martes, 18 de marzo de 2014

Comentarios  acerca del taller “Me encuentro en/con la poesía”, el Psicoanálisis y la Literatura.


Una de las condiciones fundamentales para devenir psicoanalista y para poder sostener con los analizantes dicha   función,   es -además de la formación teórica y lo que llaman  el “control” de los análisis que ese analista realiza-,  el haberse tenido que psicoanalizar, y ello implica  haber trabajado en sí mismo, con su inconsciente. En el análisis, el trabajo consigo mismo para precisamente por trabajar-nos como sujetos al inconsciente (“sujetados al”  y “hablados por” el lenguaje, determinados por los significantes que nos vienen del Otro del lenguaje por intermedio de nuestros padres ya que “el inconsciente está estructurado como un lenguaje” nos dice Lacan).  El psicoanálisis en ese sentido no es psicología pues parte del supuesto que  somos seres de alguna manera determinados por el inconsciente y ello implica que no tenemos un dominio total sobre quienes somos ni lo que hacemos, no somos todo consciencia ni razón. Por ello tampoco damos técnicas o ejercicios para que las personas cambien las conductas o aspectos de su personalidad que le generan sufrimiento.
 Nuestra herramienta de trabajo primordial es la palabra (en un análisis, la regla fundamental  sin la cual ningún análisis puede comenzar es que quien viene a consultar hable, se le pide a la persona que hable lo que se le ocurra sobre sí mismo), porque en ese hablar hemos de poder ir escuchando aquellas palabras, o más bien significantes- los llamaba Jaques Lacan, - psicoanalista francés-, concepto con un  carácter específico en su obra, reformulado a partir de la concepción acerca del signo de Ferdinand de Saussure-,que determinan el ser subjetivo de esa persona, aquellas palabras que le otorgan un sentimiento de ex –istencia y le posibilitan las identificaciones, y le dan placer pero que al mismo tiempo pueden  hacerle sufrir(concepto de goce en Lacan), pues hay palabras que nos nombran ubicándonos en lugares o bajo nombres que nos provocan a la vez y hasta cierto límite placer pero también sobrepasado cierto límite, sufrimiento. Pero  aún así, en estos casos nos es muy difícil abandonar esas palabras o a esos lugares que ellas determinan para nosotros, y cambiarnos de lugar, digamos salirnos de ellas, y por tanto dejar de ser de una determinada manera o de hacer determinadas acciones o conductas. Por ejemplo, ser siempre el bueno es un imperativo para un sujeto si eso deviene un nombre deseado por sus padres para él, pongamos que porque sus padres repetían una y otra vez “es un niño tan bueno, el sí que es bueno, etc. o cualquier otro adjetivo y porque todo niño para ser querido, lo cual es lo fundamental,  aceptara ubicarse bajo aquellos nombres que los padres tengan destinados para él, aunque puedan ser nombres o palabras con connotaciones negativas y perjudiciales para el propio niño. El “ser bueno”, si va unido a demasiada sumisión y renuncia puede devenir algo perjudicial y que angustia al sujeto por ejemplo. En este sentido, somos seres de lenguaje, gracias al lenguaje tenemos existencia subjetiva, somos un ser biológico con un cuerpo real que merced al lenguaje devenimos sujetos, las palabras nos constituyen como tales, nos dan un nombre, unas identificaciones a determinados significantes y eso nos brinda un ser, pero también nos limita, porque al fijar nuestro ser  a algunos de estos significantes, nos priva de otros. Por ejemplo en  el ser, o el sentimiento de ser o de identidad si se quiere llamar así, cada cual está identificado tomado,  si se puede decir, “por” y “en” determinados significantes y  no “a” o “en”  otros; si me nombro en uno, hay un cierto nivel donde siempre me excluyo en otro, y ello por la propia limitación del lenguaje que está constituido por opuestos (se puede ser el bueno o malo, o no tan bueno ni tan malo, pero no hay una palabra para nombrar lo intermedio digamos, o es  el miedoso, o el osado, o el alegre o el amargado, el mirado y admirado o el no mirado o devaluado.
 Ahora bien, esas palabras que nombran a cada uno de nosotros vienen de Otro, del Otro del lenguaje, o sea que están en lo simbólico cultural donde nace el sujeto y por tanto lo pre-existen y son los padres quienes las escogen-y descartan otras- para cada uno o una,  en función de su propio deseo que es inconsciente, de su vida, de su sufrimiento. De esta manera    cada uno/a viene a llenar o suturar alguna falta parental de la cual ni ellos ni el hijo sabe nada en principio, o sabe muy poco.

