martes, 8 de diciembre de 2009

"Los jóvenes de Pozuelo:entre la idealización y el repudio"

He podido escuchar cómo algunos programas de la televisión han abordado a modo de tertulia (algunos de ellos inclusive con especialistas: psicólogos, directores de centros escolares, etc) el estallido de violencia acaecido recientemente ( 6 de setiembre de 2009)en la localidad madrileña de Pozuelo de Alarcón.

 En las opiniones vertidas en dichos programas, las cuales serán seguramente representativas en alguna medida de las de algunos espectadores, es posible escuchar algunos prejuicios. Se insiste, con una mezcla de asombro, condena y cierto placer mal disimulado-es lo que me pareció-, que los jóvenes envueltos en los mismos eran chicos de clase media- alta o alta, “pijos”, “niños bien”. Por un lado, me interesa poner el acento en los sentimientos contradictorios que tal hecho suscita entre los tertulianos: el asombro, mezclado con la condena, la actitud despectiva o sarcástica y el placer, que burlando el control, se precipita en el tono de ese “los nenes bien”.Los mismos cobran algún sentido desde la siguiente lectura que me atrevo a proponerles.

En este discurso, la clase socio-económica y/o educativa a la que pertenecen los llamados “niños bien”, y los propios “niños bien “quedan ubicados en el lugar del ideal, lo cual implica la creencia de que siendo ricos y pijos lo tienen todo, o lo que es lo mismo, que no les falta nada. De ahí el asombro y la condena: ¿cómo estos jóvenes que seguramente no tienen ningún motivo lo suficientemente válido para comportarse con esa violencia han actuado así? Tal vez dichas conductas fueran para ellos cuando menos entendibles, si se tratase de jóvenes de una clase menos favorecida, lo que podría hacerles creer que actuarían así por estar sometidos a mayores frustraciones y privaciones: Pero esto también es una falacia, ya que tampoco en ese caso las conductas violentas serían justificables de cara a la convivencia social, y tampoco es seguro que los chicos de clases menos favorecidas sufran más que los otros por el único motivo de su situación socio-económica menos ventajosa.
De esa ubicación en el lugar del ideal, deriva también el sarcasmo y el placer mal contenido, ya que suponerle a otro estar en el lugar del ideal, del acceso al goce absoluto, produce rabia y envidia en los otros, quienes se sienten privados del mismo (se olvidan que los paraísos están irremediablemente perdidos para todos, sin distinción de clases, y que los excesos de consumo de cualquier objeto para los sujetos, están más cerca de la muerte que de la felicidad).

Pero además, qué se entiende por “nene bien” en dicho discurso:¿podríamos pensar que dicha categorización alude a un joven bien satisfecho en sus necesidades porque tiene acceso a todos los bienes de consumo, y a la vez bien educado en el control de los impulsos cuando esas necesidades no son posibles de satisfacer? En este tipo de discurso existen varios problemas: que el mismo se sustenta en lo que se ve, en las apariencias y se olvida que las mismas engañan,  "que no todo lo qeu brilla es oro". Y en ello no se tiene en cuenta que el acceso a los bienes de consumo, a los objetos que esos niños bien pueden tener, no es para nada garantía, e incluso mucha veces es lo contrario, de que sus necesidades estén satisfechas, ya que tratándose de seres humanos no podemos concebir la necesidad en estado puro como sí la encontramos en otros animales. La necesidad modificada por la cultura, por el lenguaje, depende para su satisfacción desde el origen de cada sujeto, del otro ser humano (la madre en primer término o su sucedáneo), y merced a ello, deviene demanda de amor. Y suponerles que lo tienen todo, es creer que la cantidad y el valor monetario de los objetos que los padres les permiten adquirir a estos jóvenes, son una medida exacta (que no la hay nunca por estructura, ya que somos seres en falta) del amor y cuidado afectivo que los mismos prodigan a sus hijos. Y sabemos que eso no es así. Y que muchas veces, cuando los chicos piden cosas sin parar, habría que poder detenerse y escuchar que quizás lo que intentan pedir es otra cosa (tiempo, cariño, palabra), pero como a lo que los padres atienden es a la compra de objetos, creen que esa es la manera de pedirlo, o peor aún, para ellos es la única, porque es la única que los padres escuchan y están dispuestos a satisfacer.
Y si cuando un niño pide tiempo, le regalan un reloj, o pide mirada y le regalan un video-juego, o lo que es aún peor, los padres se anticipan a lo que los chicos pueden llegar a querer en términos de objetos a consumir, se entabla una malentendido a nivel de la comunicación afectiva en la que se confunde y se rebaja el deseo a la necesidad. Cuando ello sucede, al niño y al joven, le queda en un principio, aún, el medio extra-familiar para intentar hacerse oír, llámese colegio, o calle. Pues ¿acaso el enfrentamiento con la policía no es una forma inadecuada de llamado a la ley?

