , o que incluso son demasiado
crudas porque plantean el tema de la muerte , la rivalidad, los celos, envidia,
en fin, todo los sentimientos normales negativos de los seres humanos. Y muchas
veces cuando sí se lo hace, se da con versiones de los cuentos totalmente
diferentes de la original que generalmente cercenan de la historia lo que para
la construcción del psiquismo infantil es lo fundamental, como por ejemplo el
comienzo de los cuentos entre otros aspectos. Eso sucede precisamente con
algunas versiones de estos dos cuentos a
que he hecho referencia, algunos comienzan planteando ya de entrada que:
“Había una vez una niña muy guapa y muy buena
llamada Blancanieves que cuando pequeña
su madre murió y su padre volvió a casarse”.
En esta
versión, se pierde la constelación de deseo-además de la belleza y la tensión
que sí crea el verdadero comienzo de la historia- que dio origen al nacimiento
de la hija (y del sujeto psíquico) como si ello no significara nada para la
historia en cuestión. Pero hay que tener en cuenta que esta historia es-
diferencias personales mediante- la historia de cada cual que lee el cuento
cuando lo está leyendo, y es muy diferente la lectura que psíquicamente se hace
del sujeto del inconsciente cuando el niño lee el cuento en la versión original,
que en otra modificada sin ningún cuidado ni acierto de cara a diferentes
criterios u objetivos que nada tienen que ver con lo que verdaderamente anima
al ser que habita en cada cuento y se dirige a cada lector. Cuando se hacen esa
modificaciones, no se respeta ni
considera para nada que el escritor hace su obra a partir de ese agujero, de un
vacío que opera como una línea de fuerza(pulsional) que dirige y guía su deseo
por senderos que él mismo muchas veces desconoce, o conoce a medias, porque el
deseo es inconsciente. Y que hace que incluso él mismo, tenga a veces que
doblegar(respecto a lo que escribe o cómo lo escribe)lo que le dice su
conciencia, para no desviarse como a veces estaría tentado de hacerlo, del
camino que le indica ese Otro aliado a la pulsión. Y así seguir, como suelen
decir ellos, el camino que le señala la
propia historia o cada personaje.
(En este
sentido, hasta el género en que el escritor escribe es pedido por algo del
orden de la pulsión cada vez, y la calidad artística de la obra en cuestión
dependerá de si el escritor es capaz de dotar de palabras y de la forma certeras
a eso pulsional que le empuja y mueve, y le mueve a su acto de escritura, para lo cual ha de estar preparado con algo del orden de
lo técnico: su estudio, su disponibilidad de recursos literarios; o sea,
tener internalizados los medios técnicos que mejor se ajusten para
dar salida de la forma más justa o verdadera posible a dicho goce..
Por ello la versión original de una obra es
fundamental, porque hasta en el nombre que se le ha dado, se puede palpar la
verdad que está en juego, lo cual implicaría decir que no hay más versión, que
la única versión (verdadera) es la
original. Porque es la que de manera certera y única surge de ese caldero de fuego
de las pulsiones (como le llamaba Freud) y crea tanto al sujeto escritor como a
su obra. Se trata de la verdad que ese
acto de escritura escribe, o que en ese
acto de escritura se escribe. Una verdad que es primariamente la suya, pero que deviene la de cada lector por tocar
el punto de vacío que nos hace ser
simplemente humanos.
“El decir del poeta es un
acto que revela nuestra condición, que no es sino la de nuestra falta original,
nuestro poco ser” (Octavio
Paz, “la casa de la Presencia”)
¡Nótese la similitud del acto del escritor con el
acto psicoanalítico!:
“El antecedente de lo
que es en Lacan el acto psicoanalítico aparece en Freud en "Psicopatología
de la vida cotidiana", del lado del acto fallido. Los actos fallidos no
son inocentes, son interpretables y tienen significaciones, es decir, están coordenados
a lo simbólico. En este sentido son distintos de un hacer. Son interpretables,
al igual que los sueños. El acto, tiene
que ver con la determinación de un comienzo, con algo nuevo, y con un cambio de
posición en el sujeto, que es una renovación. No hay acto sin Otro - es decir,
sin las coordenadas simbólicas en juego - para ir más allá de ese Otro. En el
momento del acto, no hay Otro ni hay Sujeto. El acto excede la articulación
significante, hay acto donde la cadena significante falla. Cada acto tiene relación
con la verdad e implica la puesta en juego de la función paterna bordeando el
vacío del objeto a. En el acto se repite el significante que representa al
sujeto, es donde el significante estaría más cerca de representarse a sí mismo”(“Introducción
al acto analítico” una excelente presentación de Mariana Davidovich, EFBA que sugiero leer),
se encuentra en internet.