 Por ejemplo, ¿por qué a Salvador Dalí le pusieron Salvador?, ¿tenía que salvar a alguien, a quién, de qué  y por qué? En su caso, antes que él, había nacido un hermano que falleció nueve meses antes de que naciera Salvador y a quien le habían puesto el mismo nombre. Así que este Salvador que sí sobrevivió, ¡vaya si tenía una misión grandilocuente o exagerada de cara al ideal!,  de ahí quizás el carácter tan ególatra que tenía el pintor. No solo salvar con su nombre al hermano muerto, salvar en su propio nombre a ese otro que no sobrevivió, sino también quizás salvar a   la madre de esa pérdida, esto es, de tener que asumir esa pérdida, el dolor , el desgarro que implica para una madre la pérdida de un hijo, pues si lo que ella hace es desplazar un hijo muerto en otro, desplazar la vida que uno perdió en otro vivo, es porque no puede hacer el duelo, desprenderse realmente, aceptar la muerte  de  ese primer hijo; hacer el duelo significa aceptar su muerte y que en su lugar quede un vacío para desear otro hijo , no el mismo como fue el caso . De ahí que Dalí quedara  fijado a ese otro Salvador que no se salvó, y eso trajo aparejadas determinadas   consecuencias tanto respecto a su personalidad como a  su vida, y  tanto negativas como positivas. Digamos que en el núcleo de su ser, o en su ser más intimo, habitaba la muerte –como en todos lo hace, aunque de diferente manera, ya que todos somos “en contra de” la muerte ; era contra esa muerte que es la de todos pero en su caso tomaba cuerpo (muerto) en el hermano, que él era Salvador; quizás su pretensión –también como la de todos en mayor o menor medida- fuese salvarse de la muerte a través de su arte, ser un genio (¡y hay que leer los significados de esta palabra!) de la pintura, del surrealismo, donde quizás lo  surrealista(sur es “sobre, por encima”, en este caso  por encima de la realidad) para cualquiera,  es  querer salvarse de la muerte. Pero también sin todo esto, no hubiera sido el magnífico artista que fue, y que de alguna manera logro su objetivo de sobrevivir, de salvarse,  obviamente que simbólicamente, de la muerte.

¿Qué podría haber sucedido si Salvador no hubiera tenido ninguna aptitud ni determinación de carácter o certeza más bien “quasi” delirante en su caso, que le permitiera satisfacer su ansia tan desmesurada de sobrevivencia y admiración. Estaría en un grave conflicto entre un ideal de sí mismo desmesurado ante un yo que no puede satisfacer esas exigencias porque no cuenta con recursos para hacerlo, y se sentiría mal, sufriría, podría ser que se deprimiera por ejemplo, por lo que  y ahí ese nombre, ese significante Salvador, hiciera síntomas  le provocaría sufrimiento y es lo que le sucede a alguien que a veces  consulta a un psicoanalista, que algún significante hace síntoma y produce algún tipo de malestar.

Y en esos casos el analista lo que propone es empezar a decir, a producir, la cadena de significantes que provienen del Otro  por el cual he sido deseado (la asociación libre), porque esos significantes me ayudaran a encontrarme, a saber en qué lugar y cómo soy deseado, en que lugares y bajo que palabras he decidido ubicarme para ser amado, aún a veces a costa de mi propio padecimiento (ser siempre el fuerte por ejemplo). Además cabe agregar que cuando elijo identificarme a determinados significantes es porque en ellos encuentro placer pulsional, disfruto por ejemplo siendo el fuerte porque me tienen en cuenta, me admiran o creo que los otros solo esperan de mi eso, etc. o por lo que sea. Pero eso mismo que me otorga satisfacción a nivel de mi narcisismo, puede convertirse a veces en un arma de doble filo, producirme tanta auto-exigencia para cumplir con ello, porque he llegado a creerme que si no soy eso que los otros admiran, quieren y esperan de mi no me aceptaran. O eso que yo creo (de creer y de crear) más bien que esperan (ya que en definitiva soy yo quien termina esperándolo de mí mismo), pues me he hecho, como todos, “la película” o   “el cuento”  sobre cómo me quieren y en qué lugares me quieren, y fomento y hago en más a veces para amoldarme a ese ideal, a eso de lo cual a la vez muchas veces me quejo porque me produce malestar.