El problema es que cuando la ley, el “no” que dicen que estos jóvenes no quisieron, o más bien no pudieron acatar (no más botellón a partir de determinada hora, límite que según dicen algunos medios de prensa, estuvo entre alguna de las causas del ataque a la policía, o el “no” a agredir a otros jóvenes – ya que también está la versión de que la policía vino a socorrer a otro joven al que habían dado un botellazo en la cabeza, y los jóvenes los empezaron a atacar-)no se instaura en y desde el hogar y en el interior del psiquismo del sujeto, va a requerir ser instaurado desde el afuera. E inevitablemente ahí, el carácter que va a cobrar será el de la represión y diversos grados de violencia, ya que nadie en su sano juicio puede pretender que la policía pretenda o pueda dialogar con jóvenes que están enfurecidos, descontrolados y envalentonados bajo la omnipotencia multiplicada por efecto de la masa, el alcohol y otras drogas. Y si bien algunos jóvenes justifican o minimizan el resultado de su accionar violento en el inadecuado trato de la policía, la que según algunos, habría realizado un abuso de poder y autoridad, golpeando sin ton ni son tanto a supuestos culpables como a inocentes, lo hacen basándose en la negación de un saber que obviamente en el caso los jóvenes es entendible. ¿Por qué? Porque los jóvenes están necesitados de realizar su confrontación generacional para crecer, y requiriendo para ello de oponentes-padres- comprometidos, firmes, respetuosos y mínimamente seguros, es decir coherentes y fiables, y no encontrándolos en casa, habrán de buscarlos donde sea, siempre y cuando estén aún animados por el deseo y no les hayan cortado definitivamente sus alas.

¿Y cuál es ese desconocimiento o negación de saber que en ellos es admisible, pero no lo es en los adultos?
Que el rol que se exige a la policía que acude en tales situaciones no es el diálogo, e incluso no es para eso que se la prepara, sino para controlar con diferentes armas, llámesele porras, pelotas de goma, o salvas al aire, a los sujetos en aquellas situaciones de desborde. Y conviene no olvidar que somos la sociedad quien ha creado esta institución que es el cuerpo policial, para controlar nuestro propio desborde humano, ante la evidente falla que la institución familiar y otras, tienen para ponerle coto. El porqué una persona elige trabajar en ello, y la forma en que lleva a cabo su labor en lo referente a su capacidad para mantenerse dentro de las normas que están por ley establecidas en el desempeño de la misma, o contrariamente, abusar de su lugar de poder y autoridad, hace a cuestiones personales que acá es imposible profundizar, y también a responsabilidades que la institución policial ha de asumir como representante de la sociedad: el control disciplinario en relación a sus funcionarios, con la enorme dificultad que ello puede implicar en estas situaciones donde la barbarie hace imposible discriminar si realmente se hizo tal o cual abuso, e inclusive quienes fueron los autores de los mismos – y esto vale para ambos bandos: jóvenes y policía_.