Pero hoy en día hay una prisa en todos los ámbitos por simplificar, por hacer todo más superfluo,
más veloz, más concreto. “Se trata de ir al grano” y dejarse de darle vueltas a
los temas, con lo que se desvirtúa la función del lenguaje, de la palabra y el
desarrollo del pensamiento. Se apunta en muchas actividades, a dar todo
casi digerido, y en lo posible a darlo visualizado pues se considera que así se
entiende mejor, o se supone de que si se complejiza un texto los niños no
tendrán tiempo ni paciencia para releerlo hasta que lo entiendan. Se pretende
también que ha de quedar todo entendido y sabido, todo claro, todo comprendido
y que sea repetido tal cual por los niños. Eso implica muchas veces obtener buenas
calificaciones en la escuela por un
aprender memorístico. Se cercena así la relación del lector, o del educando,
con la falta, con el vacío, con el saber a medias, que es lo único que puede
mantener viva la llama del deseo (o como dicen ahora, la motivación) y la
curiosidad, y dar lugar a la creación. Si está todo dicho, todo es tan claro,
concreto y de una única manera, no hay lugar para crear, para cada cual se
apropie a su manera (con afecto, dejándose afectar por lo que lee o aprende), y
de una manera que le sea útil de cara a su ser persona y no solamente a su ser
alumno, futuro trabajador y consumidor doblegado bajo el peso de Otro que lo
goza exprimiéndole su subjetividad.
“—Y ahora, ¿qué? —dijo Otomar, cuando Teodoro se calló repentinamente—. ¿Esto es todo?
¿Ésta es la explicación que das? ¿Qué fue de Fernando, del Profesor X, de la bella
cantante, del oficial ruso?
—¿No os he
dicho de antemano que sólo era un
fragmento lo que os iba a ofrecer? Aparte de eso, me parece que la historia del
Turco parlante ya desde el principio fue esbozada de una manera fragmentaria.
Quiero decir que la fantasía del
lector o del oyente, al recibir poderosos impulsos, puede desplegarse luego a
su voluntad.
—A
esto deberá añadirse —continuó diciendo
Otomar—que a nuestro Teodoro desde siempre le ha gustado mucho avivar
poderosamente nuestra fantasía con toda
suerte de extravagantes historias, para luego interrumpirlas bruscamente.
Llegará un día en que todos se quejarán de sus mistificaciones.
Hay que reconocer que desde hace tiempo toda su obra aparece de modo
fragmentario. A veces, lee segundas partes sin preocuparse del principio ni del
final, y en las representaciones sólo ve el
segundo y el tercer actos, y así por el
estilo.
—Aún conservo esta tendencia —dijo Teodoro—. No
hay cosa que más me contraríe cuando leo un relato o una novela que ver el
suelo en el que se edifica ese mundo fantástico,
barrido al final, con una escoba histórica, que deja
todo limpio, sin un granito, sin una mota de polvo, que no hay posibilidad
alguna cuando se regresa a casa de sentir ni siquiera deseos de mirar entre las
cortinas. En cambio, el fragmento de una historia ingeniosa impresiona mi alma
de tal modo que da pie a la fantasía para tomar
impulso, y el goce es más duradero. ¡A quién no le habrá pasado eso con la joven morena de Goethe!... A mí, sobre todo, ese fragmento de Goethe, del
maravilloso cuento donde relata lo de la mujercita que lleva al viajero en una
cajita, ¡siempre me ha producido un
placer indescriptible!”
(Fragmento
final de “Los autómatas” de E.T.A.
Hoffmann)
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