Pero acá en el taller no vamos cada uno a buscar todos los significantes que nos nombran en relación a nuestro goce pulsional, porque no haremos un psicoanálisis.

En el taller vamos solamente a empezar a aprender a bucear en nuestro inconsciente, a probar, a animarnos a encontrar, a  crear, algunas palabras  que nos nombren en nuestros goces y en nuestros miedos o malestares. Por ejemplo el nombre propio, y algunos otros nombres referidos a nuestra imagen personal, nuestro cuerpo, nuestro sexo  y género, a nuestros ámbitos de pertenencia, etc. que constituyen nuestras máscaras sociales y que a veces nos mantienen atrapados para bien, pero otras más bien para sufrir. La manera en que intentaremos encontrar algunos de esos significantes es a partir de algunas lecturas de poesías o canciones  o fragmentos narrativos. Una vez encontrados algunos de estos, habremos  de trabajar- nos, para lo cual habremos de escribir algo con ellos: una poesía, una historia, una reflexión, lo que sea en primera o  tercera  persona, como cada cual lo quiera hacer. Esto tiene como objetivo poder tomar conciencia de cómo y hasta qué punto  soy tomado por unas determinadas palabras y hasta qué punto yo me aferro a ellas, y para que lo hago, así como porque miedos o peligros  fantaseados o reales, no puedo dejarlas y/o dejar-me ir de las mismas. Escribiendo a partir de las mismas y de las sensaciones, sentimientos, experiencias, recuerdos, fantasías etc. que estas movilizan en mí, reescribo partes de mi historia, de mi vida, me re-escribo  y  me empiezo a escribir  “un” y “en un”  presente nuevo. (También en un análisis uno reescribe su vida con ayuda del analista).
Por eso la tarea de empezar a conocernos a nosotros mismos y especialmente en aquellos aspectos nuestros que nos hacen sufrir, comienza por  encontrar y analizar las palabras que constituyen de alguna manera la trama principal de nuestra historia como sujetos de deseo. Las palabras de las cuales somos prisioneros, las palabras de las cuales, mi cuerpo, mis pulsiones, mis sentidos, mis sentimientos han quedado soldados, y que a veces me impiden cambiar y  hacer  a mi vida tomar otros rumbos.
Y también trabajaremos con la palabra no solamente por la vía del significado sino también del sonido, ya que el sonido se vincula más primariamente a las emociones que el significado. Cada persona tiene una voz predominante, pero también voces dependiendo del aspecto de si o de su vida que esté en juego, y esa voz se vincula con las emociones: la voz de las emociones, en relación a  la cual no solamente hablamos del sonido, sino de aspectos personales que se dicen de cada uno en el sonido, el tono, el timbre, etc. de la voz.  

¡Y qué mejor herramienta  que la literatura y la escritura, ya sea narrativa o poesía para ayudarnos en esta tarea de encontrar algunas de nuestras palabras?, aquellas que tocan, que abren fronteras hacia esos lugares recónditos de nuestros ser psíquico o de nuestra alma, si se prefiere llamarla así; palabras que nos permiten de alguna manera recordar quienes somos, pero también producir quizás nuevos nombres, o sea nombrarnos donde no sabíamos aún qué éramos ni quiénes éramos, y por lo tanto producir un saber acerca de nosotros mismos que nos posibilite  vivir más acorde con quienes vamos siendo o queremos ir siendo.


¿Por qué hago esta propuesta de  taller?