Ahora bien, los jóvenes no se dan cuenta de que si no han podido encontrar en sus padres un referente válido de autoridad que marque normas que les habiliten a convivir en sociedad, sabiendo que mis derechos terminan donde empiezan los de los demás( hay gente a quienes el botellón le puede generar perjuicios), y a resolver los conflictos que en torno a ello puedan presentarse en forma pacífica, mucho menos los habrán de encontrar en una noche de fiesta y botellón, dando a su llamado esa forma violenta. Y eso, lamentablemente es así, aun en aquellos casos en que el mismo es la manifestación de su desesperación por encontrar una respuesta que los valide como personas, como sujetos deseantes, ya que en otros, jóvenes pero ya vencidos, tan solo encarna el desafío psicopático o perverso de quien ya no cree en nada ni en nadie. Tanto los primeros como los segundos, se terminan topando así con más de lo mismo: una forma de ejercicio del control que los deja con la misma furia, orfandad y desamparo, porque la policía con porras y otras armas, dando golpes y gritando, no representa más que a una figura a la que obedecer por miedo, y esa no es la imago de autoridad que habilita para poder crecer y crear.

Por el contrario, para ello se necesita una imago paterna lo suficientemente respetada, admirada y sobre todo amada como para que el sujeto, el joven en este caso, esté dispuesto a abdicar parte de su placer, de sus impulsos y beneficios, en su nombre. Y si no se obedece ni aún por miedo, queda también la posibilidad de burlarse y desafiar a esa autoridad a la que se vive como una impostura.
Eso es lo que encontramos en el discurso de uno de los jóvenes que se escucha claramente en alguno de los videos gravados: “no os quiere ni su…madre, recibe botellazo, …. Estáis todos arrinconaos, no os quiere nadie…, siete con porras y están arrinconaos…, cabrón, homosexual, que sois unos homosexuales… Y esa pistola que solo suena y no dispara, que solo es de fogueo y yo lo sé”.

Este discurso que para muchos puede ser incomprensible, desde una lectura psicoanalítica da cuenta de que esa autoridad que encarna esa noche la policía, pero que remite al padre no tiene ningún valor. El lugar que se da a la figura paterna, es la de un padre al que no se quiere ni respeta porque se erige como “siendo la ley” (y no como representándola), y ejerce su función de marcar un límite con algo puramente exterior: un objeto concreto que es la porra (no hay emblemas paternos a respetar), con la que golpea y violenta. Lo que en términos del psicoanálisis es la actuación del encuentro con el fantasma del padre imaginario, el cual en estos casos cobra una presencia prominente debido a la poca efectividad o ausencia de la función simbólica del mismo. Un padre que estaría entonces “por fuera de la ley”, y que por ello deja también a sus hijos por fuera de la misma. Y un padre, del que se siente que ni siquiera por esa vía , la vía del terror, marca o significa algo con algún valor; padre del que es posible burlarse, ya que aún con porra en mano está “arrinconao” ante ellos, o sea, cagado de miedo, castrado, poco o nada hombre, que no se diferencia sexualmente (homosexual)pues porta un falo-porra-ley que solo suena (amenaza, advierte)pero no dispara ( no mata, donde ese no matar puede leerse como alusión a la ausencia de la muerte simbólica( la castración simbólica en términos del psicoanálisis, única que permite matar-marcar un límite), porque solamente es “de fogueo”, algo así como que por solo amenzar, obviamente no es auténtica, no de verdad, sino falsa.
 
La verdadera ley habilitadora es simbólica y emana del padre(haciendo innecesario cuando es efectiva, el control normativo de agentes externos), siempre y cuando este no se erija él mismo ocupando el lugar de la ley (yo soy la ley y hago lo que quiera y como quiera, abandono, castigo, premio, según mis ganas), sino estando el padre mismo sometido a ella, o regulado por ella (hay cosas que no tengo permitido hacer /hacerle a mi hijo aún siendo su padre, porque hay una ley, un orden simbólico que me trasciende, y que es el que determina el límite de lo que tengo permitido/prohibido hacer/le).
Ello determina que el padre solo sea el representante de la ley y que la misma se sustenta en su palabra y el valor que ella tenga para el hijo y también para la madre como intermediaria de la misma capaz de otorgarle o no un determinado valor ante el hijo, y no en objetos amenazantes concretos, que se hacen necesarios, cuando aquella ha perdido su valor y su lugar.

No hay comentarios:

Publicar un comentario