Obviamente esta propuesta parte de mí misma, de mi experiencia que hace que yo misma me haya encontrado “con” y  “ en” la literatura en primer lugar.    
                                         
Toda Literatura es una creación humana, y porque somos los únicos animales constituidos subjetivamente por el Lenguaje,  ésta es en tanto palabra (literatura es el arte que utiliza como instrumento al palabra), la que nos permite hablar y expresar, ya sea en forma lírica o narrativa, todo lo que nos hace humanos: nuestras sensaciones, nuestros sentimientos, pensamientos, recuerdos, miedos, deseos, etc. Y cada escritor o poeta escribe desde sí mismo, desde su propia experiencia y subjetividad ya sea recreando la misma para hablar directamente de sí mismo (creaciones auto-referenciales)  o de otros (a través de personajes o de una segunda o tercera persona líricas); pero obviamente como todos somos humanos, podemos encontrarnos en mayor o menor medida, en algunos aspectos o situaciones más que en otras,  en dichas creaciones.

 Cuando nos sentimos retratados, ya sea en un sentimiento o en una situación por algún escritor que ha dotado de ese sentimiento o a puesto en esa situación a  algún personaje, o nos encontramos en un sentimiento expresado en una poesía, nos identificamos y nos sentimos comprendidos. A veces damos con algo dicho o descrito tal como nosotros lo sentimos, pero que no sabíamos cómo expresarlo, o lo encontramos  expresado de una manera que nos parece perfecta pues se corresponde exactamente con lo que creemos sentir o pensar, y además está expresado de una forma donde la armonía entre el contenido y la forma crean tanta belleza,  que hace que nos  emocionemos por partida doble. Esto no solo nos hace sentir bien porque de alguna manera nos refuerza la pertenencia al género humano, y nos da esa ganancia de placer que siempre da o daba -pues ahora hay artes que pretenden lo opuesto-todo arte, al de presentarnos  de manera aceptable, bella, aspectos incluso horribles y terribles de nosotros mismos. En ese sentido, todo arte nos hace conocernos más a nosotros mismos y aceptarnos; en la literatura, esto sobre todo se logra  cuando nos encontramos reflejados en poesías o historias, sentimientos o situaciones  que no sabemos que estaban en nosotros, ya fuese porque no reflexionamos sobre lo que sentimos suficientemente, o porque no los queremos admitir como nuestros porque nos producen miedo, vergüenza, culpa, y los hemos reprimido y sacado de nuestra consciencia. De alguna manera encontrarnos en un texto, en un personaje, nos  “normaliza”  pues nos hace sentir que compartimos vivencias, afectos, emociones, conflictos, miedos, etc. entre todos los humanos, los cuales  a veces creíamos que solamente experimentábamos  nosotros.

En mi caso yo me sentí atraída y leída por la poesía y las historias desde mi infancia, por lo cual muchas veces a medida que crecí  se iba pensando en mi la posibilidad de  estudiar Letras en Uruguay (Filología le llaman en España) y ser escritora o hacer un profesorado de Literatura.  Incidió mucho en mi gusto por la Literatura un rasgo de carácter que era la timidez  y el retraimiento. La timidez hacía que me costara muchísimo hablar y expresarme; y de alguna manera encontraba en la lectura, a alguien con quien hablar y alguien que me hablaba de sentimientos, de sensaciones, percepciones, de miedos y conflictos que yo misma sentía y no me atrevía a manifestar; me hablaban tanto de aquellos sentimientos o situaciones que me generaban malestar como de los que me producían  placer y felicidad. Me sentía entendida y acompañada.

Otro aspecto importante que hizo que me interesara bucear en la psiquis tanto propia como de otras personas o personajes, es que la inseguridad que esconde la timidez, me llevó a estar escudriñándome constantemente para intentar dar una imagen aceptable y comprobar si la daba o no, intentaba controlar en los gestos y en lo que decía aquellos aspectos personales  que no quería poner de  manifiesto ante otros, aspectos que obviamente me  avergonzaban  o daban miedo y podrían implicar no ser aceptada por los otros. Pero ese control requería además, de la observación minuciosa de  las reacciones de los otros hacia mi(para dilucidar si se es  aceptada o no); en mi caso  dicha necesidad se fue soldando a  a un placer de mirar muy potente, de escudriñar y analizar  ya en general  a todas  las personas, a sus actitudes, a  lo que decían, a como lo decían, sus gestos, el tono de su voz, las pausas o silencios  que hacían, si lo que decían era contradictorio con su tono de voz o su actitud, etc.
Ese amor y gusto por saber sobre lo que siente y piensa la gente cuajó en el placer por  la Literatura, por adentrarme en la psiquis de los personajes para leerlos a la vez que ser leída y dejarme leer,  o en las  voces  poéticas que decían y sabían de mis sentimientos, por lo cual la misma  siempre ha estado con mayor o menos fuerza y presencia en mi vida. También me empezó gustar mucho ya desde el colegio  la Historia; en secundaria este gusto se afianzó y también encontré otro de mis grandes amores que fue la Filosofía. Ahí se me empezó a desdibujar el territorio parcelado desde lo curricular en tres materias, y empecé  a dudar sobre que profesorado seguir, si de historia, filosofía o literatura. Hasta que en cuarto curso, un profesor excelente de Filosofía que me permitió enamorarme  aún más de  esta materia, me posibilitó también  encontrar una salida que de alguna manera-lo supe mucho después- conciliaba todas estas disciplinas. En ese teníamos Filosofía, pero una gran parte del curso dedicado también a la Psicología y una introducción al psicoanálisis. Ahí decidí definitivamente que estudiaría psicología, entiéndase sobre todo psicoanálisis.

La conciliación entre las tres disciplinas citadas implica: que toda persona tiene una historia personal, una historia de vida, y dicha historia se desarrolla en un contexto histórico  (cultural, político, económico), en un período o época histórica determinada que hace a  esa historia, como decía Ortega del hombre, “soy yo y mi circunstancia”.  Y a su vez cada persona la manera de cómo hace un escritor en  la literatura  construye su propio personaje, esa construcción implica una psicología, una determina manera de sentir, de situarse en el mundo, de pensarse, de hacer. Y cada persona o personaje  vive acorde a una  filosofía de vida determinada, al cual se puede apreciar en su manera de comportarse, de pensar, de sentir.

Así mismo, luego de haberme psicoanalizado por un  período bastante prolongado de tiempo, he encontrado en el escribir, algo que siempre hice- concurriendo además a algún taller literario- de manera esporádica, una forma de terapia o ¿autoanálisis?: habitualmente escribo sobre lo que siento, sobre cómo me siento tratando de darle a lo que escribo una forma “poética”(últimamente la escritura narrativa a la que antes era más proclive no quiere hacer acto de presencia).

 Y al escribir, siento que voy  “haciendo camino al andar”, dejando caer, soltando, liberando aún  identificaciones que a veces producen malestar, recreo también  sensaciones, sentimientos y situaciones que me producen placer y bienestar, y afianzo actividades vinculadas a las mismas en mi persona gracias también a que escribo sobre ello, intento trabajar poéticamente mis sueños y mis goces, mi angustia, mi tristeza, en fin todo lo que siento y me voy des-prendiendo  de mi, de quien he venido siendo para encontrarme con nuevos y desconocidos rostros de mi misma. Como dicen dos cantantes que me gustan mucho:
 “me estoy felizmente desacostumbrando de mi”(Queyi y Ana Prada).


He aquí para concluir esta escritura, uno de mis “poemas” que hablan sobre ello:


DESANDANDO CAMINOS.

Desde hace ya un largo tramo
en vez de andar los caminos
me ha dado por desandarlos,
¡y cuanto más los desando
más lejos me voy llevando!

Desde hace ya un largo tramo
en vez de armar los caminos
me ha dado por desarmarlos,
¡y cuanto más los desarmo
 más a gusto me voy andando!

más, más se van
des-dibujando,
y me encuentro
siendo otras,
algarabía asombrosa
de seres desconocidos
pueblan hoy mi ayer archisabido.

Como alas de pichón ya listo
para abandonar el nido
como flores ya dispuestas 
a la polinización
mundos nuevos que se abren
en un inmenso latido
al azar del no sabido
al compás del sin sentido
aun los más alejados, cerrados y sepultados
de viejos odios atados,

una no puede hacer otra cosa
que dejarlos florecer,
sin oponer resistencia
ante esta nueva sapiencia
no se puede nada
en su contra hacer,
sino sumarse gozosa
a su buen savoir y faire,
pues es lección de Vida,
¡hay que desandar caminos
para escapar al destino!,
¡y saber desfallecer
para poder renacer!

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